Han sido ya varios años, al menos desde 2010, que desde esta columna se ha advertido sobre las principales causas que tendría una eventual crisis económica generalizada en Bolivia, y que apuntan fundamentalmente al pensamiento convencional sobre las ventajas de una política económica de hiperestímulo, en particular la monetaria y crediticia, además de las reformas del sistema financiero; lo que aún apuntan como gran fortaleza terminará siendo el gran talón de Aquiles del modelo que se encuentra en franca desaceleración ya desde mediados de 2013.
Pero ya no es el momento de seguir apuntando ni advirtiendo la crisis, los problemas económicos no son pasajeros ni aislados, no pueden ser más evidentes a medida que, además, se los agrava aplicando la misma batería de medidas que los han provocado. Este ya es un momento para la prescripción en el ámbito de la empresa y, fundamentalmente, para el patrimonio de familias con grandes patrimonios por preservar.
Una de las características que más llama la atención de las economías latinoamericanas es que son familiares, sobre todo en lugares como México o Bolivia. Naturalmente, las familias son el mayor núcleo de generación de riqueza de largo plazo en este tipo de sociedades en que las instituciones formales no son las más sólidas. En Florecia, por ejemplo, la composición genealógica de quiénes se ha mantenido pobres y quiénes se han mantenido ricos se ha mantenido. Mientras en otros lugares del mundo la tercera generación se encarga de dilapidar el capital de la familia, algunas familias florentinas se han mantenido como las más ricas de la ciudad, e incluso de Italia, desde hace más de 700 años. ¿Cuál es el secreto?
Luego de un largo período de excesos, en entornos de crisis económica generalizada como el que América Latina comienza a atravesar nuevamente, la sociedad en general tiende a resistirse a una nueva realidad, a nuevos patrones de consumo, gasto y endeudamiento, y el desafío de mantener ciertos valores en un período de ajuste que, por lo general, lo asumen mejor los entornos familiares.
No obstante, cuando por otro lado las familias sostienen un vínculo emocional muy fuerte con empresas que probablemente no tendrían que haber sido siquiera creadas en un principio termina siendo inapelable por una serie de factores como o incluso los del honor y el nombre de la familia, y terminan arrastrando una cantidad de recursos innecesaria. Y no está mal hacerlo, pero asumir el desafío de al menos revisar la liquidación de alguna de las empresas de la familia requiere de la implementación de la estrategia adecuada, que ciertamente es muy distinta a la de la empresa.
Primero es fundamental la realizacion de un mapa de la situación actual de su empresa, contemplando las variables más importantes del risk management de la compañía y del entorno, revisando la posición y calidad del balance de la empresa frente al de la competencia, sobre todo aquel relacionado con el incremento de impuestos y la inflación, o la necesidad de renegociar contratos con proveedores.
Inmediatamente luego, es necesario separar el patrimonio familiar del capital empresarial, lo que, entre otros aspectos, implica al establecimiento de protocolos que involucren a los directos interesados y marque líneas generales y específicas que definan la sucesión y el propósito sobre cómo se quiere preservar el patrimonio de la familia en el largo plazo por un lado, mientras continuan generando riqueza como siempre lo han sabido hacer por el otro.
Y finalmente, se construye un portaflio de inversión alineado con el diagnóstico inicial, por lo que, entre otros aspectos, necesariamente tendrá un fuerte componente de internacionalización de activos en la búsqueda de entornos mucho más amigables alrededor del globo, aquellos que ofrescan las condiciones más favorables para la preservación del capital en el largo plazo, y que, desde luego, adviertan un entorno igualmente adverso y condiciones también muy inciertas para la inversión.
Los tiempos que se han vivido durante los últimos 10 ó 15 años fueron distintos realmente, y no volverán, pero también lo serán los que se han empezado a vivir, y por tanto, la forma de hacer las cosas también tendrá que cambiar. El desafío no es pequeño y es necesario estar preparado para asumirlo de la mejor manera posible.
Artículo publicado en Página Siete.