“Invertir es un negocio en el que puedes parecer muy tonto durante un largo período de tiempo antes de que se demuestre que tienes razón” – Bill Ackman
La crisis económica que debía llegar en 2020 ha sido precipitada y agravada por el descomunal fraude de Evo Morales el pasado 20 de octubre, de manera mucho más grande de lo que todavía parece. Afortunadamente el gobierno transitorio se hizo cargo en buen momento, aunque respecto de la economía en concreto tengo algunos reparos por el momento.
Sin duda alguna, el primero es que no puedo dejar de reprochar el que no se haya intervenido el Banco Central de Bolivia de manera decidida, mucho menos haber señalado a Pablo Ramos como pieza fundamental de los problemas que el país arrastra, entre otras cosas, por disponer de las reservas internacionales a discreción y de manera tan irresponsable como el incremento del gasto de una empresa altamente deficitaria como Boliviana de Aviación.
Desde luego, lo mínimo que sucederá será una pérdida de credibilidad en momentos de contingencia para los que se supone que habría sido creada la banca central sobre todo durante el siglo XX. La realidad es que en todo momento y lugar ha funcionado y funciona no como prestamista de última instancia, sino como prestamista de primera instancia o, en lenguaje criollo, caja chica del régimen de turno.
El segundo gran reparo es que si bien se ha acertado en no devaluar, dejar de destinar las reservas en gasto público absolutamente injustificado y liberar las exportaciones del sector no tradicional para estabilizar las reservas antes de que cayeran por debajo de los $6.000 millones y tener que devaluar, la estabilidad de corto plazo de las reservas en alrededor de los $6.707 millones (con datos oficiales al 8 de noviembre) depende de algo tan frágil como una sequía, la caída de la cotización commodities, el recrudecimiento de la guerra comercial entre EEUU y China, una nueva y muy probable mega devaluación del peso argentino, un incremento relativamente imprevisto de las tasas de la Fed, o la sombra del propio Morales.
Por si fuera poco, y este es el tercer y último reparo con las iniciativas económicas (o falta de ellas), ahora mismo la falta de liquidez y la mora bancaria, sumada a las reprogramaciones al estilo de créditos vinculados, están en niveles cada vez más peligrosos. ¿Saldrá ileso el BCB luego de tanto cuestionamiento para hacerse cargo del desafío de la banca, y así cerrar el año con un cuadro de riesgo aceptable y manejable?
Es comprensible que los banqueros hoy guarden tanto silencio como ayer (jamás le recomendarían a su cliente que retire sus ahorros de largo plazo de su banco), pero lo mínimo a lo que hay que apuntar en el corto plazo, y sin cálculo político alrededor del 22 de enero, es volver a impedir a Hacienda y el BCB intervenir en las tasas de interés, preferiblemente a través de la derogación del Título I Capítulo V de la Ley de Servicios Financieros de 2013, en función de un incremento natural de las tasas de interés. Las tasas artificialmente bajas fueron sólo una herramienta de clientelismo político que distorsionó el sector y la economía real.
Por cierto, y finalmente, todavía no ha quedado claro por qué los deberes de un gobierno transitorio respecto de la economía en concreto, deben limitarse apenas a la transparencia o un ajuste cosmético. Es cierto que sin mayoría en el Parlamento solamente un reajuste del PGE 2020 es poco lo que se puede hacer, pero esto no quita que se deba insistir en que las reformas estructurales son inevitables, y más difíciles por cuanto más se las pretenda aplazar.