En semanas pasadas, un equipo del Fondo Monetario Internacional (FMI), estuvo de visita por Bolivia para mantener la consulta bilateral anual que manda el Artículo IV de su Convenio Constitutivo, que es necesario analizar con más cuidado, sobre todo por el delicado momento en el que ha sido realizada.
En este tipo de visitas rutinarias, estos equipos recaban información económica y financiera del país, y analiza su evolución con las autoridades políticas en materia económica. Luego vuelven a su sede en Washington D.C., elaboran un informe que es discutido con el directorio ejecutivo, y finalmente se elaboran conclusiones para ser comunicadas a las autoridades de cada país.
Gracias a la visita más reciente del FMI a Bolivia -la primera que ha recibido Arce Catacora ya como presidente-, se pueden empezar a elaborar conjeturas que ayudan a evaluar la fragilidad y las necesidades del gobierno nacional para que la recuperación no venga únicamente del abandono de las cuarentenas y la influencia de la recuperación de la economía global, sino de las medidas implementadas -o que falta implementar- hasta el momento.
Un breve preámbulo
Antes que nada, no hay que olvidar la celeridad e incluso euforia con la que el FMI celebró la victoria de Arce en las elecciones de octubre de 2020, diciendo que “fue el ministro que condujo a la economía boliviana por un periodo de gran crecimiento, de gran fortaleza de las finanzas públicas, de gran creación, el arquitecto, artífice y creador de márgenes de reserva para esa economía que le facilitaron el convivir con períodos no tan buenos”.
Debido al dramático escenario de crisis sanitaria, económica y política en el país, esto podría haberse traducido en buenas noticias si acaso el país hubiera tenido que recurrir a créditos de liquidez inmediata de muy corto plazo con el organismo, pues, al menos a fines de 2020, el país contaba con cierto margen financiero para hacerlo, así como también cierta credibilidad con el holgado margen de votos con el que Arce ganó las elecciones, con lo cual, hubiera permitido ser relativamente optimista con el horizonte a corto plazo del país.
Sin embargo, el Gobierno de Arce tomó otro camino muy distinto. Se inclinó por la persecución política, por otorgar distintos privilegios -mucho de ellos incluso ilegales- a los miembros del Gobierno de Morales y su partido, avaló con exagerada demagogia y exabruptos a candidatos que perdieron en las elecciones departamentales y municipales de marzo, y sobreestimó la posibilidad de conseguir financiamiento en el corto plazo por medio de la emisión de bonos soberanos por 3.000 millones de dólares, que había prometido para el primer trimestre de 2021.
Por esto, además de una escandalosa deficiencia en la gestión de la crisis sanitaria (Bolivia supera solamente a Venezuela y Paraguay en el porcentaje de población vacunada con dos dosis en la región), el escenario para Arce se ha oscurecido mucho en muy poco tiempo, sobre todo en materia económica.
Dónde acierta el FMI
Dicho esto, lo primero que ha hecho bien el FMI en su último informe sobre Bolivia en esta semana, ha sido apuntar los principales riesgos de corto plazo:
- Incertidumbre en torno a la evolución de la pandemia y el ritmo de vacunación.
- Aumento proyectado de los precios de las materias primas mundiales.
- Dependencia del financiamiento de los mercados internacionales.
- Exposición del país a cambios de las condiciones financieras externas.
- Incremento de los riesgos financieros por el diferimiento del pago de créditos relacionados con la COVID-19.
De igual manera, el informe tiene importantes recomendaciones como:
- Reducir el déficit fiscal a un nivel sostenible y estabilizar la relación deuda/PIB, movilizando ingresos y racionalizando y reorientando el gasto.
- Implementar reformas estructurales para promover la inversión privada doméstica y la inversión extranjera directa.
- Eliminar gradualmente las restricciones a los precios y a las exportaciones.
- Flexibilizar los cupos crediticios y los límites a las tasas de interés.
- Reducir los subsidios a las empresas estatales en el sector de hidrocarburos.
- Responder a las inquietudes de equidad social mediante un apoyo fiscal focalizado.
- Abordar las cuestiones de gobernanza y la incertidumbre en el entorno regulatorio para respaldar la creación de empleos e impulsar el crecimiento a largo plazo.
Hasta aquí el informe y las recomendaciones del FMI son aceptables. Sin embargo, la sugerencia que más se debe destacar es la relacionada al régimen cambiario, el nivel de reservas del Banco Central de Bolivia (BCB) para respaldarlo, y la liquidez del sistema financiero mientras duran las moratorias.
Dónde se equivoca el FMI
A pesar de que el Fondo apunta correctamente a los problemas a corto plazo que más atención requieren, lo hace de una manera cuanto menos peligrosa, primero porque no considera que haya que abordarlos de manera inmediata, sino solamente con objetivos de mediano plazo -tal vez por la explícita magnanimidad con Arce-, y segundo, porque solamente agravarán esos problemas.
Concretamente, si bien reconoce que “el actual régimen cambiario ha dado como resultado una inflación baja y estable”, el FMI insta a las autoridades a “examinar los posibles beneficios y las condiciones previas necesarias para permitir cuidadosamente una mayor flexibilidad cambiaria a mediano plazo para incrementar la resiliencia a shocks exógenos, evitar nuevas pérdidas de reservas e incrementar la competitividad de las industrias no relacionadas con los hidrocarburos”.
La contradicción del FMI entre su diagnóstico y sus prescripciones no podía ser mayor: si ya afirmó correctamente que la caída de reservas se debe a la expansión fiscal, ¿por qué apunta contra el régimen cambiario (que sería “resiliente ante shocks exógenos” y “que ha dado como resultado una inflación baja y estable”) para evitar nuevas pérdidas de reservas?
Además, si la economía de Bolivia no puede ser ahora mismo más dependiente de los hidrocarburos que exporta y por los que recibe dólares, ¿ qué le hace pensar al Fondo que una “mayor flexibilidad cambiaria” -es decir, mayor cantidad de bolivianos- hará más competitivos a los demás sectores?
Por otro lado, el FMI destaca en su informe “el apoyo proporcionado al sector financiero durante la pandemia a través del programa de diferimiento de pagos,” a la vez que alienta a la autoridad de supervisión a “fortalecer su monitoreo de la rentabilidad, la liquidez y el capital de los bancos mientras las moratorias sigan vigentes”.
Nuevamente con las contradicciones: la política de diferimientos no ha sido en absoluto un apoyo al sector bancario y financiero, sino todo lo contrario, es el principal problema con el que el que tanto el sector como el gobierno deben empezar a lidiar justamente a partir de las próximas semanas, pues, entre otros aspectos, ha camuflado toda la moratoria acumulada desde mucho antes de la pandemia y las cuarentenas masivas y forzosas.
Más aún, tanto la política de diferimientos como el bajo nivel de reservas del BCB, son justamente lo que constituye la punta del ovillo de la eventual crisis a desatarse en el país -y no precisamente a mediano plazo.
Dónde acierta Arce
En todo caso, si hubiera que reconocer una sola medida positiva de Arce -como acierto no intencionado, desde luego- en los 15 años que lleva a cargo de la economía, ha sido precisamente el tipo de cambio fijo, y justamente por aquello que apunta el mismo FMI en su informe.
No obstante, así como la dolarización ecuatoriana, por ejemplo, el eslabón del tipo de cambio fijo se debilita si el resto de eslabones como la institucionalidad democrática, un régimen fiscal conservador o la modernidad e internacionalización del sistema bancario y financiero no lo acompañan.
El tipo de cambio fijo no lo aguanta todo, y eventualmente se romperá solo para causar estragos en la economía, pero sobre todo en las finanzas públicas y el sistema bancario y financiero; ¿cómo se podría devaluar la moneda nacional sin causar una corrida bancaria al mismo tiempo, por ejemplo?
Dónde se equivoca Arce
Probablemente Arce sabe muy bien del riesgo -antes que de “los posibles beneficios” de los que habla el FMI- de una flexibilización cambiaria sin toda una otra serie de condiciones necesarias previas que la acompañen para que tenga resultados aceptables, si no acaso auténticos problemas sistémicos. Por eso nadie se ha atrevido, afortunadamente, a lanzarse a tal aventura.
En todo caso, Arce sabe muy bien que el nivel de reservas del BCB para sostener el actual tipo de cambio se acercan rápidamente a niveles críticos, que no puede esperar milagros del sector hidrocarburífero -que también se encuentra en franca crisis– ni de la cotización internacional de commodities, mucho menos de la Inversión Extranjera Directa para conseguir dólares -porque los bolivianos los puede imprimir cómodamente-, y ya los bonos soberanos son probablemente historia también. Por eso acaba de empezar a improvisar.
Esta semana Arce anunció desde su cuenta de Facebook: “Enviamos una propuesta de anteproyecto de ley que autoriza al Banco Central de Bolivia comprar oro de producción nacional para fortalecer las Reservas Internacionales Netas (RIN) y lo faculta a realizar operaciones en mercados internacionales”.
Se trata de una medida improvisada porque cuando bancos centrales como el ruso compran oro físico, lo hacen en una apuesta de largo plazo contra el dólar. El BCB, en cambio, necesita liquidez en forma de dólares casi de manera urgente. Para conseguir liquidez tendría que hacer algún swap (permuta, intercambio) de deuda. Dicho de otro modo, con un nivel tan bajo de reservas, si acaso hubiera alguna urgencia bancaria, no podría hacerle frente con gramos o lingotes de oro.
En definitiva, Bolivia se encuentra ya en un escenario económico a corto plazo cada vez más complicado, y al menos haciendo conjeturas, el Gobierno de Arce ya se encontraría tentado a recurrir al FMI que tanto ha denostado -y al que incluso le ha rechazado una oferta laboral-, al punto en que ya podrían haber estado conversando en tono de negociación.
Si esto es así, Arce podría conseguir el aval -y crédito- del FMI de manera relativamente fácil. Sin embargo, y además de que esto depende también de las relaciones con EE.UU., la capacidad de negociación que pueda tener el país incluirá, sin lugar a dudas, la decisión de devaluar o no. Solamente queda esperar que los motivos por los que Arce no ha incurrido en una devaluación cambiaria sean los correctos, y que sea suficientemente firme en su convicción de no hacerlo ni ahora ni pronto.
Columna originalmente publicada en La Gaceta de la Iberosfera, el 21 de junio de 2021.