La última vez que discutí sobre la posibilidad que tenía el Gobierno de Bolivia de colocar nuevos bonos soberanos por $1.000 millones, fue hace exactamente un año atrás; debí apostar, pero veamos qué argumentaba en ese entonces y qué puede pasar en este año, dado que esta idea vuelve a asomar cabeza en el PGE 2019.
Uno de los argumentos que mejor respaldaba la idea de que no lograrían colocar los bonos, al menos no en el primer trimestre de 2018, como tenían planeado inicialmente, e incluso hasta junio del mismo año, era el contexto internacional y lo que el país pretendía hacer al respecto.
En 2018 la Reserva Federal, programó nuevos incrementos de tasas de interés durante todo el año de manera decidida, dado el crecimiento sincronizado inicial de la economía global y los buenos resultados a lo largo y ancho de la economía estadounidense. Esto provocó que los grandes capitales internacionales tuvieran la mejor opción posible de volver a las primeras economías del mundo luego de tantos años de crecimiento reducido, y, dado, además, el recalentamiento de los países emergentes donde estuvieron refugiados.
De alguna manera, y aunque tal vez solamente al final de la lista, Bolivia entraba en el paquete de las economías emergentes de moda para invertir a corto plazo, al punto de haber logrado colocar bonos soberanos en 2012 por primera vez en 100 años. Por tanto, era afectada de manera muy similar.
Sin embargo, a partir de la caída petrolera y de commodities en general desde 2014, a los emergentes se les empezaba a terminar la fiesta, aunque dado que las primeras economías no terminaban de despertar de los golpes de la Gran Recesión, tenían cierto margen para desacoplarse del simple efecto precio de materias primas.
En aquel contexto, Bolivia no tenía que hacer mucho más que mostrar voluntad de respetar compromisos, pero prefirió pedir consejos a Teodoro Obiang sobre cómo sostenerse en el poder indefinidamente, de burlar el mandato popular de un referéndum, de ser lo más intransigente posible en el Consejo de Seguridad de la ONU, de apoyar el régimen Maduro, etc.
Hasta aquí, sostener que Bolivia puede seguir incrementando su deuda pública solamente porque puede hacerlo en términos financieros, no es buen argumento. Decir que lo único que les impediría hacerlo es pagar una buena tasa, tampoco lo es. Las cosas han cambiado mucho en el contexto internacional desde la última colocación.
Ahora bien, ¿esto significa que en 2019 Bolivia no podrá emitir bonos como en 2018? Es muy posible que sí lo logre, pero el motivo podría ser muy distinto que en el pasado reciente. Es cierto, la Inversión Extranjera Directa, que entre 2006 y 2017 se ha mantenido apenas entre un 2% y 5.7%, es un fiel reflejo de la aversión fundamentalmente a la falta de seguridad jurídica interna, pero el mercado de bonos funciona de una manera tanto más compleja, que requiere de más elementos para analizar que la simple tasa a la que los mercados internacionales estarían dispuestos a comprar estos nuevos bonos.
Por ejemplo, de no saber casi de mes a mes cómo sostener la alarmante caída de reservas del BCB, se ha pasado a un escenario con mucha suerte para el Gobierno (aunque no necesariamente para el país), donde el petróleo parece rebotar por encima de los $50 que se espera en el PGE 2019, donde la Reserva Federal reduce el ritmo de incremento de tasas de interés, y donde, por tanto, la renta fija emergente parece ser atractiva de nuevo. Aunque parece efímero, todo esto influye positivamente en los planes económicos gubernamentales de corto plazo, o al menos para que sostener algo de reservas en el BCB para no tener que tocar el tipo de cambio.
Aún así, la posibilidad de colocar bonos no significa ningún acierto en particular. Perú y Ecuador, que están con fundamentales muy distintos, han colocado bonos soberanos recientemente. Y véase el caso de Argentina, que ha entrado en default tantas veces en su historia reciente, que incluso luego de la crisis de 2001 logró emitir bonos y el mercado se los compró.
El año pasado pasó algo similar, nadie menos que el tan denostado FMI le prestó $57 mil millones a Argentina, pero para qué, no para financiar la transición del modelo económico peronista en bancarrota a uno de crecimiento sano y sostenido, fundado en el ahorro y la inversión privada de largo plazo, sino para seguir financiando el gasto y apenas una parte del déficit.
Sin embargo, entre quienes prestan su dinero a los argentinos hay tipos tan astutos como Paul Singer y Elliott Management, que no esperan ganar con la tasa que se les pueda ofrecer, sino todo lo que puedan conseguir mediante el arbitraje internacional del impago eventual, que fue el que ganaron hace muy poco por el default de 2001. Los bonos de Bolivia, por ejemplo, vencen recién en 2022, 2023 y 2028.
Por ahora no hay mucho más qué decir sobre Bolivia, porque a pesar de que genera más aversión cada día, todavía resta mucho tiempo, pero vaya si los argentinos saben que el déficit fiscal crónico y el sobreendeudamiento de hoy son los impuestos y la inflación de dos dígitos de mañana.