No resulta fácil establecer el momento exacto a partir del cual los errores de las reformas estructurales de 1985 y de mediados de los 90 en Bolivia empezaron a convertirse en consecuencias. Los instrumentos de política económica que permiten construir auges artificiales o la gestación de burbujas de activos que los tradicionales índices del PIB o el IPC no pueden medir, nunca desaparecieron. Sin embargo, si pudiera identificarse el período más intenso durante el cual se formó la burbuja más grande que en Bolivia podría haber registrado nunca, es el de los últimos diez años.
Ya lo explicamos en varias oportunidades, la gestación de tal burbuja tiene que ver con una combinación explosiva de políticas populistas de corto plazo y un sistema bancario y financiero que se ha desarrollado a mediante la concesión de privilegios legales por parte del Estado a imagen y semejanza del sistema internacional, aquel que canalizó el estímulo crediticio estatal de todas las burbujas previas a la Gran Recesión.
Pero actualmente ya no se trata de la mejor manera de identificar burbujas de activos. La sostenibilidad del crecimiento económico boliviano ha sido debidamente cuestionada mucho antes del inicio de la agravante que constituye el desplome petrolero, y a pesar de que la discusión ya se concentra en el momento en que la burbuja podría explotar, ésta ya resulta fútil por la inevitabilidad de su desenlace. Lo que en realidad toca discutir hoy es la oportunidad que podría significar aquella explosión para un empresario en su función de identificar oportunidades de legítimo beneficio para solucionar problemas ajenos, anticipando, además, una corrección en el mercado.
Quienes tienen una forma de explicar la realidad de una economía radicalmente distinta a la convencional, que realizan predicciones de tendencia y no de tiempo y lugar exactos, han sabido esperar y aprovechar desenlaces como los de la Gran Depresión de los 30, los de Singapur de los 50, los de Chile de los 70, la Rusia de los 90, Sudán del Sur hace unos años e incluso Ucrania más recientemente, jugando el rol de ahorristas cuyo capital resulta indispensable para un momento crítico posterior al del sobreendeudamiento y los hiperestímulos de gasto y consumo previos, y han sido retribuidos con la construcción de las más grandes fortunas de largo plazo.
Desde luego, nada garantiza que las recesiones sean forzosamente precipitadas hacia la depresión como en el caso de Chávez-Maduro, pero, de nuevo, es necesario saber esperar. Todo depende de la aversión al riesgo de cada inversor y su capacidad del manejo de la incertidumbre. Sir John Templeton decía que “el momento de máximo pesimismo es el mejor para comprar, y el de máximo optimismo es el mejor para vender”. Parece elemental, pero ser consecuente con esta idea requiere de un coraje considerable para ir contra la corriente y el consenso inmediato.
Lógicamente, ante tal situación hay toda una serie de estrategias financieras defensivas y ofensivas que se puede adoptar e incluso combinar. Quienes lleguen a la fase recesiva con solvencia y liquidez suficiente, podrán adquirir bienes de capital a precios de liquidación. Algunos principios implican revisar la calidad de sus balances, la posición de su portafolio y tomar decisiones en consecuencia respecto de la competencia.
Si quiere ir más lejos, puede inclinarse por inversiones en renta fija y, sobre todo, renta variable, donde durante el auge no se haya llevado al límite la capacidad individual de los trabajadores y se haya pervertido el espíritu empresarial, ni se haya desmoralizado el trabajo bien hecho y la cultura empresarial tradicional, el desarrollo prudente de empresas con espíritu de permanencia y la consecución de objetivos de largo plazo con retornos sobre capital saneados. Y si no sabe cómo hacerlo, incluso puede contratar una gestora internacional de fondos que comparta estos criterios para que lo haga por usted con la mayor ambición, a la vez que con la mayor precaución posible.
Por ahora sólo vaya tomando sus previsiones de manera inteligente, que esto recién empieza. El hecho que la burbuja no hubiera explotado aún, no quiere decir que no lo hará en el futuro.
Artículo publicado en Inversión, de Página Siete, y SchiffOro.