La primera gira con Genea Wealth Management en Bolivia ha terminado luego de 12 días de sostener una agenda agotadora, y algo que ha quedado marcado en el entretanto ha sido el hecho de que, al conversar con los clientes, la preocupación sobre la dirección de la economía es indudablemente mayor a la que el discurso político manifiesta. Muchos han coincidido que la caída de las ventas de nada menos que el 25% respecto del mismo período de 2015. Eso es mucho.
Y desde luego que tienen razón. Hoy la gran generalidad de noticias apuntan a que el ajuste todavía es gradual, aunque lo será cada vez menos con medidas orientadas en la mala dirección; revisiones a la baja sobre el crecimiento, menores niveles de transferencias para autonomías, incertidumbre sobre un nuevo segundo aguinaldo, incremento de impuestos, tarifas, peajes, más deuda pública, más gasto público, incremento de la mora, renegociación crediticia, y un muy largo etcétera.
Pues lo que estos problemas manifiestan es que, por un lado, el ajuste iniciado a mediados de 2013 es inevitable, y que, por el otro lado, cualquier medida que pretenda evitar tal ajuste solamente agravará y extenderá todo problema innecesariamente hasta provocar niveles de crecimiento demasiado reducidos durante demasiado tiempo, o incluso una dolorosa recesión.
El ejemplo más claro de este problema es la dificultad para determinar el pago del segundo aguinaldo. Entre que esperan datos para saber si es posible pagarlo, y que aún no caen en cuenta que lo que determina el crecimiento es el pago del segundo aguinaldo, y no exactamente al revés, todavía no caen en cuenta que la falta de inversión en el país podría estar impedida no solamente por este tipo tipo de falsas expectativas que se envía sobre la salud de la economía, sino porque la propia estructura económica establecida no lo permite, muchos menos si -habrá que insistir machaconamente- se impide el ajuste.
Pero de qué tipo de ajuste estamos hablando. Desde mediados de 2013 la economía empezó con la desaceleración porque terminó detectando la interminable serie de pésimos proyectos de inversión que se cometió e indujo a cometer durante toda la etapa del auge, proyectos que necesariamente deben ser liquidados para liberar recursos y que no por política, sino a través de legítimos mecanismos de mercado sean orientados en la buena dirección, hacia proyectos con demanda real efectiva de mercado. 2013 marcó el momento en que empezó a cambiar el ciclo. Negaron posibles problemas, desestimaron la reevaluación de la política económica, y no mucho más tarde se sumó el desplome petrolero, sobre cuyos proyectos también debió empezar la liquidación.
Es un problema que ellos mismos han creado durante toda la etapa del auge, forzando una estructura a la que es imposible adaptarse, ni siquiera en teoría. Lo que le está impidiendo crecer de manera sana y sostenida al país es pensar desde un inicio que este ajuste es coyuntural y pasajero, que es necesario seguir apostando al incremento de los precios del petróleo, y que es posible seguir reduciendo tasas de interés crediticio arbitrariamente, seguir incrementando la deuda y el gasto, e hiperestimulando el consumo; el problema es sistémico y generalizado, es estructural. No sospechan, pues, que un país pobre puede crecer insosteniblemente a niveles estratosféricos y durante un tiempo prolongado, y seguir siendo miserablemente pobre.
Lo anterior implica serios problemas sociales, además de los que por demás se conoce ya en Bolivia, como las manifestaciones violentas y la presión política de distintos grupos de interés que buscan privilegios del Estado o directamente arrancarle recursos. Sin embargo, una de las características más interesantes de la economía no solamente boliviana, sino latinoamericana en general, que no siempre ha sido advertida, es que está compuesta en gran medida por empresas familiares. Lamentablemente, durante el auge artificial muchísimas familias crearon empresas que probablemente no debieron ser creadas desde un inicio respondiendo a una ilusión de riqueza, y que, peor aún, tomaron decisiones erradas y sobre la marcha para estructurar la empresa, con la idea de adaptarse a una economía sobreacelerada por el hiperestímulo. Lamentablemente la reestructuración será suficientemente dolorosa, hasta el punto de romper irreparablemente el lazo familiar y amistades de muchos años, que son las que finalmente crean la base para la generación de riqueza en el largo plazo.
Pero no todas son malas noticias. Al menos entre Santa Cruz y Cochabamba -luego vendrán también La Paz e incluso Tarija- existe apertura en el empresariado privado, al menos aquel que no se suma a prolongar la agonía buscando privilegios del Estado para trasladar los costos de la liquidación de sus proyectos a terceros, hacia nuevas propuestas que permitirán un ajuste ordenado que evitará muchos dolores de cabeza, con la idea de que solamente sea liquidada aquella parte de la empresa que deba ser liquidada, y más aún, que el patrimonio familiar sea preservado en el largo plazo con un enfoque distinto del de la empresa.
Estas señales de apertura de parte de algunos de los empresarios más importantes del medio, quieren decir que todavía hay cierto margen de maniobra para revisar posiciones y replantear estrategias frente a la competencia. Algo de libertad económica queda aún, mientras el aplazo del ajuste (impuestos, inflación, confiscación), se magnifica. Aún hay margen para el optimismo, pero es necesario empezar hoy, es el momento.