La desdolarización internacional avanza

Aunque relativamente desapercibido, el análisis latinoamericano sobre la Gran Recesión jamás había resultado más útil. Los analistas de la región que más crisis económicas habían atravesado en tiempos de paz durante todo el siglo XX tenían mucho que decir. Muchos incluso llegaron a advertir que la manera en que Estados Unidos y la Unión Europea trataban la explosión de sus burbujas inmobiliarias constituía un error tan grave que corrían el peligro de “latinoamericanizarse”, tratando de establecer la relación con los momentos de mayor inestabilidad económica de la región durante la década perdida de los años 80.

desdolarizaciónBolivia también tiene qué decir, sobre todo ante las perspectivas de agravamiento de la crisis internacional. Los bolivianos recuerdan los años 80 con una sola palabra que provoca temor, sobre todo respecto de la permanente posibilidad de que un episodio similar se volviera a repetir. La palabra es “desdolarización”. En un intento desesperado por saldar cuentas y al mismo tiempo disipar la presión popular, el gobierno emitió un decreto que a la vez que obligaba a sus ciudadanos a celebrar contratos denominados únicamente en moneda nacional, acudió a la prerrogativa de producir dinero sin respaldo del Banco Central para financiar el 40% de la deuda pública en un solo acto. Este uno de los principales errores que provocaron la crisis más severa de la región con una hiperinflación del 25.000%.

La depresión boliviana finalmente fue solucionada en tres meses con agresivas reformas estructurales orientadas al sistema de mercado, pero fundamentalmente cuando por fin se decidió establecer una subasta de dólares estadounidenses al público. Sin embargo, a pesar de que actualmente la situación económica en Bolivia parece ser inmejorable, sobre todo distando tanto de la venezolana o la argentina, el escenario internacional se está tornando tan complejo como el de Bolivia en los años 80. El mundo ha entrado en un proceso cada vez más acelerado de desdolarización.

Con la idea de implementar el Estado de Bienestar europeo en bancarrota, nacionalizar la banca en 2008 e incurrir en un nivel de gasto estatal nunca antes visto para estimular su economía, Estados Unidos ha incrementado su deuda en tal dimensión que ha empezado a envilecer su moneda de la misma manera que Bolivia lo hizo hasta 1985. Ya lo decía Greenspan. Cuando se le preguntó en un programa de televisión de la cadena MSNBC, si todavía era seguro invertir en bonos del Tesoro luego de la rebaja de calificación crediticia soberana en agosto de 2011, sostuvo: “Estados Unidos puede pagar cualquier deuda que tenga porque siempre puede imprimir dinero para hacerlo. Por lo tanto, la probabilidad de incumplimiento (del pago de la deuda) es nula”. Insólito.

De esta manera, no sólo es que la confianza del público que respalda el dólar como vehículo de reserva de valor relativa se va desvaneciendo rápidamente, sino que, al mismo tiempo, las potencias más importantes del globo han ido adquiriendo cantidades insospechadas de oro como única alternativa durante la Gran Recesión; el envilecimiento del dólar no significa más que terminar con su rol de moneda internacional de reserva, a la vez que el inicio del fin del estándar del papel moneda.

Actualmente países como Hong Kong ya se preparan para terminar con el anclaje de su moneda al dólar estadounidense, así como ya se observan importantes bancos internacionales aceptando giros comerciales en yuanes chinos en la Unión Europea. Suiza, por su lado, se prepara a celebrar un referéndum para repatriar el oro que tiene en Nueva York e incrementar el mínimo de reservas requeridas del mismo.

De la misma forma, el intervencionismo internacional estadounidense está provocando que sus adversarios políticos tradicionales también hayan empezado a establecer acuerdos comerciales de largo aliento denominados en monedas distintas del dólar estadounidense, como entre Rusia y China, que podrían incluso establecer sus intercambios en yuanes respaldados en oro, aunque sea parcialmente.

Por si fuera poco, la Administración Obama podría haber dado la estocada final sobre uno de los principales pilares que sostenía su moneda. Cuando Nixon abandonó el último vínculo de su moneda con el patrón oro en 1973, se buscó sostener el carácter del dólar como moneda internacional de reserva a través un acuerdo con Arabia Saudita: a cambio de seguridad en el vecindario de Medio Oriente, la cotización internacional del petróleo debía denominarse en dólares. Sin embargo, gracias a la latinoamericana idea de los años 50 de ser autosuficientes en materia energética, Estados Unidos está reduciendo su consumo de petróleo producido en el exterior, a la vez que provoca una caída de sus precios y los saudíes cortejan nuevas relaciones con China e incluso Rusia.

Para ilustrar este proceso internacional de desdolarización que Estados Unidos está causando con su mentado programa de Quantitative Easing, en el año 2000 el mundo estaba dolarizado en un 70 por ciento, pero hoy, 15 años más tarde, las reservas internacionales denominadas en dólares son de alrededor del 60 por ciento. El problema no es reciente, ni se agravará de la noche a la mañana, pero tampoco es difícil advertir que para que las reservas internacionales denominadas en dólares alrededor del globo pasen a ser del 49 por ciento no tendrían que pasar necesariamente otros 15 años; el Gobierno estadounidense está haciendo absolutamente todos los méritos como para que el público termine de perder su confianza.

Pero no vaya a equivocarse, el hecho de que el dólar termine con su estatus de moneda internacional de reserva no quiere decir que la mejor idea para mitigar el impacto de haber contraído deudas en tal moneda sea el retorno a las monedas nacionales. Es cierto que la dolarización en naciones como Panamá, El Salvador o Ecuador ha permitido un desempeño notablemente superior al pasado inmediatamente anterior con sus monedas nacionalizadas; el objeto es impedir la inestabilidad que causa cualquier envilecimiento monetario. No obstante, tampoco es menos cierto que toda deuda denominada en dólares e incluso sobre el estándar del papel moneda provocaría un auténtico caos financiero si acaso se registrara un abandono repentino del dólar, así como una huida simultanea del público en general hacia valores reales significaría un shock en el mercado de metales, particularmente del oro.

Hoy gran parte de América Latina está repitiendo los mismos errores de su década perdida con niveles alarmantes de inflación de Venezuela y Argentina, y Brasil ha postergado una corrección en su economía para justificar su política cambiaria mucho antes de que la Reserva Federal haya siquiera considerado incrementar las tasas de interés de corto plazo. Países como Bolivia deberían advertir este problema por conocimiento de causa, incluso Greenspan lo está haciendo al sostener que el oro es el dinero más importante que puede tener actualmente, pero en cambio ha decidido intensificar la nacionalización de su moneda para que cuyo valor sea fácilmente manipulado. ¿En qué moneda honrará sus deudas si acaso llegara el momento en que nadie acepte dólares? ¿Establecerá trueques internacionales con su gas? Lentamente, pero el tiempo se agota.

Mauricio Ríos García es presidente de Crusoe Research y analista internacional de SchiffOro.com

Atículo publicado en SchiffOro y PanAm Post.

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