En Bolivia hay crisis económica y no va a mejorar

Las encuestas de opinión pública no son lo más común en Bolivia. Primero porque la propaganda oficialista se encarga de manejar la agenda mediática, y determina cuáles son los temas de los que se habla y con qué tono (de hecho, la propaganda oficial tiene una asignación presupuestaria exorbitante); y luego porque, debido en una gran proporción a que medios privados dependen de esa propaganda, no siempre inspiran la mayor confianza.

Sin embargo, se acaba de conocer la encuesta Contextos y Escenarios Prospectivos 2022 de la fundación Friedrich-Ebert-Stiftung, mejor conocida como informe Delphi 2022, realizada a 125 líderes de opinión pública del país, que revela que mucho de aquello por lo que el régimen de Luis Arce alardea de su economía o el modelo que impuso en 2006 no es tan cierto.

Por ejemplo, Arce acaba de afirmar en la inauguración de la XV Jornada Monetaria del Banco Central de Bolivia (BCB): “hemos visto cómo el FMI cambió y hoy recomienda subvenciones, subvenciones que cuando nosotros aplicábamos eran fuertemente cuestionadas y gracias a toda la política económica y social que aplicamos en nuestro país tenemos la estabilidad económica muy envidiada por muchos países”.  

Igualmente, Marcelo Montenegro, titular de Hacienda, también hizo el mismo alarde en el mismo evento, destacando el hecho de que los precios de las materias primas, y fundamentalmente de los combustibles, se mantienen estables en relación a los de los países vecinos.

No obstante, lo primero a destacar de la encuesta Delphi 2022 es que la gente no piensa igual. El 40% de los encuestados señala que la mayor preocupación es la crisis económica con el aumento de pobreza, mientras que el 39,2% apunta contra la manipulación permanente del sistema judicial por parte del Ejecutivo como el segundo aspecto de la crisis más preocupante para el país.

Y respecto de la estabilidad de precios de los combustibles: Mauricio Medinaceli, ex ministro de Hidrocarburos (2005-2006), señaló con absoluta pertinencia que dicho congelamiento de precios le cuesta $3.000 millones anuales al país, y que la suma seguirá creciendo a medida que la capacidad de producción cae irremediablemente y la cotización internacional del barril de petróleo West Texas Intermediate (WTI) crece o se mantiene alrededor de los $100 de manera simultánea.

Además, Medinaceli también sostuvo ya a finales de 2021 que la pérdida de capacidad de producción, que data al menos desde 2014, cuando caen los precios del petróleo, no se soluciona apenas con un par de ajustes cosméticos, y que se explica, entre otros motivos, porque Bolivia tiene uno de los regímenes de regalías e impuestos más altos del mundo, por haber montado un marco legal desordenado con leyes por debajo de decretos y decretos por debajo de resoluciones, y precisamente por tener los precios del gas natural y de los combustibles subvencionados.

Más aún, dichas subvenciones de $3.000 millones se traducen en una pérdida permanente de las reservas que el BCB aún le permiten sostener el actual nivel del tipo de cambio; elemento fundamental que explica el hecho de que el país todavía cuente con estabilidad en el sistema bancario y financiero.

En otras palabras, de poco sirve hacer alarde de un modelo económico que no sólo está agotado, sino que además está más cerca que nunca de su paralización absoluta, y entonces la gente no vivirá de propaganda, o como dice aquella célebre frase atribuida a Abraham Lincoln, “se puede engañar a algunos todo el tiempo y se puede engañar a todos durante algún tiempo. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. 

Por otro lado, el asunto de que Bolivia registra una baja inflación relativa responde justamente a ese tipo de cambio fijo que puede que muy pronto no aguante más porque hay cada vez menos gas para exportar y, por tanto, no existen reservas para sostenerlo. 

Pero más importante todavía es el hecho de que se tenga mal acostumbrado -engañado- al público diciéndole que la inflación es “el incremento sostenido del nivel general de precios”, cuando en realidad es la pérdida del poder adquisitivo del dinero, y en Bolivia no se ha mantenido; el tipo de cambio es una cosa, el valor de la moneda es otra muy distinta.

Destacar esto es importante porque el incremento de precios es solamente una de las muchas consecuencias de la pérdida del valor del dinero, y no se manifiesta de manera inmediata ni uniforme en todos los sectores de la economía, mucho menos de “uno a uno” (que si el Banco Central devalúa la moneda en un 3% habrá inflación en la misma proporción del 3%), sino que tarda en hacer efecto, y cuando lo hace es muy difícil de controlar.

De hecho, el propio Evo Morales ha afirmado hace tan solo unas semanas que la recuperación económica en Bolivia “no se siente”, que “hay un pedido permanente de que faltan obras”, que “no hay movimiento económico”, que “no se siente el cambio económico (desde la gestión de la expresidente Jeanine Áñez); en las familias del campo y la ciudad”.

En definitiva, sería bueno que el régimen de Arce empezara a tomar en cuenta la advertencia de Karl Otto Pohl (1929-2014), economista alemán y presidente del Bundesbank: “La inflación es como la pasta de dientes. Una vez que sale, difícilmente se puede volver a poner. Así que lo mejor es no apretar demasiado el tubo”.

Columna originalmente publicada en La Gaceta de la Iberosfera, el 22 de julio de 2022.

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