Este 5 de junio se cumplieron 300 años del nacimiento de uno de los intelectuales modernos más importantes, Adam Smith. Recordarlo tanto a él como su aporte resulta pues pertinente para hacerle algo de justicia después de todo lo que se ha dicho sobre todo desde el marxismo, donde están tradicionalmente sus más importantes detractores.
Tanto Adam Smith como sus incalculables aportes, han sido siempre motivo de polémica, y no solo entre sus detractores, sino también entre los propios liberales. Se supone que Adam Smith es el padre de la economía moderna y uno de los exponentes del liberalismo clásico más importantes que haya habido, sin duda alguna.
Aunque hay dudas sobre cuándo nació exactamente o qué sucedió con él en ese entonces, porque parece que incluso fue secuestrado cuando fue muy pequeño, algunos afirman que nació un mes de enero, pero son muchas también las fuentes que afirman que Smith nació un 5 de junio de 1723 en Kirkcaldy y murió un 17 de julio de 1790. Creció junto a su madre y una tía o una prima. No se le conoció otra vida ni mucho más sobre su vida personal. Fue catedrático de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow antes de cumplir los 30 años.
Es autor de dos obras extraordinarias, y creo que la primera es más interesante que la segunda. En mi criterio, claro.
Smith escribió La Teoría de los Sentimientos Morales (1759), un libro fundamentalmente de ética. También escribió aquel Tratado por el que más ha sido conocido y reconocido, Una Investigación Sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones (1776) y Ensayos Filosóficos.
También se publicó un cuarto libro de Smith. El tercer y cuarto libro fueron publicados en base a sus anotaciones personales y luego de su muerte en 1790. El tercero fue escrito hablando sobre filosofía del derecho, y otro sobre retórica y bellas letras.
Pero lo que nos interesa aquí son sus dos primeros libros. El profesor Carlos Rodríguez Braun describe muy claramente un problema que ha habido con Adam Smith, que consiste en que, si uno lee La Teoría de los Sentimientos Morales y luego La riqueza de las naciones sin un contexto, uno diría que no podían haber sido escritos por la misma persona, porque aparentemente hablan de cosas distintas. Esto se conoce como “el problema de Adam Smith“.
Da la impresión, pues, de que, al escribir La riqueza de las naciones, Smith puso énfasis en la idea de que el hombre solamente es capaz de crear riqueza si -y sólo si- es egoísta, que la sociedad no es capaz de caracterizarse por sus virtudes si se la deja actuar bajo su propia voluntad, y que, por tanto, lo mejor era advertir los vicios de los hombres para que determinada fuerza -el Estado- los corrija. Sin embargo, en La Teoría de los Sentimientos Morales, Smith es mucho más claro.
Smith dice tanto en su primer como segundo libro, sobre la base de que los hombres no son ángeles, precisamente, es que si hay algo en común entre todos los hombres es que quieren mejorar su propia condición, y eso no es egoísmo, como tantos le han atribuido injustamente. Si queremos mejorar, vamos a servir a los demás en un juego institucional llamado “mercado”.
Es de ahí, etonces, que surje la famosa frase:
“No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero por lo que contamos con alimentos, sino por sus propios intereses. No apelamos a su humanidad sino a su amor propio y nunca les hablamos de nuestras propias necesidades sino de sus ventajas”.
En este sentido y línea directa con el espíritu con el que Adam Smith desarrolló la explicación sobre por qué unos países son ricos y otros no, Jesús Huerta de Soto afirmó en 1992 que “ejerce la función empresarial cualquier persona que actúa para modificar el presente y conseguir sus objetivos en el futuro”, aunque con el tiempo siguió ajustando y enriqueciendo el concepto: “empresario es aquel que, en un estado de alerta permanente, es capaz de ver, percibir, descubrir, identificar antes que nadie en su entorno, la oportunidad de solucionar problemas de gente que ni siquiera conoce a cambio de un legítimo beneficio”.
Aunque no habló del empresario de manera concreta, mucho menos para identificarlo como el verdadero motor de la innovación y el crecimiento económico, como lo hicieron Richard Cantillón y Joseph A. Schumpeter después, sino más bien de la empatía de los hombres (palabra hoy sobre-explotada por los antiliberales de todos los partidos), si algo hizo Adam Smith con estos conceptos al escribir y publicar La Teoría de los Sentimientos Morales y La riqueza de las naciones, fue terminar de destruir intelectualmente al mercantilismo y la pseudo doctrina económica sobre la que fue construido para predominar en Europa entre los siglos XVI y XVIII, y que afirmaban que la riqueza y el crecimiento económico de una nación estaban estrechamente ligados al comercio y a la acumulación de metales preciosos, especialmente oro y plata.
Concretamente, el mercantilismo afirmaba que el crecimiento de un país se explicaba por su capacidad para exportar más bienes de los que importa, y que cuantas más exportaciones realizara más entrada de metales preciosos tendría, y para apuntalar las exportaciones había que implementar políticas proteccionistas, como aranceles y barreras comerciales, para fomentar la producción interna y reducir las importaciones.
Para Smith, en cambio, la prosperidad no estriba en los recursos naturales que posee un país, por ejemplo, sino en un contexto propicio para el libre intercambio, caracterizado por “paz, impuestos moderados y una tolerable administración de justicia”.
Nada de esto es poco, en absoluto. Haber destruido intelectualmente al mercantilismo no fue poco, por mucho que muchas de sus funestas prácticas sigan vigentes hoy en día en un sinnúmero de países alrededor del mundo, pero además Smith habló de que no hay posibilidad de crear riqueza de manera sostenida a largo plazo si la función empresarial de la que hablan economistas más actuales como Mises, Hayek, Rothbard, Huerta de Soto y demás, que rescatan mucho de Smith, si no existe un marco institucional que la acompañe. A saber:
- Propiedad privada: Smith defendió la importancia de la propiedad privada como un derecho fundamental que incentiva la inversión, la innovación y la eficiencia económica. Creía que la protección y el respeto a la propiedad privada brindaban a las personas la seguridad necesaria para tomar riesgos y emprender actividades productivas.
- Intercambios voluntarios: Adam Smith enfatizó la importancia de los intercambios voluntarios como un motor clave para la creación de riqueza. Según Smith, cuando los individuos tienen la libertad de intercambiar bienes y servicios en un mercado abierto y competitivo, se generan beneficios mutuos y se maximiza la eficiencia económica.
- Estado de derecho: Smith subrayó la importancia de un sistema legal y judicial sólido y transparente. Un Estado de Derecho efectivo garantiza que los contratos sean respetados, los derechos de propiedad sean protegidos y los conflictos sean resueltos de manera justa. Esto crea un entorno confiable para las transacciones comerciales y fomenta la inversión y el crecimiento económico.
- Libertad económica: Smith abogó por la libertad económica, entendida como la ausencia de restricciones excesivas y regulaciones que limiten la iniciativa empresarial y el libre intercambio. Sostenía que cuando los individuos y las empresas tienen la libertad de buscar sus propios intereses y participar en transacciones voluntarias, se crea un sistema económico más eficiente y productivo.
- División del trabajo: Smith resaltó los beneficios de la división del trabajo, donde las tareas se subdividen en etapas especializadas y diferentes trabajadores se dedican a cada una de ellas. Esto conduce a un aumento de la productividad y a la generación de excedentes económicos.
A todo esto Smith llamó el “sistema de libertad natural”. Por eso La riqueza de las naciones fue un Tratado, con todas sus letras, y luego un clásico al cual nadie que se precie de ser buen economista o liberal puede prescindir de su rigurosa lectura y referencia.
Sin embargo, Smith también cometió errores. Como se advirtió, se lo critica desde ambos lados del espectro filosófico político, desde el propio liberalismo y desde la infinidad de escuelas de pensamiento antiliberal.
Desde ya es cuestionable la idea de que Adam Smith sea el padre de la economía y el liberalismo económico, porque, estrictamente, en relación a la economía estuvieron antes David Ricardo, Thomas Malthus y John Stuart Mill, o el mismo Étienne Bonnot de Condillac, que publicó su propio Tratado el mismo año de La riqueza de las naciones. Algunos historiadores liberales han llegado a incluso acusar a Smith de plagiador, inclusive han afirmado que, cuando se encontraba en su lecho de muerte, mandó a incinerar todos los lugares de donde habría copiado muchas de sus ideas para no dejar rastro, además de otras cosas sobre su vida personal que no tiene objeto alguno comentar siquiera.
Y dentro de sus más importantes errores se encuentra, desde luego, su interpretación de la Teoría Objetiva del Valor, o también lo referente a la justicia, la defensa y los límites del crecimiento del Estado.
Sin necesidad de extenderse demasiado en esto último, lo cierto es que Adam Smith no es la caricatura usual que se hace de él y del liberalismo clásico sin siquiera haberlo leído, como si se hubiera tratado de un hombre partidario del “capitalismo salvaje”, de un capitalismo sin freno alguno, defensor de la “cruel explotación del hombre por el hombre”. Smith, en realidad, aplaudió la libre competencia y condenó severamente a los empresarios que, con todo tipo de pretextos, arrancan monopolios, subsidios y protecciones varias del poder político a expensas de terceros, a expensas del pueblo, aquel al que hacen pagar sus costos.
Ojalá esto impulse un poco la lectura de Adam Smith, del liberalismo clásico y del liberalismo en todas sus vertientes, para tener una opinión debidamente formada, con criterio propio, para cultivar un poco de valores.
Texto originalmente escrito a finales de mayo de 2023.
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