Recién ayer se supo que en el primer trimestre del año la Inversión Extranjera Directa neta en Bolivia cayó un 73% respecto del mismo período del año pasado.
Insisto, la mayor amenaza en el momento es la devaluación cambiaria, que pretende conseguir mayor crecimiento devaluando el boliviano. Lo que se necesita no son más bolivianos para gastar, sino más dólares para ahorrar. Esos dólares están en el exterior, y ya no llegan mediante la exportación de hidrocarburos, sino mediante la atracción de capital.
Esto último ha sido un rotundo fracaso desde el año pasado, desde que, entre otras estrategias mediocres, se contrató al Financial Times para organizar el road show de atracción de inversiones nada menos que en Nueva York (hace poco estuvieron también por Europa). ¿De qué sirvieron tantas costosas publicaciones en los principales medios internacionales de prensa especializada para hablar bien sobre las (malas) condiciones de la economía de Bolivia? ¿Quién apostó un solo centavo con esas arrogantes exposiciones de mendigo desde entonces?
Antes del (mal) marketing, señores, necesitan un buen plan, correctamente articulado, estructurado y de largo plazo. El último plan serio que se conoció en Bolivia fue el Pan de Todos, que justamente buscaba capitalizar (y capitalizó) el país, y que fue elaborado por los más entendidos en la materia en ese entonces; pragmatismo puro y duro (aunque sin auténticas convicciones liberales), sin retórica esotérica y pachamamística. Pero la pregunta más importante es por qué solamente los bolivianos compran el humo que les vende su Gobierno.
Es cuestión de tiempo, las cosas no son como las pintan, y hay que de una vez prepararse para lo inevitable.