Resulta difícil calcular la cantidad de mitos que se han construido alrededor de la explotación de los recursos naturales de América Latina y las causas de la pobreza de esta región.
Eduardo Galeano, por ejemplo, uno de los intelectuales de izquierda más citados por su trabajo en Las venas abiertas de América Latina –publicado en 1971– ha sostenido que la región en su conjunto ha sido víctima del saqueo capitalista de sus recursos naturales al menos desde la Colonia durante los siglos XVI, XVII y XVIII.
Siguiendo la misma línea de Galeano, Raúl Prebisch, desarrolló la Teoría de la Dependencia que nutrió su trabajo como director de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina (CEPAL) desde los años 50.
Dicha teoría afirma que la estructura de la economía mundial genera una desigualdad deliberada entre los países en vías de desarrollo (o periféricos) y los países industrializados (o centrales). Por ejemplo, América Latina produce y exporta materias primas con bajo valor agregado a EEUU, donde son transformadas y luego vendidas a la misma América Latina con un alto valor agregado. Por tanto, América Latina estaría subordinada de esa manera a EE.UU. en el plano tanto económico como político y cultural.
Es decir, la teoría centro-periferia de Prebisch no es otra cosa más que la teoría de la explotación marxista aplicada al ámbito del comercio internacional en general y la relación comercial entre EEUU y América Latina.
También se ha escuchado hablar mucho sobre la maldición de los recursos naturales o de la paradoja de la abundancia, que explica que las zonas geográficas o países más ricos en recursos naturales se desarrollan menos que aquellos países con una cantidad relativa menor de recursos naturales, dando a pensar que las causas de la pobreza de determinados países son un asunto ajeno a las decisiones concretas que sus gobiernos han tomado sobre ellos.
Pues, como fruto de estas narrativas típicas de izquierda extrema, el primer día de mayo de 2006, cuando Bolivia contaba con 48,7 trillones de pies cúbicos de gas (las segundas en importancia en la región detrás de las de Venezuela), el flamante gobierno de Evo Morales se propuso nacionalizar el negocio del petróleo y la exportación de gas natural a Brasil y Argentina.
Acompañado por militares armados, Morales tomó el campo de San Alberto de manera simbólica y pidió a las empresas petroleras extranjeras en el país “que respeten la dignidad de los bolivianos, que respeten esta decisión del pueblo boliviano. Si no respetan, nos haremos respetar a la fuerza, porque se trata de respetar los intereses de un país”.
A partir de aquel momento el gobierno de Morales instaló en la opinión pública otra narrativa más, la de convertir a Bolivia en el centro energético regional.
Sin embargo, no sólo Bolivia jamás se convirtió en tal centro, sino que, ya en 2005 -y como fruto de la crisis que el país arrastró desde el derrocamiento del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003-, los países vecinos empezaron a buscar distintas maneras de reducir el riesgo que implicaba depender de la inestabilidad permanente de Bolivia.
Así empezaron buscando distintas formas y fuentes de provisión de energía, e incluso buscaron construir el Gasoducto del Sur o desarrollar el “anillo energético de la región”, compuesto por los países que rodean Bolivia para obviarla, empezando por Perú y el proyecto de Camisea, y sin olvidar el propio suministro de Venezuela. Pero los volúmenes de exportación de gas de Bolivia a Brasil han ido cayendo desde 2014, y ya en 2019 el vecino país empezó a reducir su demanda.
Es más, expertos y analistas afirman que la crisis del sector petrolífero es tan extensa y profunda, que el país se verá obligado a importar la gasolina, diésel y gas natural para atender la demanda interna tan pronto como en 2025.
A esto se refería Milton Friedman al decir que “si uno pone al gobierno a cargo del desierto del Sahara, en cinco años habrá escasez de arena”.
15 años han pasado desde la nacionalización del gas con la pretensión de convertir a Bolivia en el centro energético regional. Pese a haber recibido rentas por casi 50.000 millones de dólares, ahora el país debe importar gas, mientras la región ha encontrado distintas fuentes de suministro de energía.
Fue exactamente lo mismo que sucedió en Venezuela -el país con las reservas petroleras más grandes del mundo-, cuando el socialismo cumplió 14 años de gobierno: comenzó a importar gasolina.
Pues bien, a pesar de que Morales, el Movimiento al Socialismo y ahora Arce fracasaron en su política energética, hoy se construye para el litio la misma narrativa que se construyó para el gas en 2006.
Una vez que volvieron al poder, empezaron a construir primero la narrativa de un golpe de Estado -que, por cierto, la Unión Europea acaba de desmentir– y luego de supuestos intereses de Elon Musk y Tesla detrás del litio como causa última del golpe.
Pues la semana pasada el gobierno de Arce lanzó una convocatoria internacional para la extracción directa de litio en Uyuni. En el acto de lanzamiento, Arce afirmó que “así como en el tema petrolero recorrimos un largo camino de nacionalizaciones, de gestión de los recursos naturales para beneficio de los bolivianos, hoy es imperioso dar también un salto cualitativo a la administración de nuestro litio.”
Arce también ha afirmado que, antes del gobierno de Jeanine Añez, existía un acuerdo muy avanzado con una empresa alemana para producir y exportar baterías de litio. Sin embargo, lo cierto es que cuando se habla de litio, para los alemanes incluso Argentina es mejor opción que Bolivia.
Sin embargo, lo que llama la atención respecto del litio, es que, luego de que en agosto de 2019 Xinjiang TBEA Group anunció una inversión de $2.390 millones en el litio boliviano, no se haya vuelto a saber nada, tal vez porque el gobierno de Arce fracasará con el litio mucho antes de lo que Morales fracasó con el gas.
De lo único que probablemente sirva este nuevo capítulo de proyectos energéticos en Bolivia será para enorgullecer a Galeano y Prebisch, quienes –de seguir vivios– tendrían en Arce a un discípulo fiel (pero nunca por hacerse responsable de las consecuencias de hambre y miseria que siempre han traído todos los intentos de estatizar el negocio de los recursos naturales).
Artículo originalmente publicado en La Gaceta de la Iberosfera, el miércoles 5 de mayo de 2021.