Las devaluaciones competitivas constituyen probablemente uno de los mitos más extendidos de la historia del pensamiento económico, y cuya práctica más recurrente data de la era del mercantilismo, desde el siglo XVI hasta la publicación de La Riqueza de las Naciones en 1776, con el que solamente Adam Smith terminó de destruir intelectualmente.
Sin embargo, esto es lo que viene proponiendo la gran mayoría de empresarios privados en Bolivia, sobre todo los exportadores, a raíz de la severa y profunda crisis argentina (y pronto también brasileña), con el argumento de que el actual régimen de tipo de cambio fijo les resta competitividad.
Bolivia fue perdiendo competitividad mucho antes de que se estableciera el tipo de cambio fijo el 2 de noviembre de 2011, y es debido fundamentalmente a la falta de seguridad jurídica, previsibilidad, flexibilidad laboral y productiva, impuestos bajos, sencillos y fáciles de pagar. Caso contrario, los inversores del mundo estarían esperando por minutos que Bolivia devalue para invertir, y eso es solamente una ingenua ilusión. Y si la gente no consume lo nacional es porque la calidad y cantidad de sus productos y servicios pésima calidad en relación a su precio en constante ascenso.
Lo que ha venido haciendo Bolivia es lo que el keynesianismo de derecha en Argentina ha hecho en estos últimos 32 meses: pensar que manteniendo o aumentando el gasto público aumentará el crecimiento, por tanto, la recaudación y, finalmente, la reducción del déficit, pero a pesar de que esto jamás ha funcionado ni va a funcionar, han decidido persistir en el error hasta llevar a Bolivia cada vez más cerca de convertirse en Argentina.
Sin embargo, en este escenario el tipo de cambio fijo es un acierto no intencionado, porque a pesar de haber sido establecido como el mecanismo menos ideal para lidiar con el fenómeno de la inflación importada de hace siete años, y de no ser en absoluto compatible con la política económica interna del hiperestímulo de la demanda, ha servido como mecanismo de estabilidad, de alerta temprana para la guerra monetaria internacional y, por si fuera poco, del nivel del derroche estatal.
Ahora bien, lo que debe hacerse para empezar a recuperar las perspectivas de crecimiento de largo plazo en Bolivia es justamente lo que no se hizo en Argentina: tener un diagnóstico claro del escenario económico, elaborar un plan de contingencia y comunicarlo a la población de acuerdo a los sacrificios que debía hacerse en consecuencia; recortar el gasto de la administración pública en todos sus niveles de manera decidida y sin prolongar la agonía; y flexibilizar lo más posible el régimen laboral para permitirle al sector privado reorientar sus recursos de la manera más eficiente y eficaz posible.
Lo contrario sería copiar a Argentina tanto macrista como kirchnerista: engañar a la población afirmando que además del incremento de la deuda y de los impuestos, la devaluación cambiaria es parte del ajuste, cuando realmente significa evitar el ajuste haciendo que justos paguen por pecadores, haciendo que el conjunto de la población pague el despilfarro de la burocracia por medio de la inflación.
Pensará el empresariado privado, y más de un analista económico opositor, que los deberes no son viables ni política ni socialmente, que generarían una inestabilidad inasumible. Pues eso fue justamente lo que Mauricio Macri pensó al inicio de su gobierno hace dos años y medio, hasta que hoy la gente está empezando a arengar en las calles exigiendo su renuncia y adelanto de elecciones generales.
En todo caso, ¿en qué medida sería ideal devaluar el tipo de cambio, un 40%? Pues Argentina ha visto cómo han devaluado el peso en un 172% en 32 meses, entre el 12 de diciembre de 2015 al 30 de agosto de 2018, y solamente ha visto cómo siguen hundiendo su economía.
Indistintamente de si lo hace hoy o mañana, gradualmente o con método de shock, devaluar la moneda nacional es algo demasiado serio para dejar la administración de su valor en manos del actual y cualquier otro gobierno, tanto en Bolivia como en cualquier otro país del mundo.