Deflación: ¿Malas o buenas noticias?

Una vez que la deflación terminara siendo una realidad el pasado mes de mayo en Bolivia, la primera reacción de los economistas de análisis tradicional fue la de presentarla como una pésima noticia para la economía. En su opinión, ante la caída sostenida de los precios, los consumidores entenderían que no merece la pena comprar hoy si mañana será todo más barato, forzando ajustes en los niveles de empleo y producción, y postergando además todo proyecto de inversión. Sin embargo, presumir que esto sucederá, también significa decir que los agentes nunca comprarán nada, lo cuál carece de sentido.

En una mala interpretación, lo que las autoridades monetarias deciden en estos casos es adoptar medidas expansivas, reduciendo las tasas de interés para hacer más accesible el crédito e incentivar el consumo para una pronta recuperación, revirtiendo los procesos hacia la inflación moderada. Esto solamente nos llevaría a postergar los efetos de la crisis sobre nuestra economía.

Pero no todo es mala noticia, existe, sin embargo, una forma distinta de interpretar el caso de una deflación. Para otro tipo de economistas, se trata de un proceso de reestructuración de los mercados, es un proceso de contracción crediticia que permite identificar aquellos negocios y proyectos no viables, que se financiaron indebidamente, y que no podrían asumir el golpe de la crisis internacional.

Con esta premisa, uno se preguntaría cómo podrían hacer más dinero las empresas si sus productos valen cada día menos. Pues haciéndose más eficientes. El único tipo de empresas que pueden darse el lujo de sostener ineficiencias que cargan su responsabilidad a los consumidores, a través del precio, son las monopólicas.

Así, con un proceso deflacionario se favorece a los consumidores, sobre todo a los pensionistas y acreedores; con un proceso inflacionario, en cambio, se favorecía a los deudores. Lo que es bueno para los consumidores es bueno para todos.

Es verdad que existe un incentivo al ahorro cuando los precios disminuyen, pero eso solamente augura un crecimiento económico sostenible, pues cuando la gente ahorra, lo hace por una razón, y es para gastar más tarde. Un efecto deflacionario provoca un desincentivo para el préstamo, pero al mismo tiempo, para aquellos que estuvieron ahorrando en época de vacas gordas, existe un incentivo para invertir, es decir, buenas noticias y grandes recompensas para negocios capitalizados en forma correcta.

Lo peor que le podría pasar a nuestra economía, entonces, no es necesariamente una deflación prolongada combinada con una recesión, como sugiere el análisis tradicional, sino una recesión inflacionaria, es decir, una caída de la productividad económica, combinada con un incremento sostenido del nivel general de precios: escasez e incapacidad de compra.

La deflación sirve para que la recuperación sea más ágil y rápida, es decir que se forme una V de rápida caída y pronta recuperación, y no una U de rápida caída y lenta recuperación.

¿Qué sucede con aquellos proyectos financiados por error? Uno podría decir que no habría mayor problema porque se ha materializado recursos escasos, pero este argumento se queda corto porque además de que la deflación permitiría identificar aquellos proyectos sin demanda, estos podrían ser paralizados oportunamente para liberar recursos y dirigirlos hacia aquellos que sí son viables, momento en que el mercado se encargaría de detectar nuevas oportunidades de beneficio… señal de la recuperación.

La caída sostenida de los precios no deprime la economía, no deprime la producción, y la contracción del crédito no conduce a las recesiones hacia una depresión. Ciertamente, para entender algunos casos de la teoría económica, todo lo que uno tal vez necesita es mayor sentido común.

Publicado en Semanario PULSO, Los Tiempos y Hoy Bolivia.

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