Mario Draghi acaba de anunciar un nuevo recorte de tasas de interés interbancarias del 0.25 por ciento al 0.15 por ciento, y el establecimiento de las temidas tasas de interés negativas para los depósitos bancarios en la eurozona. La medida llega en un momento en que la relativa baja inflación en la zona del euro es temida por convertirse en deflación, aquella paranoia de presuponer que, siendo el consumo doméstico y no el ahorro lo que impulsa el crecimiento de toda economía, los consumidores restringen sus niveles de consumo esperando caídas aún de los precios todavía mayores eventualmente.
De acuerdo con los teóricos de la deflación de la corriente predominante y que gobiernan en el Banco Central Europeo, ésta provoca el cierre de empresas una vez que son incapaces de sostenerse con bajos precios, pero esto constituye una falacia no sólo porque en realidad los consumidores no pueden abstener su consumo de manera indefinida, sino que al readaptarse a una nueva realidad, entonces es natural que se registre un proceso de readaptación productiva, un escenario donde los recursos de una estructura orientada de manera errática hacia, por ejemplo, el sector inmobiliario, deben trasladarse hacia aquellos sectores donde son más necesarios, donde además imperen las empresas más y mejor capitalizadas, y las instituciones de la libre competencia por vender el mejor servicio o producto al menor precio posible.
Pero lo más importante del anuncio de hoy de Draghi no es la paranoia de la deflación que pretende seguir sosteniendo una estructura burbujística luego de haber reventado, sino las nuevas medidas que ha tomado contra ella: el establecimiento de las tasas negativas para los depósitos. Esto quiere decir, para hacerlo sencillo, que ahora los depositantes europeos ya no serán remunerados recibiendo un interés por sus ahorros en calidad de acreedores, sino que ahora son los depositantes quienes les paguen a sus bancos insolventes por no tener aquellos depósitos en custodia.
Al mismo tiempo, la decisión del titular del Banco Central Europeo, aprobada por unanimidad por la junta de directivos, es tan absurda que si hiciera un ejercicio teórico del asunto, los depositantes chipriotas tendrían que además pagar por la confiscación de sus depósitos en 2013. Peor aún, ahora que se penalizará a las entidades que no presten, Draghi pretende no sólo incrementar la deuda de quienes no pueden pagar su antigua deuda, a la vez que se les impide a los bancos alcanzar una sana recapitalización y así encontrar nuevos proyectos que resulten rentables, sino que sigue empujando a la banca a financiar inversiones a pérdida ¡hasta tener que nuevamente ser rescatada una vez que quiebre nuevamente!
Hasta el momento una de las mayores amenazas para la preservación del valor del ahorro era la acción coordinada de los mayores bancos centrales alrededor del globo en sus políticas de monetización de deuda desde 2011, por lo que si alguna ventaja tenía el Banco Central Europeo en este escenario era que al menos institucionalmente tenía impedida la compra directa de deuda pública como al estilo de Reserva Federal y el Banco de Inglaterra, y que su balance era comparativamente el menos deteriorado. Era así que el euro incluso había empezado a convertirse en refugio frente al envilecimiento monetario generalizado de Occidente.
Sin embargo, y si bien se había llegado al momento en que se advertía que el futuro del euro no dependía de nunca exista un vínculo de política monetaria entre el BCE y la Fed, toda vez que las políticas del primero eran una reacción sistemática ante las decisiones del segundo, Draghi ha intensificado sus políticas para peor, justo cuando a pesar del razonado escepticismo entre los entendidos sobre la materia, se espera que ante la “complacencia de los mercados” la titular de la Reserva Federal finalmente decida ya no sólo seguir recortando el tamaño de las compras mensuales de deuda, sino además el incremento de las tasas de interés luego de seis años.
Ciertamente es un territorio absolutamente desconocido. Nunca antes había sucedido algo semejante. No obstante, sí es un momento muy similar al que probablemente se vivió con el inicio de la Gran Depresión en 1929, cuando se buscó un economista como John M. Keynes capaz de responder ante la emergencia de las bancarrotas refinanciándolas de manera indefinida sin preguntarse primero sobre las causas de la crisis, peor todavía con escaso o nulo conocimiento teórico sobre la naturaleza del problema.
Keynes murió en 1946 convirtiéndose en leyenda y sin cumplir la promesa que seis meses antes le había hecho a su amigo FA Hayek de cambiar la opinión pública sobre sus ideas de estímulo inflacionista si acaso resultaban peligrosas, pero la pretensión de sus discípulos en todas las escuelas de pensamiento económico por obrar de manera poco lógica y apenas intuitiva, y convertir la improvisación en doctrina, está más viva hoy que nunca con Draghi.
Este es el “whatever it takes” de Mario Draghi, que, para variar, no se trata más que de nuevas políticas de intervención que terminarán teniendo los efectos exactamente opuestos a los que busca.