El tiempo parece pasar cada vez más rápido en la Eurozona. Desde que en un principio Grecia se presentaba como el problema más serio y la mayor amenaza para la moneda del euro, la Unión Europea no ha logrado evitar en más de tres años de crisis que al retrato heleno hoy se sume España, pero además en un escenario en el que se ha agotado toda posibilidad de que las reformas estructurales necesarias sean aplicadas antes de que sea demasiado tarde y sea la bancarrota la que intervenga: Grecia todavía puede elegir, España es un caso bastante más serio.
Grecia ha echado a George A. Papandreou del máximo cargo de su país (quien todavía es presidente de la Internacional Socialista) para remplazarlo por la izquierda radical de Syriza y el nacional socialismo de Amanecer Dorado, pero para el contexto de la crisis europea ha postergado toda posibilidad de reforma a la espera de alguien como François Hollande, un líder europeo también socialista con mayor decisión y peso para preservar el Estado de bienestar que, si bien los ha llevado a la quiebra, también les permitiría seguir viviendo de la generación de riqueza alemana.
España echó a Rodríguez Zapatero (ZP) y al Partido Socialista Obrero Español, pero para que, por el contrario, sea remplazado por Mariano Rajoy y el conservador Partido Popular a la espera de que finalmente se implementen las reformas que los primeros habían evitado. Pero no obstante de haber tenido una cantidad de tiempo por demás considerable para elaborar una estrategia, el inmejorable apoyo mayoritario de 186 escaños en el Parlamento y de incluso contar con el trabajo de un economista como Luis de Guindos, quien parecía conocer algo de la naturaleza del problema, Rajoy lo ha echado todo por tierra al incrementar impuestos que prometió no incrementar, al incumplir el objetivo de reducción de déficit que a Bruselas prometió reducir y al aplicar las medidas que al mismo ZP y al último candidato socialista Rubalcaba tanto les criticó durante nueve años y tres elecciones consecutivas. Tamaña chapuza a tan sólo una semana de ser elegido.
Pero ya son seis meses que Rajoy lleva de Presidente de Gobierno y todavía no ha sido capaz de advertir que Grecia es la evidencia más gráfica de que las medidas de mayor gasto y control financiero que la reunión del G-20 acordó aplicar en 2008 y en la que ZP participó, han sido un bochornoso fracaso; no ha sido capaz de ver que el problema no es la insuficiencia de ingresos fiscales, sino el gasto público; no ha sido capaz de advertir que Grecia es el futuro casi inmediato de España al postergar la austeridad, reforma y consecuente pago al buscar el primer, segundo y casi tercer rescate, y que cuanto más se haya postergado el inevitable pago, cuanto mayor habrá sido la crisis.
Y no sólo posterga el inevitable pago, sino que además prolonga la agonía y profundiza la crisis cuando junto a Hollande invoca la intervención del Banco Central Europeo, un ente cuyo único y simple mandato de control de inflación es ya quimérico por definición, y que al no tener facultad alguna para fungir como prestamista de última instancia para el rescate de la banca o de los Estados miembros, mucho menos puede desempeñarse como motor de crecimiento económico. ¿Es que este pequeño detalle fue un simple olvido en su constitución, o es que al ser copia del Bundesbank alemán se advirtió la perversidad de aquel mecanismo como recordatorio de su experiencia hiperinflacionaria de los años 20? ¿Es que acaso no fue suficiente con transgredir el Tratado de Maastricht para ahora hacer lo propio con la constitución del BCE, para seguir gastando más dinero ajeno del que nunca se tuvo y acumulando crédito que jamás se podría honrar?
Notable que Rajoy no quiera reconocer que el problema es él cuando la desconfianza en su gobierno y la percepción de pérdida de valor es cada vez mayor: al cerrar el mes de mayo, la prima de riesgo alcanzó el máximo de 540 puntos desde que España ingresó en la eurozona; el tipo de interés del bono a diez años cerró muy cerca del máximo de 6.7%; el Ibex cerró en un mínimo de 6100 puntos, nivel muy por debajo del inicio de su operación en 2003; y Merkel terminó por rechazar la propuesta de que España termine arrastrando a Alemania al lastre de su situación.
Mariano Rajoy tiene que hacer sus deberes aunque no le guste, y aunque no entienda que para crecer los recursos necesitan capital para que sean encontrados y desarrollados, que las mejoras tecnológicas sólo pueden ser aplicadas a la producción a través de la inversión de capital, que las capacidades empresariales actúan sólo a través de la inversión, que un incremento de la oferta de trabajo es relativamente independiente de sus consideraciones económicas de corto plazo, y que, por tanto, el único camino viable para el crecimiento no es lastrando la prosperidad con el incremento de impuestos o el incremento del consumo y el gasto, sino a través del aumento del ahorro y de la inversión privada.
Artículo publicado en Página Siete y Los Tiempos.