Bolivia, sin aprender la lección

Son pocos quienes han advertido que la etapa del auge de Bolivia en realidad podría haberse caracterizado por una auténtica burbuja. Pero antes de saber si explota o se desinfla inevitablemente, veamos cómo se ha derivado en contexto.

El incremento de la cotización de commodities se registra a partir de 2003 no solo con el incremento de demanda de India y China, sino con el estímulo monetario más grande que la Reserva Federal había establecido hasta ese momento a raíz de la recesión que el ataque a las Torres Gemelas en 2001 agravó, y justo cuando -dicho sea de paso- Krugman recomendaba a Greenspan reemplazar la burbuja de las puntocom con la burbuja inmobiliaria.

Para entonces Bolivia se encontraba en uno de los momentos de mayor inestabilidad generalizada (social, política y económica) al menos desde los años 80, pero con el incremento sostenido de ingresos por exportación de commodities, en 2004 se inicia el proceso de nacionalización de la moneda, y no mucho más tarde, en 2005, se establece la Ley Nº 3058 del IDH, un mecanismo de transferencia directa de ingresos que provoca la carrera del gasto a manos llenas entre los distintos niveles de administración pública. ¿Primeras consecuencias? La hipertrofia del aparato público burocrático a expensas del sector privado generador de valor a través de inversiones rentables.

En 2007, cuando la burbuja inmobiliaria explota en EEUU, China e India empiezan a desacelerar y reducir su demanda, pero Bernanke inicia el programa de compra de activos tóxicos de la banca (monetización de deuda al más puro estilo del BCB hasta 1985) más grande que el mundo jamás haya conocido. ¿Las primeras consecuencias? El rebote de los commodities antes de que cayeran por debajo del promedio desde 2003 hasta entonces.

Como resultado, entre 2007 y 2008, Bolivia no sólo se atribuyó el efecto de la política de compras de la Fed sobre los precios internacionales, sino que decidió apostar (y a obligar a toda la población a correr con el mismo riesgo), por el incremento sideral del gasto público, que aún depende directamente de los precios internacionales, y además estimular decididamente el sector privado induciéndolo al consumo y el sobreendeudamiento, para generar burbujas demasiado similares a la inmobiliaria de EEUU y la Unión Europea.

Sólo como ilustración, en Bolivia existe una cantidad incalculable de proyectos ruinosos fundamentalmente de infraestructura, que mientras eran construidos reportaban indicadores agregados de crecimiento muy pocas veces experimentado, pero que más tarde solamente significan destrucción de capital y –esperemos que no- perpetuación de pobreza.

Pues hoy el globo parece entrar nuevamente en recesión con el petróleo, Deutsche Bank, China y los emergentes en su conjunto antes de que Occidente lograse recuperarse. ¿Cuál es el factor agravante? Que al no tener más espacio de maniobra para el consumo, gasto y endeudamiento, los gobiernos y organismos internacionales como el FMI en su conjunto podrían establecer nuevas medidas a la desesperada, con un amplio margen de peligrosa improvisación: reforma monetaria y financiera internacional, tasas de interés negativas y otra batería de disparates.

Pues que este agravamiento de la crisis económica internacional reduce considerablemente la posibilidad de establecer políticas drásticas sin un sobresalto político y social consecuente en Bolivia. A partir de mediados de 2013, cuando el mercado empezó a detectar toda la mala asignación de recursos públicos y todos los errores cualitativos de inversión privada durante la etapa del auge, la economía se desacelera en busca de corrección generalizada.

Peor aún, a mediados de 2014 los precios internacionales caen de manera sostenida sin que la Fed hubiera terminado con su programa de estímulo; el mercado simplemente se saturó. Lo lógico sería que con tal caída se redujera el gasto, el consumo y el endeudamiento en la misa proporción, y, por tanto, que el aparato público se redujera de manera considerable para abaratar la inversión privada, y que sea esta la que encuentre nuevas oportunidades de beneficio y crecimiento de largo plazo como resultado, pero lo que se está haciendo es exactamente lo contrario, tratando –sin éxito alguno y a la desesperada- de evitar que la economía se corrija con cada vez más y mayores rigideces laborales y productivas.

¿En qué cabeza cabría cometer (e inducir a cometer) los mismos errores de asignación de recursos que provocaron y ahora agravaron la Gran Recesión? Por el momento sólo cabe advertir que cuanto más se pretenda negar o incluso evitar la etapa de liquidación y ajuste de la economía, mayores serán las consecuencias generalizadas. A dónde vamos.