A raíz de una reunión de acercamiento reciente entre el gobierno boliviano y el alemán, Ángela Merkel acaba de calificar el crecimiento económico de Bolivia como “impresionante“, dado que registra uno de los índices de crecimiento más elevados de la región.
Es interesante lo que puede destacarse de esto, porque lo dicho por Merkel es muy oportuno, y tal vez más inteligente de lo que parece, porque en realidad implica un desafío: la demostración de Bolivia a uno de los países más capitalizados del mundo, que puede establecer vínculos políticos y comerciales serios.
Dado el contexto actual de ambas economías, Alemania destaca el crecimiento de Bolivia a pesar de su desaceleración, pero también antes de incurrir en la devaluación cambiaria que pretenda sustituir los ingresos perdidos por la caída petrolera y para apuntalar las exportaciones. Esta no es una afirmación de Merkel, pero quien ha estado siguiendo de cerca el liderazgo alemán en cuanto a la Gran Recesión, se trata de un hecho más que relevante propio de un país serio.
Es cierto, Bolivia tiene elementos de su economía para presumir. Por ejemplo, a pesar de que a partir de 2003 Alemania logró la sostenibilidad de sus sistema de pensiones de reparto a través del incremento del empleo y consecuente superávit, los bolivianos cuentan -todavía- con el sistema de pensiones previsional de capitalización individual de mediados de los 90 que establece un vínculo directo entre esfuerzo y recompensa.
Esto permite establecer una visión de largo aliento en materia de inversión fundamentalmente privada, que por tanto incide positivamente en la sostenibilidad del crecimiento de largo plazo.
Sin embargo, la lección de Alemania en un entorno económico internacional más que simplemente adverso es mucho más importante dadas las nuevas circunstancia de la economía boliviana: que es posible convertirse en el motor económico de toda una región como la Unión Europea, pero no incurriendo en devaluaciones, sino a través del establecimiento de reformas orientadas a la flexibilización productiva y fundamentalmente laboral.
A inicios de los 2000 Gerhard Schroder lanzó en Alemania el programa Agenda 2010, continuado luego por Merkel, con una radical reforma a su estado de bienestar reduciendo la hipertrofia del aparato público, recortando agresivamente los impuestos y subsidios, limitando el déficit del estado central al 0,35% del PIB hasta 2014, prohibiendo a los gobiernos regionales tener déficit alguno desde 2020 con una enmienda constitucional, e introduciendo el Zukunftspaket, el mayor recorte de gasto público en sesenta años, además de la creación de los minijobs, puestos de trabajo temporales de bajo costo para el empresario privado.
De esta forma, y gracias al euro, Alemania fue uno de los países de la Unión Europea que mejor sobrevivió a la crisis reduciendo el déficit público en más de 4 puntos porcentuales del PIB en sólo un año, marcando cifras record de exportación y, aunque bajo, registrando un crecimiento sólido y sostenido. Y por si fuera poco hasta aquí, demostrando que no se exporta más por ser más barato o por devaluar.
En suma, para que Bolivia sea tomada en cuenta como un país serio para el vínculo directo con países del primer mundo, ya tendría que haber venido realizando reformas al estilo alemán y preservando aquellas de los 90 que constituyeron un acierto, hace al menos diez años para afrontar una pronta crisis económica. Ninguna medida distinta, mucho menos desesperada e improvisada, cambiará el rumbo del país de inmediato. Por el contrario, sólo agravarán el problema hasta hacerlo inasumible. Merkel lo sabe muy bien a pesar de sus declaraciones; importarán sólo sus acciones.
Artículo publicado en Página Siete y Economía Bolivia.
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