Del polémico crecimiento boliviano

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Han pasado unos días ya desde que la Cepal, el Banco Mundial y el FMI reportaron sus proyecciones con perspectivas a la baja del 4,4%, 4,1% y 4% de crecimiento del PIB de Bolivia en 2015 respectivamente, frente al 5% oficial. La discusión relativamente reciente que la diferencia de más de un punto porcentual entre los reportes ha provocado, se establece en torno a si los datos oficiales son creíbles o no, pero a pesar de que la discusión sería razonable, podría no reflejar el serio problema que verdaderamente implica.

No es para menos que el debate sobre el crecimiento de Bolivia sea objeto de polémica. Aunque ya a la baja, se trata del crecimiento más elevado de la región, hecho que a la fanfarria oficialista incluso le ha permitido decir que “el modelo va viento en popa”, o incluso que la economía boliviana se encuentra “encaminada a ser una potencia continental”.

Primero, la discusión sobre el crecimiento en Bolivia empezó solamente cuando se registró la caída petrolera a mediados de 2014 y no cuando empezó su desaceleración al menos un año antes. Y segundo, que el debate debería estar enfocado no respecto de su fiabilidad, sino de qué es lo que hace que una economía crezca de manera sana y sostenida.

Por un lado, es cierto que la economía de Bolivia depende de sus exportaciones de hidrocarburos en más de un 80%, pero antes de este hecho primero se nacionalizó el sector en 2006, y con ello el Estado fue ganando cada vez más atribuciones y competencias sobre la economía. De esta forma se fue desplazando la libre iniciativa privada, única capaz de generar valor en la ejerciendo libremente su capacidad de identificar oportunidades de solucionar problemas antes que nadie; cada centavo que el Gobierno ha gastado, es un centavo que un empresario ha dejado de invertir cualitativamente.

Por el otro lado, la pregunta fundamental sobre el crecimiento debería ser sobre si es o no sostenible, y no sobre cuán abultado es, o peor aún, si en realidad se trata del reflejo de uno de los estímulos monetarios y crediticios del gasto y el consumo más espectaculares que ha habido nunca en el país, y que, por tanto, la actual desaceleración podría significar solamente el preludio de un auténtico reventón burbujístico como consecuencia.

Este es un problema que se ha venido arrastrando por cuanto más se ha insistido en la idea de que la desaceleración de ya dos puntos porcentuales del PIB desde mediados de 2013, tiene su causa en una falta de demanda de consumo, cuyo responsable sería el empresariado privado, y no en un exceso de oferta fundamentalmente monetaria y crediticia, cuyo responsable es el mismo Gobierno.

Pero veamos. La nacionalización de los hidrocarburos de 2006 coincidió con el auge de materias primas. Esta primera fuente de ingresos significó mayor gasto en manos del Estado, que se tradujo en una serie de proyectos sin demanda real efectiva de mercado, y que a la postre no significan más que destrucción de capital y perpetuación de la pobreza. Sin embargo, sin haberle sido suficiente gastar cuanto hubiera por exportaciones, se emprendió la carrera del endeudamiento como segunda fuente de ingresos.

Además, siendo el Gobierno Central quien determina la política económica también para las empresas privadas que aún cuentan con espacio para la inversión de corto plazo, como tercera fuente de ingresos se fue nacionalizando la moneda y expendiendo el crédito mediante la reducción arbitraria de las tasas de interés hasta el 0%, el nivel más bajo de toda la región. De esta forma, los empresarios fueron inducidos a emprender una serie de proyectos a imagen y semejanza de los públicos, sin demanda real efectiva de mercado. (Valium)

Ojalá así no fuera, pero si la desaceleración eventualmente termina convirtiéndose en recesión en Bolivia, ésta estaría caracterizada por la necesidad de corregir todos los errores cualitativos de inversión que el Gobierno cometió e indujo a cometer durante la etapa del auge. Actualmente, en el país se viene instalando un tímido debate sobre la pertinencia de aplazar esta corrección natural del mercado mediante la devaluación cambiaria, a cambio de agravarla. Sin embargo, lo lógico para asumir esta corrección sería dar marcha atrás toda iniciativa que desde hace ya diez años ha estado orientada a que el Estado se haga cargo de la economía, empezando por la nacionalización de toda fuente de ingresos.

Artículo publicado por el Instituto CATO.