Entre la revaluación del dólar y las devaluaciones emergentes

Las economías emergentes están convirtiéndose en las protagonistas del problema del incremento de tasas de la Fed y la revaluación del dólar. Jim Grant, uno de los analistas económicos y de inversión internacionales más reconocidos, sostuvo el pasado 4 de junio en el Grant’s Interest Rate Observer:

Given the rapid rise of the U.S. deficit, if the Fed doesn’t respond by slowing plans to shrink its balance sheet, Treasurys will absorb such a large share of dollar liquidity that a crisis in the rest of the dollar bond markets is inevitable.

Ahora la Reserva Federal está recibiendo ahora mucha presión tanto por lo que hace como por lo que no hace, sobre todo porque fue ella la que causó los problemas que pretende solucionar en primer lugar. No se le puede permitir atribuirse el mérito de haber evitado un derrumbe económico mayor en 2008 con el rescate del sistema financiero estadounidense mediante la monetización de su deuda y la reducción todavía mayor del nivel de las tasas de interés, cuando, en realidad, esto no ha significado más que haber postergado los efectos justamente de un nivel de tasas demasiado bajas durante demasiado tiempo, a cambio de agravarlos.

Pues ese agravamiento se traduce en la dificultad de volver a incrementar tasas sin causar nuevos estragos, en este caso, de llevarse por delante ya no solo su propia economía, sino también las emergentes que, a su vez, vieron apreciarse sus monedas contra el dólar artificial y extraordinariamente barato por demasiado tiempo, incrementaron sus ingresos y gastaron como si no hubiera mañana.

Para poner todo el problema en perspectiva, suponiendo que el incremento del déficit en EE.UU. provoque una eventual recesión, se calcula que la Reserva Federal tendría que reducir las tasas de interés en al menos cinco puntos porcentuales para llevar la economía nuevamente sobre rieles, pero ahora se encuentran en apenas 1.75%, y las tasas negativas ya fueron ensayadas en Japón, la eurozona, Suiza y Suecia, y no sirven para estimular la economía. Ahora, si la Fed quiere liquidar su deuda (o el dinero de nueva creación) que tiene registrado en su balance como simples apuntes contables de depósitos en favor de los bancos que tuvieron activos tóxicos de la burbuja inmobiliaria, tendría que inyectar la friolera de $3.6 trillones en el mercado.

Turquía ha mostrado cómo se cocina una nueva crisis internacional a fuego lento, cuando al ver que su divisa se depreciaba rápidamente frente al dólar, el banco central decidió elevar las tasas de interés en 75 puntos básicos, pero no fue suficiente para recuperar las pérdidas.

Lo verdaderamente grave sería que se observen desequilibrios similares en China, y lo que podría terminar detonando esta crisis es una escalada de la confrontación proteccionista que obligue al PBOC a actuar devaluando para proteger sus balanzas y, claro, su moneda, para que el resto de emergentes se involucre nuevamente en una guerra monetaria o una nueva carrera por ver quién tiene la mayor capacidad de hundir su moneda local.

En el entretanto, en la eterna esperanza de que pueda financiar al menos una última campaña de gasto a mansalva, Bolivia sigue apostando, con cargo a incremento alarmante de deuda pública, al mismo caballo de los precios del petróleo que hace mucho perdió la carrera.

Pero no hay que equivocarse, es necesario mucho más. Si la Fed eventualmente prefiere inclinarse por un hipotético QE4, no hay garantías de que el capital vuelva nuevamente a los emergentes sin haber hecho previamente sus deberes, tanto así que el modelo económico plurinacional andino-amazónico no se sostiene ni con los precios del petróleo en la estratósfera. Como Bolivia no ha logrado atraer un centavo de inversión seria cuando el petróleo se encontraba en $140, no fue sorpresa que la reciente rebaja de calificación de riesgo de Standard & Poor’s “por un sostenido déficit en cuenta corriente,” coincidiera con un precio del petróleo por encima de los $70.

Para mantener la estabilidad incluso de corto plazo, no puede perderse la credibilidad de las autoridades de Gobierno, sobre todo de Hacienda y su capacidad de controlar el gasto, el déficit y el endeudamiento; del ente regulador sobre la solidez del sistema financiero; y finalmente del ente emisor sobre la capacidad que tenga para no provocar que el público huya hacia el dólar antes de cualquier movimiento de la Fed, y con la reciente respuesta proteccionista ante las devaluaciones de Argentina y Brasil, el mercado las pondrá a prueba más temprano que tarde; del proteccionismo comercial a las “devaluaciones competitivas” críticas solamente hay un paso.