Simplemente no hay manera de que una institución de planificación central sea independiente de lo que políticamente se determine. La discusión sobre la independencia de la banca central resulta estéril en tanto sea su propia naturaleza la que constituya un problema para las instituciones espontaneas de la moneda, el crédito y de la intermediación financiera entre quienes ahorran y quienes invierten. Quienes determinan las políticas monetarias se encontrarán siempre con las mismas dificultades para contraer, expandir o dejar inalterada la masa monetaria en relación a lo que reclama el mercado; los errores serán cometidos también de manera independiente. Lo que verdaderamente importa es discutir la finalidad de su propia existencia.
La existencia de la banca central ha sido estimada desde siempre, cuyo antecedente más remoto es la constitución del Banco de Inglaterra en 1694 como mecanismo para financiar el déficit de la Corona y cuyos accionistas eran los miembros del Parlamento, lo que pone en evidencia también la relación existente con distintos grupos políticos y empresariales con poder de lobby; pero lo cierto es que nació en la mayoría de países durante el Siglo XX, cuando se ha registrado algunas de las mayores crisis económicas de la historia y cuando, al mismo tiempo, estos entes emisores no sólo han sido incapaces de cumplir con los objetivos para los que fueron creados, sino que además son quienes -en vez de suavizarlo como se les dictamina- generan el ciclo económico toda vez que la inestabilidad de la economía estriba en excluir del mercado su mecanismo estabilizador más importante: la moneda.
Pero no se puede hablar de banca central en tanto no exista correlato con la crisis internacional. Desde su desenlace en 2008 y erróneamente apuntada a la falta de regulación bancario financiera, los economistas difícilmente han podido explicar cómo es que se está pasando de un problema deflacionario o relativa baja inflación, a una situación de alta inflación y elevadas tasas de desempleo. Tanto keynesianos como monetaristas han obviado, por un lado, cambios en los precios relativos y que el desempleo y la hipertrofia productiva se extienden de manera uniforme en toda la economía; y, por el otro lado, que una brusca reducción de las disponibilidades líquidas (la que sería la causa única de las depresiones) afectan a un nivel general de precios sin consecuencias productivo estructurales.
Desde ambas corrientes teóricas se ignora que los actuales estímulos monetarios más grandes de la historia de la humanidad no son neutrales y que en realidad afectan toda la estructura productiva. El nuevo dinero está llegando al mercado previa reducción arbitraria de las tasas de interés, enviando señales sobre un ahorro disponible mayor al que verdaderamente existe, construyendo la falsa imagen de unos proyectos empresariales que de otra manera no serían viables y cuyos cálculos justifican la toma de riesgos. Entonces se habrá creado un boom que más tarde deberá volver a colapsar cuando los precios relativos (y no generales) tiendan a mostrar que debe darse un ajuste, aunque el pasivo de aquellos proyectos en el banco sigan siendo los mismos.
Durante los últimos días, gracias a la insistencia parlamentaria por auditarla y algunas de las propuestas por volver al patrón oro clásico de al menos dos candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos, el rol de la banca central está siendo discutido por primera vez en 99 años, lo que ha forzado al titular del ente emisor, Ben Bernanke, a ofrecer una serie de argumentos en la Universidad de Washington frente a la existencia de la institución que dirige, no en función de si aquella debiera o no ser autónoma, autárquica o alguna otra exquisitez con la que los economistas cómodamente intelectuales les gusta distraerse. Panamá, por mandato constitucional, ha prescindido por más de cien años del sistema de banca central, la emisión de moneda de curso forzoso y el control las tasas de interés, ejemplo que acertadamente han copiado países como Ecuador y El Salvador para consolidar gran parte de la estabilidad y crecimiento económico de largo plazo.
Siendo la moneda el campo de la economía menos estudiado y sobre el que menos se ha escrito, se ha cometido errores metodológicos tan grandes y el desconocimiento teórico ha sido tal que, en vez de que –como diría Popper- nos una más la infinita ignorancia en la que estamos inmersos, que el muy escaso conocimiento que poseemos, se le ha permitido a la coactiva planificación central cometer los mismos errores de descontrol financiero y distorsión monetaria que han desembocado de manera recurrente en recesiones económicas. Es por eso que el aspecto monetario también se convierte en el área más trascendental de la economía en tanto no sea concebida como un genuino y espontáneo proceso social de cooperación, pero no vaya a ser que, al igual que con la relación Estado-Iglesia, se tarde 200 años en terminar con la relación Estado-moneda.
Artículo publicado en Página Siete, Los Tiempos y Hoy Bolivia.
Interesante propuesta. Deberiamos comenzar por cerrar el sistema de la Reserva Federal. Asi nos ahorramos la molestia de cerrar bancos centrales irrelevantes.