A ya casi diez años del inicio de la Gran Recesión, ¿hemos aprendido algo de ella? Para evitar que se agravara se han aplicado las mismas medidas que la causaron, aunque en dosis incrementadas. O lo que es lo mismo, se han postergado las dolorosas correcciones de la economía a cambio de agravar sus problemas.
Esta semana el Dow Jones acaba de superar la barrera de los 22.000 puntos. La de los 20.000 ya era una barrera temida por ubicarse en niveles record hace tan solo unos meses, en un entorno típico de exuberancia irracional, pero Jeremy Siegel ya espera que el índice industrial se incremente todavía un 10 por ciento más en lo que resta del año, gracias, fundamentalmente, a reducciones impositivas en Estados Unidos.
Los más arriesgados identificarán oportunidades, pero son señales de alerta para los más cautos. Y no me tome la palabra a mí, sino la de los inversores más connotados y reconocidos del globo.
Paul Singer, fundador y co-CEO de Elliott Management, dijo hace una semana que estaba muy preocupado por la economía y el sistema financiero después de casi una década de lo que él califica como “extremismo monetario”, y que los mercados están igualmente o incluso más endeudados que en 2008.
Ray Dalio, fundador de Bridgewater Associates, el hedge fund más grande del orbe, también manifesto su preocupación hace unas semanas sobre cómo se vería la economía en dos o tres años, porque la efectividad de la política monetaria de la Reserva Federal es cada vez menor, y que tanto el incremento de tasas como la reducción del balance de los principales bancos centrales marca el fin de una era y el inicio de otra, aunque no se sabe de qué tipo exactamente.
Bill Gross, uno de los mayores gestores de fondos de inversión de renta fija del globo en PIMCO y Janus Henderson, afirma que los bancos centrales parecen no poder poner freno a su compra masiva de bonos, en la eterna espera de que sobriedad económica. Han distorsionado el capitalismo tal y como lo conocíamos hasta ahora, con consecuencias desconocidas acechando en la sombra de los próximos años, y lo resume así: “ahora mismo los mercados estadounidenses están en sus niveles de riesgo más altos desde antes de la crisis financiera de 2008, en lugar de comprar bajo y vender alto, estás comprando alto y cruzando los dedos”.
Car Icahn, fundador de Icahn Enterprises, y nuevo asesor de Donald Trump en asuntos regulatorios, ya desde 2015 viene diciendo que el mercado está extremadamente sobrecalentado, y que pronto estallará una burbuja de dimensiones incalculables.
Jim Rogers, fundador de Quantum Funds junto a George Soros, incluso predice un crack del Mercado en los próximos años, pero no uno más, sino el más grande que se haya visto. Dice que el problema del sistema monetario y financiero es tan grande que la gran crisis ya no se limitará en ese ámbito, sino que provocará una crisis propia de la civilización occidental. Algo que, por cierto, resulta muy similar a lo dicho en La década perdida de Occidente.
Ahora bien, es cierto que crece, pero también es cada vez más evidente que la economía estadounidense no está despegando como la apreciación del dólar a principios de año mostraba; Trump y los republicanos no han logrado que se apruebe ninguno de los programas de estímulo fiscal que se tenía previsto, ni ha sido aprobada la reforma sanitaria, los grandes recortes de impuestos y el gasto en infraestructura. Igualmente cierto es que los bancos y las empresas energéticas han recibido alivios regulatorios, e incluso el empleo ha seguido recuperándose, lo cual ayuda, pero está muy lejos de lo necesario.
La Reserva Federal tendría que incrementar tasas nuevamente en septiembre, pero no es en absoluto el mejor momento para hacerlo. En este contexto incrementar tasas significaría definitivamente agravar la situación, ya sea detonando la explosión de aquellos nuevos Lehman y aquellas nuevas burbujas allá donde se hubieran creado por sobre estímulo monetario de la demanda, generando una nueva y mayor crisis que la que en un principio se pretendió evitar.
Puede que en 2008 no haya habido repercusiones inmediatas y directas sobre la inversión privada en Bolivia, y solamente caída de los ingresos públicos hacia 2009, pero las condiciones en que el país asumiría un nuevo shock externo son radicalmente distintas a las de aquel entonces. Para hacerlo breve, el crédito crece a paso de parada, pero la mora y los costos se incrementan mientras las ventas caen simultánamente. Así, el margen de maniobra para la política económica es considerablemente más reducido, con sólo decir que el Gobierno recién empieza a reconocer la crisis luego de haber perdido casi cuatro años negándola, y que antes no recurría al empresariado privado en busca de ideas para aliviar los niveles de desempleo. Y peor aún, las ideas entre ambos siguen siendo exactamente las mismas que han llevado la economía adonde está y adonde se dirige.