Para empezar quiero decir que es una satisfacción acompañar en esta testera a profesionales de tan buena factura, algo por lo cual estoy agradecido con Fundación Milenio. Ya son 4 años los que han pasado desde que Napoleón Pacheco y Roberto Laserna me invitaron a formar parte del cuerpo académico, y son cada vez más frecuentes las veces en que estoy de este lado de la testera.
En esta oportunidad no me toca comentar el libro, sino hacer un breve comentario introductorio de carácter doctrinal para el debate que Fundación Milenio acaba de plantear entre estatismo y liberalismo en general, y entre los períodos del evismo y el gonismo que en particular comentarán nuestros panelistas, sobre todo de cara a algunas de las reformas estructurales más importantes que están por darse en el país. Algunas de las cosas que voy a decir va a sorprenderlos, pero con esto no quiero comprometer ni a Milenio ni a la Universidad Privada Bolivia.
Lo que primero invade mi pensamiento al leer el título del libro y la problemática que éste plantea entre un período y otro, es la pregunta obligada respecto de si en Bolivia o en cualquier otro lugar del globo ha gobernado realmente el liberalismo para siquiera ser evaluado en cuanto a sus resultados.
El libro busca identificar el gonismo con el liberalismo, y el evismo con el estatismo para luego inclinarse a favor de uno u otro período, pero lo que de entrada puede decirse del primero es que ha sido ya tradicionalmente identificado no con el liberalismo, sino con el neoliberalismo, una laxa definición con la cual dicho período jamás se ha manifestado en desacuerdo.
El neoliberalismo no es más que lo que F.A. Hayek hubiese llamado una weasel word, a saber, “una figura retórica por la cual se busca pervertir el sentido original del concepto y asimilarlo con otras ideas ajenas con el propósito de desacreditarlas en el mercado político”.[1]
Desde luego que se trata del escuálido ingenio al que los enemigos de la libertad recurren para pervertir el término intelectualmente, un adjetivo sin significado que a lo mucho podría ser explicado solamente por la capacidad de imaginación de quien utiliza aquel adjetivo, identificándolo forzosamente, además, con el decálogo del Consenso de Washington para no delatar su superficialidad argumental.
Para ir abordando esta problemática, es necesario decir que, aunque quienes han intentado ir un poco más allá identificando la paternidad del neoliberalismo en Milton Friedman con el derrumbamiento del keynesianismo en los años 70, y en Hayek con la fundación de la Mont Pèlerin Society en 1947 impulsada por la popularidad de su Camino de Servidumbre, por desgracia también han identificado aquella paternidad intelectual en Ludwig von Mises, un prominente economista a cuyas ideas me adscribo irreparablemente.
Y podría ser cierto, a pesar de que Mises sostuviera en cierta oportunidad que sus integrantes no eran sino un montón de socialistas, él sostenía cierta relación con la Mont Pèlerin Society, pero eso no lo convertía en un neoliberal. De hecho, la referencia más cercana que se tiene respecto de un antes y un después en cuanto al pensamiento liberal es aquella a la que Mises se ha referido con älteren Liberalismus o liberales clásicos, y neuen Liberalismus o pseudo liberales, es decir, un antes y un después marcado por la teoría subjetiva del valor de Carl Menger en su Principios de Economía Política de 1871, obra que, por cierto, dio inicio a la Escuela Austríaca de Economía. Ahora, el que todo economista que no se suscriba a los fundamentos de la mencionada escuela sea o no un pseudo liberal, será parte de otro debate.
Mises ha sido relacionado con el neoliberalismo fundamentalmente porque, en su relación con la mencionada sociedad de intelectuales “liberales”, sus ideas influyeron directamente y también a través de su discípulo Wilhelm Röpke, nada menos que en Ludwig Erhard al propiciar el Milagro Económico Alemán de la posguerra. Pero no obstante de este hecho histórico casi como irrefutable evidencia en contra de la economía planificada, Mises jamás manifestó simpatía ni con la sociedad fundada por su discípulo Hayek, ni aquella empeñada en encontrar la cuadratura del círculo en aquel engendro denominado “Ordoliberalismo” o “Economía Social de Mercado”.
Ahora bien. Hasta aquí,[2] -y este es mi desafío hoy- lo que busco en esta oportunidad no es necesariamente establecer las principales diferencias entre liberalismo y neoliberalismo, puesto que indistintamente de que el segundo tuviera o no raíces en el primero, al ser vencida su corrupción teórica, su defensa aún equivaldría a tener que defender una doctrina (sí, la del liberalismo) cuyos fundamentos teóricos adolecen de profundas e irreparables contradicciones lógicas, lo que se busca, sino, es plantear un desafío que en la tradición de Ludwig von Mises y su concepción dinámica del proceso de cooperación social, implica defender de manera irrestricta o hasta las últimas consecuencias los derechos de propiedad. Sí, esta vez establecerse con claridad y antes y un después en el pensamiento liberal, al menos en Bolivia, lugar donde este debate nos ocupa hoy.
Aunque en apariencia sea una contradicción, mi objetivo en esta oportunidad es manifestar mi apostasía, mi renuncia nada menos que al liberalismo en consecuencia de mi profunda convicción sobre las virtudes de la libertad. Y es que si bien ha sido Ludwig von Mises quien indiscutiblemente ha defendido los derechos de propiedad privada con el mayor rigor intelectual, habiéndole valido esto ser considerado hoy no sólo como el último liberal, sino además haber sido también el mejor economista del siglo XX al haber planteado los debates más importantes nunca para la Ciencia Económica como el que inició con El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista de 1920, hoy ya no cabe defender la libertad sino en la definición y concepto más estricto de este austríaco perseguido por el nacional socialismo.
Para este prominente intelectual austriaco, la definición de liberalismo puede ser resumida en un único término: propiedad privada. Al mismo tiempo, para Mises, el Estado no es más la legalización de la violencia, y su única función es la defensa de la vida y la propiedad a través del sometimiento de todo elemento antisocial. En cuanto al resto, el gobierno es “el empleo de hombres armados, policías, gendarmes, soldados, guardias de prisiones y verdugos. La característica esencial del gobierno es el cumplimiento de sus decretos por medio de golpes, asesinatos y encarcelamiento. Los que están pidiendo más intervención del gobierno están pidiendo, en última instancia, más compulsión y menos libertad.”[3]
Todo esto es cierto en Mises, pero para quienes no lo hayan leído in extenso y sostengan que no haya sido un extremista en cuanto a principios, él jamás hubiese dudado en que el objetivo último de la libertad sea en realidad la secesión, o sea, asumir las implicaciones del idearios de libertad hasta las últimas consecuencias.[4]
En esta misma línea y la más fiel tradición miseana, cuando Jesús Huerta de Soto, el economista austríaco contemporáneo de habla hispana más importante, publicó su Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial en 1992, discutió la influencia de la caída del socialismo real con una particular referencia a la evolución del pensamiento económico, definiendo el socialismo como “todo sistema de agresión institucional al libre ejercicio de la función empresarial”,[5] en el entendido de que, con algunas excepciones, quienes defienden el ideal del socialismo lo hacen porque tácitamente asumen que su agresión sistemática institucional no sólo no afectará un cierto sistema de coordinación social, sino que al contrario, será mucho más efectivo.[6]
El mensaje originario de la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo de Mises era que toda intervención del mercado genera el efecto contrario al que quiere producir, es decir, el socialismo supone que la intervención del gobierno es lo que va a ajustar el mercado, que es imperfecto, a uno “perfecto”. El efecto de la intervención es exactamente el contrario, la intervención alejará al mercado como proceso mucho más de lo ya descoordinado que está como proceso dinámico. Es por esto que en realidad no puede dejar de afirmarse que el teorema de la imposibilidad del socialismo no es más que la teoría de la imposibilidad de la existencia del Estado.[7]
Lo que este teorema expresa, es que al existir un mundo subjetivo de valoraciones individuales o del tipo ordinal, y otro externo de estimaciones de precios de mercado fijados en unidades monetarias o del tipo cardinal, el vínculo o puente entre ambos sólo es posible a través de la existencia de dos instituciones: el dinero y el intercambio voluntario que establece precios de mercado cuya realidad histórica cuantitativa permite, finalmente, efectuar cómputos numéricos.[8]
Por contra, Huerta de Soto dice que “dada la naturaleza del ser humano, una vez que existe el Estado es imposible limitar su poder, porque la mezcla del Estado como institución monopolista de la violencia con la naturaleza del ser humano tales y como estamos hechos, es simplemente explosiva: el Estado impulsa y atrae como un imán de fuerza irresistible las pasiones, vicios y facetas más perversas de la naturaleza del ser humano que por un lado intenta evadirse de sus mandatos, y por otro aprovecharse cuanto pueda del poder monopolista del gobierno.”
Cuando Peter J. Boettke, otro de los exponentes más importantes de la Escuela Austríaca contemporánea, explicó como ilustración actual del fracaso de los gobiernos en proteger los derechos de propiedad a lo largo de la historia, tanto la manera en que el socialismo real y la Perestroika fracasaron fue precisamente por haberse impedido este vínculo del libre intercambio de bienes de capital: en seis años la propiedad privada sobre los medios de producción jamás fue decididamente reestablecida, los subsidios de consumo y producción jamás fueron eliminados del todo, los precios jamás fueron liberados del todo para ajustarse a las fuerzas de oferta y demanda, y el esquema impositivo jamás fue eliminado o siquiera tímidamente reducido.[9]
Lo que se está poniendo de manifiesto, entonces, no es otra cosa que la aplicación del teorema de la imposibilidad del socialismo a aquel auténtico órgano de planificación central de la moneda que es la banca central, institución que no surge a través de un proceso espontáneo y evolutivo, sino como consecuencia de la intervención deliberada de los gobiernos que, a fin de cuentas no es más que uno de los últimos ladrillos del Muro de Berlín.
Lo que estos entes planificadores hacen al, por ejemplo, fijar un máximo nivel de las tasas de interés (o al directamente eliminarlas), es mostrar a los inversionistas que la economía consta de mayor ahorro disponible del que realmente existe, enviando la señal equivocada a los empresarios de que todo nuevo negocio, por muy alocado y riesgoso que parezca, puede ser emprendido mostrando un retorno contable que de otra manera no sería posible, permitiendo, además, generar grandes auges económicos durante períodos de tiempo relativamente largos y que garantizan una situación de popularidad, dominio y capacidad de control. Sin embargo, más tarde, cuando el mercado llega a identificar el hecho de que toda la serie de inversiones realizadas por error en determinados sectores generalmente fomentados por el Gobierno central, no pueden ser terminados, debe darse el inevitable proceso de liquidación recesiva para reubicar los bienes de capital de la manera más rápida posible hacia aquellos sectores y proyectos donde sí son necesarios, que son demandados por el mercado y que por tanto sí serían legítimamente rentables.
Ya lo decía Mises por primera vez en 1912 (p. 338) cuando predecía nada menos que la Gran Depresión que siguió a los felices años 20: “[L]legará un momento en que ya no será posible seguir aumentando la circulación de medios fiduciarios. Entonces se producirá la catástrofe, con las peores consecuencias, y la reacción contra la tendencia alcista del mercado será tanto más fuerte cuanto más largo haya sido el período durante el cual el tipo de interés de los préstamos estuvo por debajo del tipo natural de interés y cuanto mayor haya sido el alargamiento de los procesos indirectos de producción no justificados por la situación del mercado de capital.”
Y esto es lo que precisamente sucedióen Bolivia hasta que tuvo su propia Perestroika con el 21060, pero incluso a pesar de que ésta sí funcionó, perdió una oportunidad única y cometió el más grave error de no garantizar que un episodio semejante no volviera a suceder en el país: mantuvo el nacionalismo monetario, el monopolio de emisión monetaria y, por tanto, otorgó el valor de la moneda nacional a manos del gobierno, quien obliga al público a utilizar la moneda nacional por mandatos coactivos mediante leyes de curso forzoso.
Cuando Jeffrey D. Sachs contó que el 21060 no tuvo verdadero éxito en detener la hiperinflación sino hasta que a los pocos meses, por un fuerte rebrote de la misma, volvió al país para proponer la venta al público de las escasas divisas de reserva (dólares estadounidenses) del Banco Central de Bolivia a cambio de la moneda nacional que acababa de emitir. El público no podía rechazar la oferta de una moneda cuyo valor estuviera alejado de la manipulación de gobiernos tan ineptos como el de la Unidad Democrática y Popular. Por fin, decía Sachs, “después de aquella escaramuza, la hiperinflación no regresaría jamás, ni siquiera como amenaza.” ¿Tendremos que esperar a que estos problemas vuelvan a manifestarse en el país para sostener que Mises siempre tuvo la razón?
Más tarde, aunque la serie de privatizaciones de las empresas estatales que llevaron al país a la bancarrota en 1985 fueron relativamente exitosas, fue el mismo Estado el que las saboteó. No se creyó que una privatización directa y absoluta pudiera con la censura popular, y entonces se optó por la privatización diferida o por pasos, estrategia mejor conocida como Capitalización. E incluso a pesar de tan ambiciosas reformas como las de la Ley de Participación Popular, la reforma del sistema de pensiones o el bonosol que hoy bien podrían servir tanto en Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, desde entonces el Estado no ha dejado de crecer hasta el punto de revertirlo todo.
Es cierto que la bonanza actual de Bolivia se debe en gran medida a las rentas de la actividad hidrocarburífera y minera (que a su vez se la debe nada menos que a Alan Greenspan y Ben Bernanke), pero también se debe en otra gran medida a la sola existencia del Banco Central de Bolivia que a pesar de las buenas intenciones que se tuvo en reformarlo a imagen y semejanza del Bundesbank alemán, todavía se mantiene como el órgano director que a través de su prerrogativa de expandir el crédito en el sistema financiero a través del encaje legal fraccionario o las operaciones de mercado abierto, incluso termina corrompiendo los valores morales de nuestra sociedad; de repente uno tiene acceso a cosas que jamás hubiera imaginado, sin hacer esfuerzos ni sacrificios de ningún tipo.
Para abundar en ilustraciones de este problema y además finalmente caer en cuenta sobre su verdadera dimensión, veremos que al impedir la correcta definición de los derechos de propiedad en cuanto a, por ejemplo, los recursos naturales, y al dejar su asignación en manos del Estado, se impide o se hace imposible su cálculo económico y, por tanto, estaremos condenados a sufrir la mala asignación actual de estos recursos, plasmándose en una sobreexplotación dañina del entorno que nos rodea.
Si contrariamente a lo que la teoría económica aún dominante sostiene por falta de una teoría del capital, el dinero de nueva creación, al tener efectos reales sobre la estructura productiva, permite que durante la etapa de auge artificial o “exuberancia irracional” como la actual, los empresarios se lancen a invertir en negocios relacionados a la mayor necesidad de capital que la explotación de recursos naturales implica, es decir, se está sometiendo a la economía un estrés de tal magnitud que alcanza incluso al medioambiente: se corta un número de árboles superior al que realmente hubiesen sido necesarios, se poluciona la atmósfera en una mayor medida de la que hubiese sido en circunstancias normales, se construyen edificios cuyo requerimiento de cemento se produce en una cantidad mucho mayor que la que se hubiera necesitado o la mercado realmente necesita, se extrae gas y petróleo en una cantidad que en circunstancias normales no se hubiera producido, y que, como vimos, muchos de ellos ni siquiera podrán ser finalmente culminados, destruyendo capital y reproduciendo y perpetuando la condición de pobreza del país, etc. etc. etc.
Por décadas se nos ha contado que el vínculo entre abundancia de recursos naturales, violencia y pobreza se debe a una maldición, pero es falaz decir que por el sólo hecho de contar con recursos naturales un país es pobre. Quienes empobrecen a los países son aquellos gobiernos que se aprovechan o establecen la falta de defensa de derechos de propiedad, creyendo decidir así el destino de aquellos recursos mejor que sus propietarios. No obstante, y si aún se insiste en establecer un vínculo entre el liberalismo y la economía con el esoterismo, la única maldición real es nada menos que el Estado.
En este sentido, a todos los economistas y liberales en general nos ha gustado caer, de una u otra manera, en la contradicción lógica de defender un gobierno limitado en la medida que evite o mitigue el impacto de una eventual caída de los precios internacionales. ¿A alguien se le ocurre que con semejante cotización al alza de las materias primas, no habrá individuo que quiera correr con aquel riesgo? ¿Por qué no permitírseles la libertad de elegir el riesgo que quieren correr? ¿O es que en realidad es sólo el Estado quien puede aprovechar de la elevada cotización de las materias primas? ¿Por qué el Estado obliga a sus ciudadanos a celebrar contratos en moneda nacional, cuando las materias primas que el país exporta cotizan en dólares? ¿No les parece al menos sospechoso?
Con el gobierno controlando la cadena de explotación del gas en Bolivia, se obliga a los ciudadanos a correr todos juntos el mismo riesgo. Probablemente una mayoría correría con los riesgos de depender única y exclusivamente del negocio hidrocarburífero con la volatilidad actual, pero la responsabilidad sería única y exclusivamente suya, y las consecuencias las asumirían solamente ellos y su entorno, pero hoy, sin saberlo, se obliga a todo el país correr el mismo riesgo en su conjunto sin consentimiento explícito previo.
¿Hasta cuándo será que el liberalismo del gobierno limitado siga siendo cómplice del Estado y su responsabilidad en la perpetuidad de la pobreza en aquellos países con relativa abundancia de recursos naturales? ¿Sería realmente distinto con la carencia de los mismos? ¿Hasta cuándo seguirán aceptando los economistas que sean los gobiernos y no los ciudadanos -sus propietarios- quienes sean los encargados de hacer lo que mejor crean conveniente con los recursos naturales? ¿Los problemas actuales del país se deben única y exclusivamente porque no es el liberalismo el que hoy gobierna? ¿Hasta cuándo serán igualmente cómplices los economistas de la síntesis neoclásico keynesiana del equilibrio, la competencia perfecta y la falaz teoría de los fallos del mercado o de los bienes públicos?
Como decía nadie menos que Rothbard, otro de los más grandes discípulos de Mises, aquí sólo hay dos conjuntos de bienes y servicios que proporciona el Estado, incluyendo el sector hidrocarburífero: ¡aquellos que hay privatizar y aquellos que hay que simple y llanamente eliminar!
Lamentablemente hoy se sigue planteando un debate utópico y sin sentido que jamás ha llevado a establecer con claridad el tamaño de Estado. Siempre se ha caído en terminologías tan ambiguas como las de un tamaño del Estado adecuado, apropiado, conforme, acorde, etc. etc. etc. pero mientras el liberalismo permanece discutiendo con la social democracia respecto de cuáles serían sus diferencias irreconciliables, todo Occidente se enfrenta a una crisis que con mucho puede llegar a ser la peor de su historia con el agravamiento continuo de la Gran Recesión, y Bolivia hace todo lo posible para sumarse a ella cometiendo nuevamente los mismos errores, como si la Ciencia Económica no hubiese tenido nunca qué decir desde la advertencia de Mises 1912 o su mencionado artículo de 1920.
Y es que Mises no sólo ha sido ignorado por la Ciencia Económica, probablemente porque el hacerlo implicaría hacerles caer en cuenta a los colegas economistas que, parafraseando nada menos que a otro minarquista como Hayek, su tarea no es más que la de demostrar a los hombres lo poco que realmente saben sobre lo que imaginan que pueden planificar, sino que quienes lo han interpretado desde el liberalismo clásico han fracasado porque en su objetivo finalmente aceptan el error fatal de un Estado imprescindible.
Finalmente, y para ir terminando, valga destacar el hecho de que lo bueno que tenemos hoy es fruto de lo que se hizo en el pasado, así como lo malo que tenemos hoy es también consecuencia de lo que no se advirtió en el pasado. Y de la misma manera, el futuro dependerá de lo que hoy empecemos a hacer de él. Si entonces el problema es el auge insostenible, y no la posterior, consecuente e inevitable recesión, lo urgente es terminar con esta burbuja antes de que su explosión sea todavía más grande, pero definitivamente no será el Estado el que termine con su propia fiesta.
Seguir pensando que es el Estado, siquiera en su mínima expresión, el que vaya a solucionar los problemas de este y cualquier otro país, significa volver a caer en la utopía del liberalismo de ayer, el liberalismo que ha fracasado durante los últimos 150 años en conseguir el objetivo único de defender la vida y la propiedad.
Es hora de que los economistas liberales en particular dejemos de pensar en los términos utilitaristas del tipo Escuela de Chicago, donde los fines justifican los medios, donde la ética es una disciplina normativa y la economía una ciencia positiva, empírica y que confunde “lo que debe ser” con el estudio de hechos históricos, que compara el comportamiento de los seres humanos con el de los átomos y las bacterias. La realidad es que la metodología para el desarrollo de la Ciencia Económica debe ser del tipo apriorístico deductiva, debe simplemente estudiar lo que es. ¿Por qué? Porque caso contrario, insistir en aplicar el método científico de las ciencias naturales al campo de la economía que es una ciencia social, los economistas, mal llamados ingenieros sociales, hemos sido responsables de que se haya destruido cada vez el proceso de cooperación social durante todo el siglo XX, y en particular en América Latina todos hemos sido víctimas de una u otra manera de las teorías marxisto keynesianas de la Teoría de la Dependencia de Prebisch durante cinco décadas continuas, con consecuencias que han sido verdaderamente nefastas.
En este sentido es necesario empezar a descubrir lo que el libertarismo del tipo iusnaturalista plantea como programa de investigación y análisis de largo aliento, es decir, la existencia de un derecho natural universal u objetivo, en particular a al menos dos elementos complementarios entre sí: la ética capitalista basada en la propiedad de uno mismo, aquella que a uno lleva a ser también propietario de lo que uno produce y lo que ocupa sin antes haber sido de nadie, y que luego, como resultado de su esfuerzo puede intercambiar con el de los demás de manera voluntaria; y asismismo, la ética de la argumentación, aquel principio que a pesar de tener raíces marxistas en Habermas, implica la aceptación mutua de la individualidad, personalidad y propiedad sobre uno mismo, que es precisamente el principio que hoy aquí nos ocupa en iniciativa y convocatoria de Fundación Milenio.
Debe ser este el momento del antes y el después respecto de cuál es el problema en esta tan absurda como eterna oscilación entre la “adecuada” o “correcta” administración de los recursos naturales o la moneda, entre unos y otros estatistas.
Como diría nadie menos que mi maestro y mentor Jesús Huerta de Soto, “es hora de superar el liberalismo utópico y asumir de una vez por todas el liberalismo científico, el capitalismo libertario, la anarquía de propiedad privada o, simplemente, el anarcocapitalismo. La progresiva desaparición del Estado, a saber, su paulatina sustitución por un entramado dinámico de agencias privadas patrocinadoras de diferentes sistemas jurídicos por un lado, y por el otro, prestadoras de servicios de provisión de seguridad, previsión y defensa, constituye el contenido más importante de la agenda política y científica, así como el cambio social más trascendental que habrá de verificarse en este siglo XXI por alejado -pero nunca utópico- que parezca.”[10]
Muchas gracias.
Cochabamba, 28 de junio de 2013.
Discurso pronunciado con modificaciones a manera de preámbulo en la presentación del libro y debate del mismo nombre Estatismo y Liberalismo de Fundación Milenio, junto a Roberto Laserna, Oscar Zegada, José Decker, Armando Méndez y Manuel Olave, el viernes 28 de junio de 2013.
Reseña
Estatismo y Liberalismo: Experiencias en Desarrollo
Varios autores y comentaristas
Fundación Milenio, La Paz, junio de 2013
356 páginas
[1] Ghersi, El mito del neoliberalismo, Instituto CATO, septiembre de 2004.
[2] En América Latina, quien se ha encargado de investigar las raíces del neoliberalismo ha sido Enrique Ghersi (ob. cit.), por lo cual no abundaremos en la materia. Y en Bolivia, quien ha escrito en defensa del neoliberalismo, aunque sea de manera tímida, ha sido Juan Antonio Morales en Neoliberales son los otros, artículo que puede ser encontrado en Mensajes en una botella (2012a), pero que sin embargo adolece de una laxitud conceptual importante respecto de lo que puede exigírsele al neoliberalismo como un sólido desarrollo teórico lógico.
[3] Hoppe, Why Mises (and not Hayek)? 10 de octubre de 2011, Ludwig von Mises Institute.
[4] Véase Hoppe: Mises on Secession. 19 de octubre de 2012, Ludwig von Mises Institute.
[5] También en Socialism, Economic Calculation and Entrepreneurship: A new theory on the characteristics of entrepreneurial knowledge. Institute of Economic Affairs in association with Edward Elgar.London, September 2010. 3rd impression.
[6] Ver teoría subjetiva del valor de Menger y su relación con la formación de precios.
[7] Hayek, por su lado, contribuyó con la publicación de una serie de artículos durante los años treinta, buscando demostrar ya no sólo en la teoría, sino en la práctica, la imposibilidad del cálculo económico del socialismo. En 1944, Hayek publicó Camino de Servidumbre, cuya tesis central es que los avances de la planificación económica van necesariamente unidos a la pérdida de libertades y al progreso del totalitarismo.
[8] Huerta de Soto en el pie de página Nº 16 de su Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial, 2010.
[9] Boettke, Why Perestroika Failed, Routledge, 1993.
[10] Ver Liberalismo versus anarcocapitalismo, conferencia de Huerta de Soto con el mismo título en la Universidad de Verano del Instituto Juan de Mariana, 2007.