#QuickTake: Ni con Uber ni con Bitcoin

“Puedo elegir la bola que quiero batear. El truco para invertir es ver pasar un lanzamiento tras otro y esperar al que llegue a tu punto ideal. Existe la tentación de actuar con demasiada frecuencia en acciones.” – Warren Buffett

Wall Street acaba de cerrar este lunes con una caída de más de 600 puntos, una caída suficientemente fuerte como para ser considerada el peor arranque de mayo en los últimos 50 años. Desde luego, todo el mundo se ha preocupado y habrá que ver cómo sigue la semana abriendo el martes, dado que la causa está en el recrudecimiento de la guerra comercial entre China y EEUU.

Al mismo tiempo, entre las noticias más relevantes que le sigue a dicho lunes negro, está la caída de Uber entre su primer y segundo día de su salida a bolsa. Solamente este mismo lunes ha perdido un 10%, un equivalente a más de $12.000 millones. E igualmente, en medio de semejante volatilidad ha destacado Bitcoin, que solamente en lo que va del año ha doblado ya su cotización al rozar los $8.000.

¿Qué significa todo esto? Que muchos deben estar pensando en qué sentido tiene diluir los riesgos políticos nacionales si voy a terminar perdiéndolo todo en uno o dos días ‘jugando en bolsa.’ Pues si esto sucede no será nunca bajo mi asesoramiento. Por supuesto, esto no quita que se cometa errores en el camino, pero hay que saber qué es lo que se está haciendo para ganar mucho cuando se gana, y de perder lo menos posible cuando se pierde. Como muy bien decía Benjamin Franklin, nada es seguro en esta vida, excepto la muerte y los impuestos.

En este sentido, lo que más recomiendo a mis clientes es concentrarse en invertir en el exterior siempre y cuando se cumpla con los siguientes criterios generales:

  1. Invertir solamente aquello que uno está seguro que no va a necesitar al menos en los próximos 5 años.
  2. Invertir solamente en aquello que uno entiende y puede prácticamente dibujar en una servilleta.
  3. Invertir en acciones luego de haber analizado a profundidad la empresa que las ha emitido, y habiendo encontrado elementos tanto cualitativos como cuantitativos suficientemente sólidos y robustos.
  4. Invertir en acciones de empresas como si se tratara de la compra del total de la empresa en cuestión.
  5. Invertir en acciones de empresas no que necesitan cierto tiempo de maduración y conquista de mercado, sino ya consolidadas, empresas sobre las que uno puede tener la mayor certeza posible de que van a mantenerse en el mercado generando valor como ya lo vinieron haciendo un tiempo considerable, durante los siguientes diez años, o que la tecnología no tenga fácil poder atacarlas.

Todo esto es parte de una filosofía de inversión de largo plazo que se traduce en invertir en empresas cuya fortaleza les permite sostener a través de distintos períodos de recurrente volatilidad bursátil o incluso de auge y recesión en el mejor de los casos, y que, por tanto, permite abstraerse del ruido de corto plazo de los medios y no tener que revisar permanentemente cada posición en cartera.

Esto es así porque, como ya había apuntado antes, el mundo del wealth management en general está cambiando y mucho, sobre todo a partir de la bancarrota de Lehman en 2008 y los Panama Papers en 2016. Por ejemplo, hoy muchos de los grandes bancos de inversión, sino todos, tienen demasiados problemas acumulados, además de los habituales conflictos de interés con Washington y la Reserva Federal (lo mismo en las distintas capitales financieras más importantes del mundo), y a tener que invertir en un entorno donde absolutamente todo está caro por los famosos programas QE de monetización de deuda y tasas de interés históricamente bajas.

Todo esto ha estado llevando a los gestores a incurrir en riesgos innecesarios y todavía mayores para encontrar rentabilidad y llevarse sus comisiones a casa al final del día, sin importarles lo que piensan, lo que quieren saber o necesitan sus inversores luego de captarlos como clientes, y más aún en siquiera contestar el teléfono a sus clientes cuando hay caídas del 3%.

Justamente Uber es un caso que ilustra muy bien dicho problema: uno de los principales bancos de inversión estadounidenses ha llevado a sus clientes con mayor patrimonio a comprar Uber con una cotización $48.7 para que apenas en su segunda jornada registre una pérdida hasta los $37,17.

En cambio, ninguna de las gestoras de fondos de inversión independientes, así como ninguno de los bancos de privados pequeños con los que trabajo tiene el balance deteriorado, ni tienen conflicto de interés alguno con ningún gobierno ni banco central, ni tienen tampoco incentivo alguno para incurrir en errores con el respaldo implícito del Prestamista de Última Instancia, ni han estado expuestos alguna vez a inversiones especulativas de corto plazo ni como Uber ni como Bitcoin.

Por supuesto que especular a corto plazo no tiene nada de malo -en absoluto- si se tiene plena conciencia de los riesgos que implica y si uno está seguro de que se los puede permitir. Es más, tengo mucho respeto por quienes, como inversores individuales, lo hacen con habilidad más que suficiente. Sin embargo, aquí la estrategia es de preservación de capital de largo plazo. Y respecto de quienes tendría más cuidado es de los especuladores institucionales de corto con malos incentivos y sin skin in the game, como llaman en la industria, es decir, que, entre otras cosas, no invierten su propio dinero en aquello que invierten o sugieren invertir.

Lo que yo creo que es lo mejor para mis clientes es la inversión en renta variable a largo plazo, que es el método considerado y reconocido como el más seguro y más rentable. Ni ellos ni los bancos y gestores con los que trabajo tienen por qué pensar exactamente igual que yo. Es más, muchas veces habrán distintas combinaciones de renta fija y variable, tanto de corto como de largo plazo, e incluso entre gestión activa y pasiva para el portafolio de inversión, todo dependiendo del perfil de riesgo y objetivo específico de cada cliente.

La idea de todo esto es establecer estrechas relaciones de largo plazo entre los interesados, y con absoluta discreción y confidencialidad. Si tanto los intereses como los objetivos están alineados desde un principio en el proceso de toma de decisiones, los incentivos para hacer las cosas de la mejor manera posible se mantendrán con el paso del tiempo y bajo distintos escenarios y circunstancias.

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