El Banco Mundial y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) acaban de publicar sus habituales proyecciones de temporada para el crecimiento económico. El primero ha dicho que la desaceleración global pasará del 5,5 % en 2021 al 4,1 % en 2022 y al 3,2 % en 2023.
Entre los principales motivos de este cambio de perspectivas están “las nuevas amenazas derivadas de las variantes de la COVID‑19 y el aumento de la inflación, la deuda y la desigualdad de ingresos”.
La Cepal, por su lado, ha dicho sobre América Latina que desacelerará su crecimiento a 2,1% en 2022 luego de crecer 6,2% promedio el año pasado, debido a una “persistencia e incertidumbre sobre la evolución de la pandemia, fuerte desaceleración del crecimiento, se mantienen la baja inversión, productividad y lenta recuperación del empleo, persistencia de los efectos sociales provocados por la crisis, menor espacio fiscal, aumentos en las presiones inflacionarias y desequilibrios financieros”.
Además, ambos organismos coinciden también en que América Latina presenta riesgos crecientes, entre otros aspectos por el hecho de ser la región con más inflación en el contexto de la economía global, ya no sólo debido a los casos crónicos de Venezuela y Argentina, sino ahora también de otros casos como Brasil y ahora incluso Chile.
Bolivia permanece como un caso extraño donde si bien ha copiado el modelo típico de exceso de gasto e hipertrofia del aparato estatal, presenta niveles de inflación relativamente menores que los del vecindario. Sin embargo, todo podría cambiar este año, y aunque no todo está dicho aún, al menos ya existe controversia sobre las proyecciones de crecimiento de unos y otros.
El Banco Mundial ha previsto un crecimiento para Bolivia del 3,5%, y la Cepal un 3,2% para 2022, marcando una diferencia notable con la proyección del 5,1% del régimen de Arce.
Si fuera al menos precavido y algo más discreto, Arce podría haberse inclinado por hacer un pequeño ajuste a sus proyecciones, y el asunto hubiera pasado desapercibido. Sin embargo, ha reaccionado calificando las proyecciones tanto del Banco Mundial como del FMI (que serán publicadas recién el 25 de enero), como “meras especulaciones”, y mantener sus ambiciosas y sobreoptimistas cifras para 2022.
Sobreoptimistas porque si bien es sabido que 2022 será el año en que la pandemia se convierta en una endemia, Bolivia lleva la peor campaña de vacunación de la región, al punto en que el vicepresidente Choquehuanca contrajo el virus esta semana, tan solo unos días después de haber recibido la primera dosis. También se ha tenido conocimiento de que 6 ministros del gabinete de Arce Catacora han contraído el Covid-19.
No está suficientemente claro si la pésima gestión de la crisis sanitaria que lleva el régimen de Arce está provocando una crisis de gabinete, o si, por el contrario, la ineptitud de sus colaboradores más cercanos los está dejando retratados al punto de haberse contagiado o de mostrarse como víctimas. Como sea, la crisis los ha superado sin margen para las dudas.
Así como lo hizo en numerosas oportunidades durante los 15 años que ejerció la titularidad de Hacienda, Arce pudo haber atribuido la desaceleración nacional como un efecto de la propia desaceleración de la economía global, que, entre otros aspectos, reduciría su demanda por las materias primas que el país típicamente exporta.
Empero, Arce Catacora ha preferido aferrarse a la imagen que ha pretendido construir sobre su gestión de la crisis económica con la engañosa cifra de crecimiento al primer semestre de 2021 del 9,4%, aunque haya coincidido con la noticia de noviembre de que el crecimiento entre junio de 2021 y julio 2020, comparado con el período de junio de 2020 a julio de 2019, fue de apenas el 1,43% (de acuerdo con el Decreto Supremo N° 1802, si la economía crece por encima del 4,5% del PIB, se debe pagar un segundo aguinaldo a fin de año).
Más aún, tampoco está suficientemente claro todavía el motivo por el que no se ha publicado la cifra oficial de crecimiento al tercer trimestre de 2021.
Pero no sólo es que la postura de Arce sobre semejantes diferencias de proyección con los organismos internacionales de hasta 4 puntos porcentuales con, por ejemplo, la Cepal (que no es precisamente un organismo que se ha destacado por denostar los 15 años de política económica de Arce), se sostiene apenas con un alfiler, sino que no se están tomando en consideración otros factores para las proyecciones, como la política monetaria de los Estados Unidos.
El último dato de inflación en diciembre en Estados Unidos ha sido del 7%, el mayor en 40 años. Esto significa, para hacerlo breve, que la Reserva Federal se verá forzada ya no solamente a incrementar tasas de interés, sino además a hacerlo de manera abrupta para contener los preocupantes niveles de inflación generalizada.
Los mismos organismos, además del Fondo Monetario Internacional (FMI), han advertido de que esto representa un peligro especialmente difícil de sobrellevar para las economías emergentes y América Latina en específico, debido a que estos movimientos “podrían sacudir a los mercados financieros y desencadenar salidas de capitales y una depreciación de las monedas locales”, y que “deben prepararse” en consecuencia.
Muchos analistas se han apresurado en mostrarse optimistas con el futuro inmediato de un país como Bolivia debido al incremento de los precios de las materias primas, pues esto se traduciría en una mejora de las exportaciones y los ingresos sobre todo del Estado para encarar la crisis con más y mayores programas de gasto público para estimular la demanda.
Sin embargo, el país de Arce ya no presenta condiciones de un país como Brasil y ahora incluso Argentina para aprovechar la buena racha de esos precios, pues Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), la principal empresa del país en manos del Estado, presenta serios problemas estructurales que no será capaz de resolver, y el nivel de reservas del Banco Central es tan bajo que le será muy difícil encarar mayores salidas sostenidas de capitales durante 2022, lo cual redunda en menor capacidad de sostener el tipo de cambio y, finalmente, la inflación, entre varios otros.
En definitiva, sin entrar en demasiados detalles, la estabilidad y proyecciones económicas que Arce pretende retratar para Bolivia en 2022 necesitarán al menos de mayor creatividad discursiva, pues la realidad está superando ampliamente el relato construido ya no sólo alrededor de las cifras de crecimiento de corto plazo, sino incluso sobre el propio modelo económico que impuso en el país desde 2006.
Columna originalmente publicada en La Gaceta de la Iberosfera, el 13 de enero de 2022.