Muy a pesar de este adscrito de la nuevamente aludida Escuela Austríaca de Economía, vamos a ayudar un poquito al viceministro que responde a Juan Antonio Morales contra la devaluación cambiaria (debate que afortunadamente permanece), elaborando argumentos sobre los que claramente no sospecha siquiera, pero sobre los que se deberá poner a trabajar sobre la marcha.
La mencionada escuela de pensamiento económico es conocida, entre otros aspectos, por defender particularmente el valor de la moneda no sólo al denunciar el envilecimiento deliberado de la moneda por parte de los gobernantes para autofinanciarse, sino por las serias distorsiones productivas que genera, pero que hoy el paradigma científico neoclásico convencional pasa de largo; hay pues un puente entre lo monetario y el sector real.
Primero, lo que -tal vez sin advertirlo- buscan los defensores de la devaluación cambiaria es, por un lado, prolongar la agonía de los hogares que ya ajustan sus cuentas a nuevos hábitos de consumo añadiéndoles mayores dosis de inflación, y por otro lado evitar que el Gobierno haga lo propio con su hipertrofiada estructura burocrática incapaz de generar valor.
Durante ya once años el Gobierno ha aplicado medidas explosivas que han confundido a los mejores expertos en la materia. Ha establecido políticas relativamente consevadoras en lo fiscal, pero muy agresivamente populistas en lo monetario y crediticio. Desde finales de los 80, y sobre todo a mediados de los 90 el país había depurado tanto sus cuentas, a la vez que había capitalizado tanto la economía, que realmente hubo margen para semejante aventura redistribucionista.
Sin embargo, los programas internacionales de monetización de deuda empezaron a ejercer presión sobre la balanza de pagos. Lo lógico hubiera sido que el nacionalismo monetario y la expansión crediticia populista empezara a ser conservadora y se iniciara un agresivo período de ahorro, pero apostaron por el populismo también en lo fiscal. Pues ahora se ha llegado al punto en que si la política económica no depende de los altos precios del petróleo, tanto como el agua potable de la lluvia, entonces la alternativa sería la devaluación.
Sí, el tipo de cambio fijo es competitivo en la medida que esté acompañado de políticas fiscales, monetarias y salariales consistentes, pero no vaya a pensarse que para lograr tal consistencia haya que incurrir en la devaluación cambiaria.
Por ejemplo, a inicios de los 2000 Gerhard Schroder lanzó el programa Agenda 2010, continuado luego por Ángela Merkel, con una radical reforma a su Estado de Bienestar reduciendo su elefantiásico aparato público, recortando agresivamente los impuestos y subsidios, limitando el déficit del estado central al 0,35% del PIB hasta 2014, prohibiendo a los gobiernos regionales tener déficit alguno desde 2020 con una enmienda constitucional, e introduciendo el Zukunftspaket, el mayor recorte de gasto público en sesenta años, además de la creación de los minijobs, puestos de trabajo temporales de bajo costo para el empresario privado.
De esta forma, y gracias un euro fuerte, que juega un rol de tipo de cambio fijo con la periferia europea, Alemania fue uno de los países de la Unión Europea que mejor asumió la crisis, reduciendo el déficit público en más de 4 puntos porcentuales del PIB en sólo un año, marcando cifras record de exportación y, aunque bajo, registrando un crecimiento sólido y sostenido, y por si fuera poco hasta aquí, demostrando que no se exporta más por ser más barato o por devaluar.
Por tanto resulta pues imposible que, además, la Escuela Austríaca de Economía sostuviera que la competitividad está determinada por la productividad. Lo que sostiene, en todo caso, es que, así como Mario Draghi, titular del Banco Central Europeo, que primero declara la defunción del Estado de Bienestar y exige reformas estructurales a la periferia, pero que luego la solventa monetizando deuda desde el mercado secundario impidiendo las reformas, en Bolivia es el tipo de cambio el que delata primero la inconsistencia de las políticas del Gobierno, y luego las consecuencias de luego querer solventarlas mediante la devaluación cambiaria para evitar las mismas reformas y, para mayor inri, terminar creciendo demasiado poco durante demasiado tiempo.