Aunque ya desde hace mucho, la pregunta sobre si en Bolivia hay una burbuja económica realmente es cada vez más frecuente, pero mi respuesta es siempre la misma indistintamente del momento y circunstancia: no lo sé, pero además agrego que quien lo afirme o niegue categóricamente está mintiendo. Nadie puede saberlo exactamente, pero, si sirve, todo apunta a que sí.
La última vez que se habló abierta y claramente de este asunto fue en una nota del Wall Street Journal hace un par de años. Lo curioso de lo que dijo uno de los consultados fue que lo que impedía identificar claramente una burbuja era la falta de datos, es decir, información sobre eventos pasados que permitan saber lo que sucede o sucederá en el futuro. Absurdo, pero esto es justamente a lo que se dedican los economistas convencionales, que no ayudan realmente a la causa de advertir problemas de la manera más eficiente posible. Es más, los hay quienes se dedican permanentemente a tratar de predecir la próxima gran crisis, sólo para que cuando finalmente suceda simplemente se limiten a autoproclamarse como auténticos gurús.
Desde luego, nadie quiere ser el aguafiestas responsable del pinchazo de una burbuja. También es cierto que hay inversores muy particulares en una posición diametralmente opuesta que se dedican a tratar de identificar el próximo gran cisne negro, o el próximo evento altamente improbable, pero, aunque caen justamente en el mismo error, lo hacen con su propio dinero; simplemente es imposible predecir el futuro. Si los expertos tuvieran algo que perder si cometieran un error con sus predicciones, no sólo habría muchísimos menos expertos, sino que, además, los pocos expertos que habrían, acertarían mucho más y con mayor precisión.
Dicho esto como advertencia sobre las limitaciones de la predicción en economía, es necesario poner bajo la lupa los elementos que están actualizando el debate y retroalimentando temores. El pasado domingo 14 de mayo, El Deber publicó una extensa nota de la que se infiere que la sobrecapacidad que se ha creado solamente en el sector de la construcción es para una Santa Cruz del año 2035.
Otra cosa que el mismo Nassim Taleb suele decir es que “no importa la probabilidad de un evento si sus consecuencias son demasiado costosas para afrontarlas”. Entonces, así como hay quienes vemos demasiados elementos que apuntan a que hay una burbuja en el mercado y no encontramos ningún sentido en esperar a que explote para confirmarla para actuar en consecuencia, también hay quienes tienen una posición mucho más fácil y cómoda afirmando categóricamente que no hay ninguna.
En especial cuando se habla de cataclismos, no se está diciendo que los habrá, sino que, por un lado, no sólo que nada impide que vuelvan a suceder, sino que además estamos mucho menos preparados para uno de ellos que en el pasado próximo. A fin de cuentas, el error que pueda cometerse no será algo que se determinará después del hecho, sino a la luz de la información disponible hasta ese momento.
La decisión final, claramente, es del protagonista, del inversor, y de acuerdo a su propio conocimiento y experiencia, respecto de su propia capacidad y perspicacia empresarial innata de reconocer el mejor momento de abandonar una posición demasiado riesgosa, incluso si esto significa hacerlo en el último segundo. Y el rol de sus asesores no puede ser otro más que el de limitarse a simplemente decir que es mejor asegurarse un año antes que un minuto tarde. Esto es el arte de saber esperar lo inesperado.
¿Ha pensado qué hacer al respecto? Déjeme ayudarlo a prever lo mejor y lo más seguro para su patrimonio y el de su familia. Contácteme.