Bolivia tampoco es Ecuador, todavía

Esta vez no vamos a discutir si es conveniente devaluar o no, porque aparte de que son cada vez más quienes por fin reconocen que solamente sirve para solventar el gasto a mano armada del régimen, y no para mejorar competitividad alguna, eventualmente la devaluación será simplemente inevitable por la fuerza de las circunstancias, aunque, eso sí, cuanto más tarden en hacerlo más grande tendrá que ser, o mientras más rápido devalúen las consecuencias de dicha operativa serán comparativamente menos peores. Así lo acaba de demostrar Ecuador 

He leído y escuchado más de una nota de análisis antojadiza sosteniendo que el problema de Ecuador al incrementar el precio de los combustibles (o recortar las subvenciones) en un 80%, fue porque al tener una economía dolarizada Lenín Moreno no pudo devaluar un hipotético sucre para solventar el desbocado déficit del 6.7% heredado del correísmo. Pues, ¿cuánto hubiera tenido que devaluar el sucre Lenín Moreno solamente para solventar el gasto en la subvención de combustibles de Rafael Correa, 80%? Por eso los $75 mil millones (45% del PIB) de deuda heredada.

Lo que la dolarización o la imposibilidad de devaluar en Ecuador ha logrado, ha sido impedir la mayor transferencia forzosa de riqueza y la inflación consecuente más severa que jamás hubiera visto su población, a la vez que ha obligado al Estado ecuatoriano a asumir la austeridad. Si hubieran tenido en cuenta que en cuanto Ecuador comenzó su desaceleración tenían un problema de exceso de gastos y no de falta de ingresos, probablemente podrían haberse dado el lujo de ajustar los combustibles con suficiente anticipación y de manera gradual para evitar la inestabilidad (o desestabilización) de las anteriores dos semanas.

Por eso hoy no discutimos la devaluación. En cambio, lo que vamos a hacer ahora con la experiencia ecuatoriana, si es que no la argentina o la propia de 2010, es plantear cuánto dinero equivalente al PIB se necesita para no tener que devaluar hoy en Bolivia, jugando con algunos datos.

Para solventar el déficit fiscal solamente a través de un “gasolinazo”, Mauricio Medinaceli ha calculado que el incremento de los precios de los combustibles tendría que ser Bs. 3.74 a Bs. 11.96, mientras que Rómulo Chumacero, antes de que la importación de combustibles se disparara un 72% por menor venta de gas, calculó que el precio del petróleo tendría que ser de $124.2. Sin embargo, la subvención a los combustibles, de aproximadamente $625 millones, no son lo único que explica el déficit fiscal, que sólo en 2019 suma aproximadamente $3.000 millones, pero el déficit acumulado durante seis años continuos asciende a alrededor del 8% y suma aproximadamente ¡$20.000 millones! ¿De dónde saldrá la plata?

Aparentemente Bolivia puede seguir incrementando la deuda pública (nadie habla de la privada, que es mucho peor, y lo haremos luego). Sin embargo, la deuda pública externa es de $10.670 millones y la deuda pública interna es de $5.350 millones, pero la deuda de las empresas públicas (todas deficitarias) con el BCB, según cálculos de José Luis Parada, es de $7.000 millones. Todo esto suma $23.000 millones, es decir, ¡un 52% del PIB!

Peor aún, en 2020, por contrato de exportación, Bolivia debe entregar el equivalente a un año o año y medio de gas que Brasil ya ha pagado por adelantado, pero que nuestro país aparentemente ya ha gastado y no ha entregado aún al productor que se haya hecho cargo. ¿En qué medida esto incrementa el déficit, la deuda, los impuestos o el precio de los combustibles? ¿En qué medida esto precipita una eventual devaluación y consecuente inflación? ¿Responderán alguna vez los economistas keynesianos tanto oficialistas como opositores que se niegan a ensayar siquiera cuánto, cómo y dónde habría que recortar el gasto y reducir el tamaño del aparato público burocrático?

Artículos relacionados:

Si no se argentiniza, ¿Bolivia se ecuatoriza?
Las lecciones del fracaso de Macri para Bolivia
¿Para cuándo nuestro propio cepo?

El autor de este artículo cree que las fuentes de las cuales se obtuvo la información utilizada podrían ser confiables. Sin embargo, no puede garantizar ni ha verificado la exactitud o integridad de dicha información o los supuestos en los que ésta se basa.