Carlos Mesa ha ofrecido una entrevista con Tuffí Aré desde el confinamiento, el pasado 4 de abril, para aclarar lo que dijeron algunos titulares sobre sus declaraciones ante la gestión gubernamental de la crisis económica y la pandemia del Coronavirus, además de sus propuestas al respecto.
Hay varias cosas que Mesa ha mencionado en esta entrevista que llaman mucho la atención y más aún a la cautela, pero no deja de ser interesante el hecho de que ya sobre el final aclare que todo lo que ha dicho no es más que una opinión personal, y no una propuesta como candidato a la presidencia o de Comunidad Ciudadana, pues esta podría haber sido la primera vez que se lo escucha diciendo lo que realmente piensa sin un discurso políticamente correcto y pre elaborado por sus asesores, que es siempre malo de todas maneras.
Sobre las medidas contra la pandemia
Si no fuera porque en su gestión como Presidente luego de octubre de 2003 fue ampliamente sobrepasado por sus emociones y por el desafío que siempre guarda el cargo al renunciar tres veces en tan sólo un año y medio de gobierno, o su clara falta de liderazgo en la crisis de octubre-noviembre de 2019, se podría decir que lo que Mesa deja ver de sí mismo en esta entrevista es verdaderamente alarmante, pero como la gente suele cambiar en largos períodos de tiempo (no siempre para mal), al menos hay que guardar muchísima cautela, pues en este viejo socio del Movimiento al Socialismo existe un delirio paternalista y megalomaniaco, un potencial autoritario y de control e ingeniería social demasiado peligroso.
Por ejemplo, al momento en que le preguntan sobre lo que cree que sucederá en el mundo a raíz de la pandemia, hace una estimación alarmista y totalmente desproporcionada, más aún dados sus conocimientos como historiador (dicen que la pandemia española de 1918-1919 cobró la vida de entre un 3% y 6% de la población mundial, pero no cambió el orden político y económico global como no mucho más tarde lo hizo, por ejemplo, la Gran Depresión):
“Esto va a cambiar el modelo de la sociedad. Los Estados tienen que entrar en dos dimensiones, la primera en un Estado con mucho más control sobre la sociedad desde el punto de garantizar su seguridad a cambio de la restricción de su libertad; y medidas mundiales, la suerte de un gobierno mundial que, en temas económicos de salud y en temas generales, este nuevo mundo debe tener un gobierno mundial con mecanismos mundializados de decisión y protocolos de comportamiento colectivo.”
Un delirio desmedido, pero poco más habría que decir hasta citar la advertencia de Benjamin Franklin:
“Aquellos que renunciarían a una libertad esencial para conseguir un poco de seguridad momentánea, no merecen ni libertad ni seguridad”.
Todo esto podría haber pasado desapercibido por el común de los oyentes, pero a mí me llama mucho la atención escuchar a un político boliviano que quiere ser presidente, hablar de semejante manera, tan colectivista, verticalista y megalomaníaca. Esto es altamente peligroso para la preservación de los derechos individuales de propiedad privada.
Además, Mesa considera que el camino a seguir en esta crisis y luego de ella lo marca ningún otro gobierno como el de Xi Jinping en China, que vergonzosamente considera como un país “completamente capitalista con economía abierta de mercado”.
Más allá del hecho de que China ocupe apenas el puesto 103 en el Índice de Libertad Económica 2020 de la Fundación Heritage, el 113 en el índice del mismo nombre de 2019 del Instituto Fraser, y el 126 en el Índice de Libertad Humana 2019 del Instituto CATO, si hay algo que ha quedado claro en esta crisis del Coronavirus, sobre todo por la manera irresponsable, negligente y altamente draconiana en que China ha pretendido controlarla, es que los individuos no podemos ya seguir confiando nuestra seguridad personal a los Estados y los gobiernos a cambio de nuestra libertad individual.
Entre otros aspectos, en China se ha observado un control social pocas veces visto en otros lugares del mundo, como las cámaras termográficas y de video con reconocimiento facial en lugares públicos, para identificar a quienes pudieran estar rompiendo la cuarentena forzosa; o el desalojo físico de residencias estudiantiles para habilitarlas como centros hospitalarios; o las amenazas de multas y prisión para todo ciudadano que denuncie violaciones a los DDHH por parte del Estado durante la crisis, que incluye eliminar publicaciones de información crítica en internet, censurar medios de comunicación, castigar a los médicos que denuncian irregularidades, detener y desaparecer a periodistas independientes y críticos del gobierno, y expulsar a periodistas extranjeros. ¿Es esto lo que quiere Carlos Mesa para Bolivia?
Para mayor colmo, Mesa afirma que “el capitalismo salvaje no puede ya ser aceptado como el modelo de funcionamiento colectivo, (porque) genera desigualdad, (y que, por tal motivo), somos más desiguales que nunca.” Además agrega que se les está pidiendo a los más ricos del mundo que donen recursos significativos que ayuden a lidiar con la crisis, aunque sin advertir que algunos ultra ricos como Amancio Ortega, Jack Ma, Bernard Arnault, Mark Zuckerberg o Carlos Slim, ya hicieron donaciones antes de que nadie se acordara de ellos siquiera, y hoy siguen ayudando incluso cuando el gobierno chino y el español pretenden ocultarlo a sus ciudadanos controlando los medios de comunicación. ¿Mesa ayudó ya con alguna donación o al menos un programa escrito? Tal vez quiera ser igualmente discreto que los anteriores.
Igualmente, sería interesante discutir con Mesa en términos concretos qué significa “capitalismo salvaje”, si no es más que una simple muletilla político intelectual como las de Eduardo Galeano. Si los seres humanos no reconociéramos nuestras desigualdades innatas al menos desde la Revolución Industrial, no seríamos capaces de competir identificando y ofreciendo soluciones a problemas de gente que ni siquiera conocemos a cambio de un legítimo beneficio, al punto en que hoy no sólo que los ricos son más ricos, sino que los pobres son cada vez menos pobres y tienen más oportunidades e instrumentos que nunca en la historia de la humanidad para salir adelante, justamente gracias al capitalismo de libre mercado que Mesa tanto busca denostar. Por ejemplo, si no fuera por este sistema sin propuesta alternativa seria, un ciudadano estadounidense de clase media no tendría hoy la misma o incluso mejor calidad de vida que John D. Rockefeller en 1930.
Y como no podía faltar, Mesa tampoco pierde el tiempo de lanzar críticas a Donald Trump, AMLO, Jair Bolsonaro o Boris Johnson frente a la pandemia, que hasta cierto punto son acertadas (aunque, como dirían mis amigos españoles, “a toro pasado todos somos listos y sabíamos lo que había que hacer”), pero llama la atención que, por un lado, no menciona siquiera los casos exitosos contra la pandemia como Singapur (la economía más libre del mundo), Corea del Sur (25), Suecia (22), República Checa (23) o Austria (29), cuyas medidas no se asemejan siquiera a las de China, y que, por el otro, y de manera más sintomática aún, no diga absolutamente nada sobre el caso ahora emblemático del gobierno de Pedro Sánchez (PSOE) y Pablo Iglesias (Podemos) en España.
Sánchez e Iglesias han personificado el caso más irresponsable, negligente e inepto, al haber convocado marchas masivas de alrededor de 120 mil personas en el Día Internacional de la Mujer el pasado 8 de marzo, cuando ya se registraban al menos 500 infectados confirmados, que se hayan saltado la cuarentena en reuniones gubernamentales y de Congreso cuando sus esposas estaban o parecían estar infectadas, además de un largo etcétera. Tal vez omite esto último porque no sería buen momento para presumir de la sociedad que tienen con Nicolás Maduro y el resto del Socialismo del Siglo XXI.
Sobre las medidas económicas
Todo esto es todavía peor cuando Mesa exagera en sus cavilaciones sobre el impacto económico de la pandemia. Dice que el mundo se encuentra ante una inflexión histórica, que marcará un antes y un después, porque habría una recesión económica como la que siguió a la Segunda Guerra Mundial (ciertamente, hubo mucho peores).
Pues contrariamente a lo que piensa Mesa, la economía global saldrá adelante en la medida que los distintos gobiernos no restrinjan las libertad individuales para actuar en función de sus prioridades y objetivos siempre individuales, mas no colectivos. Si no fuera así, cualquier otra manera es simplemente imposible, pues ha quedado más que ampliamente demostrado por más de un régimen totalitario a lo largo de todo el Siglo XX, que no hay manera objetiva de planificar la economía en base a mandatos coactivos sin causar mayores desastres que los que pretende solucionar en un principio.
Por ejemplo, cuando Carlos Mesa lleva su manera de pensar a medidas concretas. Mesa habla de la necesidad de un nuevo Plan Marshall, como el que hubo en Europa luego de la Segunda Guerra Mundial, o como el que Pedro Sánchez propone hoy desde España, donde a raíz de la Gran Recesión y la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2007, ya experimentaron con un nuevo Plan Marshall buscando incrementar lo más posible el déficit, deuda, consumo y gasto público en infraestructura, es decir, en aplicar la misma batería de medidas que llevó a su economía al desastre en primer lugar; se llamó Plan E, y fue ideado y aplicado por Rodríguez Zapatero, también del PSOE, garantizando así su reelección, pero también su renuncia con el agravamiento considerable y casi inmediato de la crisis en aquel país, y desde luego que en el resto de la Eurozona amenazando la propia subsistencia del euro en 2011.
Obviamente, estimular la economía por el lado de la demanda con planes típicamente keynesianos no servirían de absolutamente nada, menos aún durante cuarentena. Un Plan Marshall se caracteriza fundamentalmente por el incremento del gasto público en el desarrollo de infraestructura pública. En España, el Plan E en el que probablemente Mesa también se inspira, se caracterizó por re-inflar o simplemente reemplazar una de las mayores burbujas de activos inmobiliarios que se haya conocido en Occidente en las últimas décadas, con otra. Probablemente lo que quieren Sánchez e Iglesias para la economía en España, luego del desabastecimiento que están provocando las confiscaciones y estatizaciones en marcha de empresas privadas de producción de insumos médicos, sea un segundo aeropuerto abandonado en Castellón, o aún más redes de puertos, autopistas y rieles abandonadas por todo el país.
Uno de los problemas fundamentales de sus aproximaciones económicas (se lo puede observar en su plan de gobierno gradualista tipo Macri de octubre de 2019), es pensar en términos estáticos, es decir, solamente en el hoy, cuando, en realidad, la economía hay que pensarla siempre en términos dinámicos, considerando el lugar de donde viene la economía, dónde está y hacia dónde va.
La economía de Bolivia ya viene de un largo proceso de hiper-estímulo de la demanda agregada interna. El país ya se endeudaba, gastaba y consumía demasiado, y ya inducía a los empresarios a realizar una serie de inversiones de mala calidad con crédito abundante y artificialmente barato, y la necesidad inevitable de empezar a liquidar todas estas malas inversiones generalizadas fue ilustrada con el inicio de la desaceleración a mediados de 2013, o al menos 6 meses antes de la caída petrolera de 2014. Lo que Mesa aún no han podido advertir es que las medidas típicamente keynesianas del Movimiento al Socialismo para lidiar tanto ante la caída de Lehman o con la desaceleración de 7 años continuos, es decir, el incremento del déficit, el gasto, el consumo y la caída de las reservas internacionales, es justamente lo que llevó a la economía al borde de la bancarrota alrededor del fraude de Morales en 2019.
Lo que Mesa no está pudiendo ver que el esfuerzo de haber recortado el gasto público desde diciembre, aunque todavía no se compare con todo el trabajo que todavía hay que hacer en esa misma línea, además de haber destinado un 10% del PGE 2020 en en el sector salud, hubiera encontrado al país en condiciones todavía más deplorables para enfrentar la pandemia. Pero tampoco tiene mayor reparo y desatino que proponer el mismísimo programa de masiva destrucción de capital de Morales y Arce Catacora de los últimos 14 años, con un sinfín de construcciones públicas inservibles, aunque con esteroides, y apoyado en la desgastada y tan argentina frase que acaba de llevar al país vecino a su noveno default, “hay que poner dinero en el bolsillo de la gente”; a mayor gasto, déficit y sobre-endeudamiento, mayor desaceleración y crisis, pues.
En este sentido, Mesa habla -aquí es donde se le va la olla, como también dirían mis amigos españoles- y no sin remarcar que se trata de una opinión personal, de la necesidad de un programa de nada menos que $5.000 millones para la economía de Bolivia, equivalente a alrededor de un 14% del PIB, para ayudar al conjunto de la economía. Además justifica la cifra afirmando que la (peligrosísima) palabra mágica en todo este escenario es liquidez.
Mesa habla de dos fuentes principales de las cuales provendría toda esta liquidez masiva: del pequeño margen que habría para incrementar la deuda pública, y emisión sin riesgo de inflación. Luego hablaremos del incremento de deuda pública externa, pero incurrir ahora mismo en la devaluación de la moneda nacional (de hecho, ahora mismo el BCB ya se encuentra monetizando deuda en el mercado secundario, de lo cual es muy dudoso que no genere mayores problemas no mucho más tarde), pues además de que el Plan Marshall de Mesa no solucionaría nada, así como no lo hizo el Plan E de sus colegas en España, solamente agregaría inflación a una economía que ya sufre por un brutal shock de oferta, además de que por la magnitud de sus inyecciones monetarias, podría incluso provocar una corrida bancaria y una huida cambiaria del boliviano hacia el dólar como refugio.
Luego, estando muy seguro de que la inflación consecuente de su emisión sería controlable, Mesa justifica su idea devaluatoria afirmando que no sólo no hubo inflación en el primer trimestre, sino que además hubo deflación luego de varias décadas. Sin embargo, el término correcto, en realidad, es desinflación, porque la deflación tiene que ver con la economía real que con los precios relativos. Y sobre si Bolivia se encontraba ya en un proceso deflacionario al menos desde 2017 lo discutí ya antes, así que no nos extenderemos, pero vaya si no hay que tenerle miedo a los procesos inflacionarios, porque uno no sabe realmente en qué momento, en que momento ni lugar surgirá; es como exprimir un tubo de dentífrico, si sale demasiado es muy difícil volver a meterlo.
Y no es que en Bolivia no hay ni hubo inflación. La inflación, en realidad, está allí donde los economistas convencionales no quieren mirar: fuera del IPC del INE del MAS, que de todas maneras es más que cuestionable y requiere de la revisión de la metodología de cálculo, sobre todo de las ponderaciones de determinados productos.
Sucede que si la gran generalidad de economistas observa un incremento generalizado de los precios de aquellos productos y servicios del IPC, afirma que hay inflación, pero si observan el mismo comportamiento en los precios de bienes de consumo duradero, como autos, camiones 0km, maquinaria industrial, casas, departamentos, terrenos y demás, le llaman auge. La inflación derivada del proceso de bolivianización forzosa desde 2004, y la masiva expansión crediticia y de la base monetaria nacional desde 2013 hasta la fecha, han provocado pues una burbuja de activos de proporciones nunca antes vista en este país. Y si además le agregamos la inflación consecuente de la actual monetización de deuda del BCB y las devaluaciones que propone mesa, la economía nacional está servida sobre todo para los más pobres.
Más aún, los problemas de la inflación estriba en que distorsionaría aún más los precios relativos de la economía, sobre todo de aquellos servicios y productos más cercanos a la etapa final de consumo, además de que terminaría provocando una asignación de los factores de producción todavía más caótica que durante la era del MAS y que durante el tiempo de confinamiento. La inyección masiva e indiscriminada de liquidez en la economía, además de perjudicar aún más a los consumidores, terminaría de arruinar a los productores llevándolos a la quiebra, y con ello ya no tendríamos ni siquiera una recesión inflacionaria o estanflación, sino una depresión económica.
De las medidas orientadas en la buena dirección
Ahora bien, hay que destacar que Mesa al menos se atreve a lanzar propuestas de reforma estructural, lo cual es bienvenido, porque el desafío de la economía amerita las discusiones en tal nivel. Sin embargo, aunque todo lo que propone funcionara, no ha expuesto (o al menos no lo ha propuesto todavía, tal vez porque en el largo plazo estamos todos muertos) cómo pagaríamos luego el incremento de deuda, o cómo se financiaría el déficit. Esperemos que no sea imprimiendo todavía más billetes, como en la era de la UDP de los 80 que tanto extrañarán sus actuales correligionarios.
Pues advirtiendo ya la probable bancarrota del país, afirmé que si el país necesitaba incurrir en un incremento de deuda pública externa, que sirviera únicamente para financiar la dolorosa etapa de migración y adaptación del viejo modelo económico del MAS a uno nuevo de verdadera convicción liberal, como el que propuse ya en septiembre, y de manera más extensa en febrero, un modelo que crea y confíe en el ser humano y sus capacidades innatas respetando sus derechos individuales de propiedad privada, y que, de manera más concreta, contemple y corrija los errores cometidos tanto por el DS 21060 como por el Plan de Todos.
Lo que estas propuestas resumen es lo que la economía de Bolivia necesita: sí, liquidez, pero no indiscriminada, sino únicamente para aquellos negocios solventes, y no aquellos que de todas maneras ya se encontraban en un inevitable proceso de liquidación. Por un lado, la economía del país necesita liberar recursos de aquellos sectores que producen bienes y servicios sin demanda (que ya estaba siendo artificialmente inflados en condición de burbuja), para canalizarlos hacia aquellos donde existe demanda real efectiva de mercado; y por el otro lado, necesita atraer capital, invertirlo y generar riqueza, no simple crecimiento, y para eso se requiere desesperadamente de cuanta mayor libertad económica y menor ingeniería social autoritaria sea posible.
Aquí la entrevista:
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