¿Alguien recuerda aquella nota del Wall Street Journal de hace unos años, que se alarmaba por la posibilidad de una burbuja en Bolivia? Lo comenté en su momento, criticando duramente a la idea de esperar a que hubieran datos sobre eventos pasados que permitieran confirmarla. Pues a propósito, además, de las últimas declaraciones del Banco Central de Bolivia, sobre el hecho de que la inflación sea “de casi el 0%” para justificar la inyección inflacionista de Bs. 4.000 millones nuevos en la economía, yo le cuento dónde está la inflación y le adelanto una anécdota que cuento en mi próximo libro, ya en proceso de edición.
No mucho tiempo después de la nota del WSJ me reuní con un ex ministro de Hacienda de Bolivia muy importante para discutir por toda una tarde lo que está pasando con este país. En mi criterio sigue tan equivocado como cuando fue ministro; él era optimista, claro, pero veamos.
Luego de estar de acuerdo en que el PIB es una torpe manera de medir la productividad anual total de cualquier economía, me hizo una pregunta sobre por qué entonces los economistas no pudieron advertir -que sí hubo quienes lo hicieron- el reventón de la burbuja inmobiliaria estadounidense, tratando de establecer un parangón con la economía boliviana.
Le respondí que era por un sencillo motivo: porque al igual que con la torpe y cortoplacista medida keynesiana del PIB, que deja fuera al menos 2/3 de su facturación total real por estar enfocada en el consumo y no en el ahorro capitalizado, el cálculo del IPC no es menos torpe: para los economistas del intervencionismo o que defienden a sus gobiernos, un incremento uniforme, generalizado y sostenido de los precios de los productos de la “canasta básica” o que están más cercanos al consumo inmediato, constituye inflación, pero si observan exactamente lo mismo en aquellos sectores productivos no contemplados en tal canasta, como el de la construcción, por ejemplo, no sólo sería auge, sino que además presuponen que es sotenible.
Pues yo creo que Bolivia crecía bastante más de lo que con vasta arrogancia se reportaba y que con aún mayor ingenuidad se acepta, pero nada permite decir que no se trata de una burbuja como en EE.UU. o como en Bolivia justamente cuando él fue ministro.
No supo responder, pero le gustaba la idea de que nos reuniéramos de nuevo. Hasta hoy dicha reunión no se concretó, pero aún espero poder agregar, además, que lo que constituye una burbuja no es necesariamente el incremento desorbitado del precio de un activo en relación a su comportamiento histórico, sino si realmente responde a una demanda real efectiva de mercado insatisfecho: pase por cualquier edificio preguntando si hay algún departamento disponible para la venta, les dirán que no, pero seguro está vacío, o simplemente lea esta reciente nota de El Deber.
La Gran Recesión ha significado pues desafíos a lo que la propia Ciencia Económica ha venido planteando al menos desde la Gran Depresión. Por eso, cuando alguien escuche a algún economista convencional diciendo lo mismo que ha escuchado toda la vida, bien haría en adoptar una actitud cuanto menos de escepticismo.