La gran pregunta del millón para los economistas que más o menos destaca es cómo y cuándo puedo forrarme. Identificar el momento en que una etapa del ciclo termina y empieza otra, el punto de inflexión, ha sido una tarea a la que se ha dedicado un incalculable número de economistas e inversores, aunque sin éxito alguno hasta el momento.
Habíamos dicho en alguna oportunidad que la Gran Recesión, al ser comparada solamente con la crisis de la Gran Depresión de los años 30, implicaba un desafío para la propia Ciencia Económica. Cómo podía ser que en más de 80 años de desarrollo científico, en pleno Siglo XXI, los economistas todavía no fueran capaces de identificar las causas detrás de los períodos recurrentes de auge y recesión, de evitar que sucedan, o de identificar el momento en que el mercado bursátil sufrirá una gran corrección. ¡A qué se estuvieron estado dedicando!
El vínculo más próximo que ha llegado a conocerse en este sentido fue con la creación de Long-Term Capital Management en 1994, un hedge fund en el que trabajaban juntos toda una constelación de estrellas de Wall Street y algunos de los economistas con doctorados de las universidades más reputadas. El fondo había llegado a gestionar la friolera de 100 mil millones de dólares en sólo tres años desde su apertura, registrando una rentabilidad anual promedio de hasta un 40 por ciento; por fin hubieron quienes podían vencer y superar al mercado, y además con un éxito abrumador. Más aún, el éxito parecía tan indiscutible que para 1997 la Real Academia de las Ciencias de Suecia decidió otorgarles el máximo galardón científico, el Premio Nobel de Economía, a dos de sus directores, Myron S. Scholes y Robert C. Merton, “por haber encontrado un método para determinar el valor de los derivados”.
Sin embargo, tan sólo unos meses más tarde, en 1998, con la crisis asiática y la de Rusia, la firma perdió 4.4 mil millones de los 4.7 mil millones de dólares con los que se había capitalizado para arrancar, llevándose por delante otras 16 instituciones financieras cuyos pasivos tuvo que asumir la Reserva Federal.
Luego fueron apareciendo otros teóricos de la predicción, aunque explicando el fenómeno sólo una vez que ha sucedido, como Shiller y Greenspan con su rebuscado término de “exuberancia irracional”, que en otras palabras se refiere a que si ellos no aciertan y las cosas no funcionan como las planearon anticipadamente, la es culpa es de alguien más, en este caso, del mercado, de todos y de nadie.
La aproximación de otros economistas más conscientes de las limitaciones de la cientismo económico tradicional con la Teoría del Cisne Negro, y aún desde el punto de vista del paradigma científico predominante, es bastante más aceptable, pero aún así insuficiente. Muchos de los grandes inversores de los últimos tiempos han destinado inútilmente grandísimas cantidades de recursos a descubrir el próximo gran evento improbable para beneficiarse de su impacto.
Lo cierto es que si bien la predicción no es una atribución alguna de los economistas, los períodos recurrentes de auge y recesión en la economía o los fenómenos de burbujas de valor en el mercado tienen que ser entendidos como el ejercicio de un proceso de prueba, error y aprendizaje, no de decisiones irracionales de los empresarios o inversores.
En todo caso, cuando un economista predice puede acertar solamente en términos de tendencia, es decir, en cuanto a causa y efecto, y no en materia de tiempo y espacio, apuntando que “si la demanda se incrementa tenderá a subir el precio”, y no que “si la demanda se incrementa en tal medida los precios subirán de tal manera, en tal lugar y en tal momento”. La economía no es pues una ciencia cuantitativa porque no opera con constantes. Quien se aventure en el asesoramiento de inversiones de la segunda manera, simplemente estará mintiendo de manera anticipada, por muy buenas que puedan ser sus intenciones, y con seguridad, o al menos lo más probable, es que sus resultados ocasionen pérdidas.
Ahora bien, un país como Bolivia no tiene las facilidades de contar con una bolsa de valores sobre la que se elaboran grandes teorías y sofisticados modelos cuantitativos, o suficientemente desarrollada y articulada con el resto del globo, que permita saber con precisión lo que está sucediendo con determinada empresa o el mercado de capitales en tiempo real, o identificar las consecuencias de descabelladas declaraciones de autoridades diciendo que el tipo de cambio podría variar en diez puntos básicos al alza o a la baja en cualquier momento del año, y como para tomar decisiones sobre la marcha y sin prolongar innecesariamente una situación indeseada.
Sin embargo, es posible identificar ciertas señales de un problema sistémico, no sectorial ni aislado o pasajero, como por ejemplo:
- Se ralentiza o interrumpe la expansión crediticia y caen las tasas de interés
- Se liquidan proyectos de inversión, sobre todo aquellos más capital intensivos, que requieren un período de maduración superior a la del promedio, y que se encuentran más alejados de la etapa final de consumo
- Empiezan a registrarse renuncias o despidos generalizados
- Ajuste generalizado del consumo y un incremento del ahorro para asumir las deudas que contrajeron durante el período de auge, y afrontar el período de incertidumbre
- Caen los precios de los bienes de consumo, sobre todo los de consumo duradero
- Se incrementa la mora bancaria de forma sostenida y generalizada
- Se renegocian contratos de deuda y con proveedores
- Se incrementa la demanda por activos con mayor capacidad de acumulación de valor
Por lo general las señales son esas, pero no siempre se dan en ese orden, ni mucho menos en magnitudes proporcionales, pueden ser simultáneas y muchas veces apenas perceptibles, pero no por esto la crisis no existe. En este momento en Bolivia el crédito todavía abunda y aún se siguen acometiendo los proyectos más ambiciosos, pero la demanda de crédito está cayendo con fuerza. Uno puede llevar al caballo hasta el río, pero no puede obligarlo a tomar agua. Es más, un país puede no estar en recesión, pero sí estar en crisis, o crecer y seguir siendo pobre en el largo plazo.
Continuando, aunque un empresario sospeche hipotéticamente que la economía va a sufrir una corrección o una inevitable crisis generalizada en determinado momento, no puede inhibirse de pensar que será capaz de retirarse de la misma antes de que se produzca, por eso se mantiene en la misma posición probablemente hasta que es demasiado tarde, dependiendo de su aversión al riesgo. En esto consiste la perspicacia empresarial de cada quien para retirarse del mercado o bajarse de la ola liquidando sus proyectos en el momento pico. Son estos los momentos en que, finalmente, se han creado algunas de las mayores fortunas empresariales nunca, que consiste en llegar a la fase recesiva del ciclo con suficiente liquidez y adquirir muy selectivamente bienes de capital que, eventualmente, una vez que la economía se haya recuperado, serán vendidos nuevamente.
Empero, si se observa que desde el gobierno se trata de evitar el ajuste manteniendo la misma estructura burbujística, o pretendiendo prevenir o retardar la etapa de liquidación, en realidad se sabe con anticipación que habrá un agravamiento de la crisis, impidiendo que se liberen recursos y se trasladen hacia aquellos sectores que sí son rentables en un nuevo contexto. Este problema se identifica cuando se observan algunas de las siguientes medidas:
- Congelamiento o fuerza las tasas de interés a la baja
- Incremento del gasto, los impuestos, la deuda y la inflación
- Control de precios
- Rigidización aún mayor del sector laboral encareciendo o dificultando los despidos o renuncias de aquellos proyectos en liquidación o ajuste congelando o incrementando el salario mínimo o subsidiando el desempleo
- Implementación de programas de “obras con empleos”
Para todo esto es necesario abandonar la complacencia y no esperar a que las cosas simplemente mejoren, o peor aún, a que sean los gobiernos u organismos internacionales quienes tomen las decisiones correctas, en la buena dirección y en el momento más indicado, pues si la predicción en la economía es atribución de alguien, en el libre ejercicio del rol que juega en el mercado identificando oportunidades de negocio en el mercado antes que nadie y a cambio de un legítimo beneficio, ese es el empresario.