Ya en agosto de 2013 me atreví a decir que el crecimiento del 6.8% del PIB de Bolivia, aquello que se mostraba como la ilustración indiscutible del éxito de la política económica, no volvería a suceder. Fueron muy pocos los porotos que me gané, pero sabía lo que hacía: aunque mucho después de lo que me hubiera imaginado, todo se terminó confirmando, Bolivia no volvió a crecer a semejantes niveles.
Lo que dije fue que el crecimiento no podía sostenerse a largo plazo mediante el estímulo permanente de la demanda agregada interna. Cuando en 2008 quebró Lehman y se registró la primera caída de materias primas, el Gobierno de Bolivia reaccionó con mayores programas de gasto, endeudamiento y consumo. Sin embargo, cuando las materias primas rebotaron tan pronto como en 2009, gracias a la intervención sincronizada de la Reserva Federal y el resto de los principales bancos centrales alrededor del mundo, que a los gobiernos petróleo dependientes les permitió así gastar como nunca, Bolivia se mintió a sí misma atribuyéndose un acierto que no era suyo, al punto de haber asegurado que tenía su economía blindada ante una supuesta crisis terminal del capitalismo global.
El hecho de que la desaceleración se registrara antes de la caída petrolera demostró sobradamente que el modelo no se sostiene ni siquiera con precios petroleros altos, y a pesar de que la advertencia de que nadie en este mundo puede vivir indefinidamente gastando más de lo que gana, se redobló la política del estímulo de la demanda con la segunda caída del petróleo en la segunda mitad de 2014, con la diferencia de que esta vez la economía no volvió a recuperarse más, pero aunque lo hubiera hecho, el público general jamás reparó en la idea de que por mucho que una economía crezca, puede no tener qué comer al mismo tiempo.
Como decía Milton Friedman, si se pusiera al Gobierno a cargo del desierto del Sahara, en 5 años habría una escasez de arena: al pretender hacer creer que el problema de la economía es de falta de ingresos y no de exceso de gastos, y a pesar de que el barril de petróleo WTI ha terminado rebotando en estas semanas hasta rozar los $70, las fuentes y medidas de financiamiento del estímulo se han agotado al punto de tener que incurrir en medidas improvisadas y simultaneas que constituyen un hito económico tan importante como el de agosto de 2013, y que marcan, primero, el inicio del fin del sobre optimismo y la euforia sobre el futuro de la economía de Bolivia incluso en el corto plazo, y luego la eventual precipitación de la economía desde su desaceleración permanente hasta la crisis generalizada. A saber:
- Se anunció un nuevo incremento del 5,5% al salario básico y del 3% al salario mínimo nacional, supuestamente en base a datos técnicos y no por presión de la Central Obrera Boliviana, que nuevamente recibió nuevos edificios y vehículos 0/km por parte del Gobierno, con el pretexto del 1° de mayo.
- Se garantizó el pago del doble aguinaldo sin que todavía se conozcan los datos del crecimiento del PIB del último trimestre de 2017, y cuando, supuestamente, tendría que determinarse por decreto con datos del crecimiento del PIB a junio, y que no se conocerán entre agosto o septiembre del 2018.
- Se redujo el encaje legal para incrementar la liquidez en el sistema bancario financiero, que se traduce en todavía más crédito artificialmente barato, mayor inflación, que no redunda más que en la inflación de los mismos datos del PIB.
- Se conoció el Proyecto de Ley de Empresas Sociales, que faculta a los trabajadores de una empresa a ser sus acreedores forzosos si su empleo está en riesgo, o si hay una “disminución paulatina de las actividades productivas”, fruto de una bancarrota.
Lo interesante de estas medidas es que, por un lado, delatan el fraude de la política económica al no existir metodología alguna o cálculo sesudo alguno del INE o el Banco Central, que justifique la regulación de las tasas de interés o determine el doble aguinaldo, demuestran una vez más que el persistente estímulo de la demanda está muy lejos de garantizar el crecimiento; y que, por otro lado, denotan la desesperación por sostener su tamaña impostura.
A pesar de que todo esto ya tendría que explicarse solo, todavía habrá quienes sin ser oficialistas, sigan apostando por la complacencia de las cifras y datos cocinados, o el edificio que construyen en la cuadra del frente. Peor aún, habrá quienes prefieran seguir mintiéndole a sí mismos pensando que todo esto busca comprar votos, mientras demostraron ya que nada de esto se trata de respetar institucionalidad democrática alguna.
Nada más que nadie diga que nadie lo advirtió más que insistentemente y con suficiente anticipación.
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Artículo publicado por el CATO Institute.