Mauricio Macri acaba de ofrecer un nuevo mensaje a la nación argentina que, luego de cinco meses de crisis estanflacionaria intensa y profunda, y que él mismo consideró como la peor crisis de su vida luego de su secuestro, tendría que haber sido el definitivo para detener la escalada del dólar.
En este mensaje Macri apuntó algo que es necesario reconocer. Argentina sufrió muchos embates relativamente imprevisibles, como la peor sequía de los últimos 50 años, el incremento de tasas de la Reserva Federal, la importación de petróleo en pleno repunte de precios, los inicios de lo que parecía convertirse en una guerra comercial con muy pocos precedentes, la crisis de la lira turca y el escándalo de los cuadernos de la corrupción de la era Kirchner.
Todo esto es cierto, y además habría que añadir que la negociación con los holdouts fue inmediata y exitosa, que eliminaron el cepo al dólar y redujeron la inflación significativamente. Estos elementos fueron determinantes en la recuperación de la credibilidad de Argentina, sobre todo en los mercados de capitales internacionales, no cabe duda. Sin embargo, lo inaceptable es que la administración Macri no puede seguir mostrándose como víctima sin reconocer sus errores al mismo tiempo, que no son pocos ni pequeños. No se puede entender que primero hayan pretendido asegurar una lluvia de inversión privada y que no se haya hecho realidad en dos años y medio de gobierno. No todos los factores anteriormente mencionados conspiraron contra la recuperación ni desde el principio ni al mismo tiempo.
El primer error grave fue manejar muy mal las expectativas. Lo primero que debió hacer el gobierno de Macri fue hacer un diagnóstico de la herencia, la elaboración de un plan de contingencia y comunicarlo de acuerdo a los sacrificios que debía hacerse en consecuencia. Sin embargo, no hubo ninguno de ellos. Se pretendió reducir el déficit de manera gradual incrementando tarifas, presuponiendo, como en varios otros casos erráticos similares, que el problema era de falta de ingresos por medio de la recaudación, y no de exceso de gastos injustificables ni posibles de financiar.
Como ya apuntamos, pensaron que manteniendo o aumentando el gasto público aumentaría el crecimiento, por tanto, la recaudación y, finalmente, la reducción del déficit, pero esto jamás ha funcionado ni va a funcionar, pero han decidido persistir en el error. El incremento inicial de tarifas, por ejemplo, era acertado si ese esfuerzo extra de la gente era compensado con una reducción decidida de los impuestos, aparejada, inevitablemente, con una reducción del gasto y, por tanto, de las dependencias burocráticas.
Peor aún, como esto no ha funcionado, se apresuraron en devaluar el peso argentino para cerrar las nuevas brechas, y le terminaron añadiendo combustible al fuego, para que el dólar superara la barrera de los 40 pesos y las perspectivas de inflación hacia fin de año sean del 40%, y que la crisis terminara siendo comparada con cualquiera de las que los argentinos han sufrido sistemáticamente durante los últimos 40 años.
Pues bien, los anuncios de Macri hoy se traducen en la reducción de ministerios a menos de la mitad, pero, por lo visto hasta ahora, la decisión podría no tener el efecto buscado porque lo importante de la medida es la eliminación de funciones. Esta es, definitivamente, una medida en la buena dirección, pero no ha quedado claro si los ministerios que quedan se harán cargo de las funciones de los ministerios eliminados.
Inmediatamente después habló Nicolás Dujovne, quien -nobleza obliga- desde un principio ha asumido ataques desde todos los flancos con integridad, profesionalismo y mucha calma, y sobre todo sin estridencias e incluso vituperios políticos, como aquellos a los que la delincuente administración Kirchner tenía acostumbrados a todos.
No obstante, si bien -insisto- se han anunciado medidas en la dirección correcta, la reducción del gasto de cuatro puntos porcentuales del PIB entre 2015 y 2018 es comparativamente importante, pero aún insuficiente e incluso todavía cosmético. La región misma todavía no está exenta de serios problemas, porque a la crisis argentina se le suma el inicio de una ola de nuevas caídas del real brasileño, y para esto debió hacerse los deberes de manera sincronizada, con decisión y mucha mayor anticipación.
Ahora, por el lado notablemente negativo de los anuncios, se ha establecido nuevas retenciones a las exportaciones de la soya, y se posterga el mínimo no imponible. Nuevamente, el mal manejo inicial de las expectativas permite poner estos nuevos anuncios en perspectiva: Argentina pasa del anuncio de una lluvia de inversiones a una lluvia de impuestos dos años y medio más tarde.
Con todo esto, de frente al tamaño de los desafíos estructurales que todavía persisten, y el largo camino que a la misma región le queda por recorrer con Brasil en el contexto de su profunda crisis interna y la crisis de los emergentes, las medidas todavía son insuficientes y las tareas pendientes son demasiadas.
De esta manera, hoy, luego de haber superado la temible barrera de los $40, el dólar arrancó este lunes en $36,50, y luego del mensaje de Macri bajó a los 35; ya es una situación comparativamente aceptable con lo que sucedió en las últimas semanas. En este sentido parecen haber señales respecto de que lo peor ya habría pasado, que los desequilibrios macroeconómicos más grandes ya se han corregido, aunque no constituyan garantía alguna para cualquier nueva eventualidad. Por eso, quién sabe si el dólar finalmente podría estabilizarse alrededor de los $35 hasta fin de año y hasta que nuevamente arranque la temporada de campaña y elecciones.
¿Y qué pasa con Bolivia con el escenario del vecino país? No es broma, pero los exportadores han vuelto a manifestarse en favor de una devaluación cambiaria por la crisis argentina, sin saber cuáles pueden ser las consecuencias de hacer justamente lo que se hizo en Argentina. Y peor aún, algunos de los analistas que también estuvieron manifestándose en favor de la misma medida, parecen haber cambiado de opinión porque las circunstancias habrían cambiado, cuando, en realidad, las leyes económicas son siempre las mismas, es decir, el principio de causa y efecto es inalterable indistintamente de las circunstancias que se presenten. Devaluar la moneda nacional nunca es una buena idea.
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