Madrid.- Desde la estanflación de los años 70 se había dado por difunta la teoría keynesiana y las graves equivocaciones sobre las causas de las crisis económicas. desde el inicio de la Gran Recesión en 2007 y 2008, los viejos keynesianos se frotaron las manos con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca y frente a una nueva oportunidad de que el Estado socializara todavía más la inversión. dado que las recesiones -aquellos suponen- se deben a que la gente deja de gastar, lo necesario es estabilizar el nivel de gasto; si el gasto es insuficiente como para absorber la producción a los precios actuales, entonces se cerrarán empresas y despedirán trabajadores; si el gasto es superior al necesario para absorber toda la producción, se generará inflación. ésta es la miope teoría que está llevando a la economía mundial a un lugar más profundo del que pretendía sacarla, y que ha tenido a los mercados bursátiles a los sobresaltos durante los últimos meses.
Desde el 31 de julio de 2012 se ha escuchado hablar sobre el abismo fiscal, y la opinión generalizada que se tiene sobre el mismo todavía no se ha acercado a la verdadera dimensión del problema. Hasta el último mes del pasado año, republicanos y demócratas no habían sido capaces de acordar un límite de deuda, pero sí han podido, a lo largo de los años, acordar que las futuras generaciones se endeuden de manera insostenible y sin al menos consulta previa.
Cuando el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, utilizó el término de abismo fiscal lo hizo para referirse al ajuste de las cuentas públicas que tendría que darse el primer día de 2013, y que comprenden el incremento de impuestos en un 4% del PIB, es decir, un ajuste de alrededor de 450 mil millones de dólares para financiar el gasto del Estado para apuntalar la economía. El temor generalizado es que EE.UU. vuelva a entrar en una marcada recesión en el corto plazo, arrastrando al resto de economías mundiales generándose finalmente una depresión.
Resulta que ya fracasadas las políticas del intervencionismo, no importa si las cuentas públicas muestran no una falta de ingresos públicos, sino un exceso de gastos, los sectores más ricos de la población constituyen un fondo inagotable de reservas para el discurso de lucha de clases del Partido Demócrata; es un propósito ideológico de lucha contra los ricos, cuento que el Partido Republicano, más allá de su retórica, ha comprado. Sorteando la bancarrota en el medio plazo, ésta es interpretada de tal forma que, lejos de haber solucionado el problema, ha vigorizado el prestigio del dogma, aquel que a diferencia del particular, el Estado no necesitaría ajustar sus gastos a sus ingresos efectivamente obtenidos, y podría además mantener las cuentas públicas en descontrol de manera indefinida.
Incrementando impuestos no se soluciona problema fiscal alguno, sino reduciendo el gasto, y con el camino que el Congreso de EE.UU. ha tomado, por cada dólar de gasto hay 43 dólares de incremento de impuestos. Aunque esto también significa el mayor incemento de impuestos sobre los más ricos en los últimos 20 años, la administración Obama habrá acumulado de todas maneras un déficit mayor que el de todos sus antecesores en el cargo juntos, desde George Washington hasta George W. Bush, así como Bernanke habrá monetizado parte de la deuda pública expendiendo la base monetaria en más del doble que todos sus predecesores juntos. Ante la persistencia de querer gastar dos veces el mismo dólar y atacar a todo desventurado con la ocurrencia de ahorrar frente a lo incierto, solamente se está empujando la economía estadounidense del crecimiento lánguido al estancamiento inflacionario, como en los años 70.
La única buena noticia es que, a diferencia del europeo, el esquema productivo estadounidense es todavía solvente al ser la innovación, productividad y relativo bajo nivel de impuestos su mayor activo. Así, algunos problemas -aunque no el principal: la Reserva Federal- ya se han ido corrigiendo desde el inicio de la crisis hace cinco años: los precios de burbuja que sufrió el sector inmobiliario han bajado considerablemente; los trabajadores han ido trasladándose independientemente de sectores poco productivos a sectores de mayor necesidad productiva; y las empresas y familias habrían reducido su endeudamiento e incrementado su solvencia también de manera considerable.
La mala noticia es que para honrar deudas EE.UU. tiene que crecer de manera intensa, y las políticas de los últimos cuatro años lo están impidiendo. Si este ritmo de gasto y endeudamiento continúa durante cuatro años más, no importa hoy discutir sobre el 4% de la deuda del PIB, la deuda pública estadounidense alcanzaría un nivel de casi 150% del PIB. Así, la incertidumbre se cierne sobre la primera economía del mundo cada vez que se posterga el ajuste reduciendo el tamaño del Estado, y en cambio se insiste en apostar su futuro a una sola carta como mal lo viene haciendo Japón por ya 20 años, endeudándose a más del 200% del PIB y empobreciéndose con una caída del PIB del 1.6%.
Artículo publicado en Foro para una Nueva Economía.