En los últimos días se ha vuelto a recurrir a la retórica del blindaje de la macroeconomía de Bolivia, a raíz de la inestabilidad reciente en Argentina, que podría afectarla directamente, pero llama la atención lo mucho que Bolivia se parece, en realidad, al país vecino, para mirar de cerca lo que no hay que hacer.
En Argentina, a medida que tuvo mayores ingresos por el efecto precio de los commodities, el Estado tuvo mayor capacidad de gasto, y, por tanto, la oportunidad de crecer e incrementar su poder adquiriendo un mayor número de atribuciones y competencias sobre la economía.
De esta forma, vino arrastrando un déficit fiscal al menos desde 2009, a pesar del rebote de los precios internacionales ese mismo año, que terminó siendo financiado con incremento de impuestos, deuda pública y finalmente con una devaluación del peso mayor a la que se reportaba oficialmente.
Lo lógico por hacer era retirar toda medida que no se sostuviera únicamente por el efecto precio, es decir, prácticamente todo programa social, de subsidios y prebendas, y más aún cuando Macri llegó al poder, pero los niveles del gasto y el crecimiento del déficit no se detuvieron nunca. Macri no tuvo plan económico alguno y optó por un gradualismo relativamente improvisado, cerrando los ojos, aguantando la respiración y cruzando los dedos, en la espera de que la gente se amilanara en sus demandas y la economía se ajustara sola en el camino, a puro golpe de discurso socialmente sensible.
Es cierto, se hizo un excelente trabajo levantando el cepo, negociando con los holdouts y reduciendo la inflación drásticamente, de modo que la gente pudo aguantar el incremento de tarifas durante cierto tiempo, pero con el mismo nivel de gasto, endeudamiento y emisión monetaria, la inflación terminó rebotando, y justo, además, en medio de la reflación de las economías de primer mundo de manera simultánea, es decir, el incremento de tasas en EE.UU., la apreciación del dólar y el fin de la fiesta del carry trade, que detiene el flujo de recursos hacia las economías emergentes y que provoca que nadie quiera ahorrar en moneda local; casi una tormenta perfecta.
Ahora bien, todo esto parece ser una descripción muy fehaciente de lo que sucede en Bolivia, donde las cuentas tampoco cierran con deuda, déficit e inflación crecientes, incluso con un precio petrolero transitorio de $70. La diferencia con Argentina está en las alternativas que cada gobierno tiene para financiar el gasto, el déficit y, lo más urgente, el tipo de cambio. Argentina tiene un desequilibro monetario equivalente a 53 pesos por dólar, lo que demuestra la magnitud del esfuerzo que se tiene que hacer para controlar la inflación, pero ya lo estudia con el FMI. Esperemos que todo salga bien.
Sin embargo, para Bolivia, empezar a ensayar la eliminación al menos parcial del subsidio a los hidrocarburos -el más importante- no es políticamente viable, ni mucho menos la creación de un disparatado impuesto a la renta que recuerde a Octubre Negro de 2003. Lo que tal vez podría verse es, además de nuevos tarifazos justamente al estilo Macri, un incremento todavía mayor de impuestos existentes, aunque el incremento del salario mínimo y la confirmación del pago del doble aguinaldo ya sea suficientemente pesado.
Al mismo tiempo, aparentemente sigue habiendo margen para seguir incrementando la deuda pública externa, pero si esta conjetura de que la deuda está financiando el gasto y las reservas el déficit se confirma, entonces el tipo de cambio tiene mayor presión que la aparente. Por tanto, al igual que en Argentina, la complacencia sobre la estabilidad que otorga el tipo de cambio puede esfumarse muy rápidamente hasta tener que incurrir en la devaluación cambiaria, aunque, eso sí, más al estilo Kirchner que Macri, devaluando más de lo que dicen, y además poniéndole cualquier otro nombre.
Finalmente, ya sabemos que el cepo es una pésima idea, pero ¿en qué medida podrían devaluar? Estas dudas están directamente vinculadas al margen de maniobra que pueda tener fundamentalmente la autoridad monetaria para garantizar la estabilidad del sistema en el corto plazo, al punto en que quien ahora mismo tenga la respuesta sobre la cantidad de reservas netas en dólares en el Banco Central, en relación a la cantidad que tenemos de moneda local, sabrá cuán lejos estamos de una devaluación cambiaria como mecanismo ya ni siquiera de autofinanciamiento público, sino de estabilización, y si realmente depende de una decisión política.
Lo mínimo que tendremos eventualmente es inflación, y luego -esperemos que no- el estancamiento inflacionario. La última pregunta, dependiendo de la confianza del público en lo que digan las autoridades sobre la salud macroeconómica del país, ya no será qué podría suceder, sino cuándo; al menos Argentina ha quedado sorprendida sobre cómo y cuánto se ha depreciado el peso entre tan solo un mes y diez días, una de las mayores de la última década.
¿Morales se parece a Macri, o Macri a Morales? Bienvenidos a la región del existencialismo político y la inexistencia de futuro económico.