El estancamiento económico y el incremento simultáneo de precios está alcanzando niveles insoportables en Bolivia. Por eso los empresarios industriales se han reunido con el régimen de Luis Arce Catacora para acordar soluciones al menos para la crisis del dólar, pero todo aquello a lo que han llegado deja mucho que desear, pues se ha terminado generando todavía mayor caos y confusión y, por tanto, una demanda todavía mayor de dólares.
Veamos. Lejos de constituir sorpresa y más aún de merecer análisis exhaustivo alguno, ninguno de los 10 puntos acordados se asoma siquiera a la principal causa de la pérdida de reservas del Banco Central de Bolivia (BCB), que es -quién podría dudarlo a estas alturas- el exceso de gasto público, y de manera más concreta, los milmillonarios préstamos que el ente emisor ha otorgado diligentemente a las empresas públicas «estratégicas» como Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) desde el ascenso del Movimiento al Socialismo (MAS) al poder, o para la subvención del consumo interno de hidrocarburos y la importación de combustibles desde el fracaso de la nacionalización de 2006.
Para hacer un poco de memoria sobre lo que viene sucediendo solamente en el último año, en enero de 2023 se comenzaron a formar largas filas en las gasolineras de todo el país porque YPFB no tenía la capacidad de financiar la importación de combustibles, y porque, al mismo tiempo, el BCB tampoco tiene la posibilidad de seguir realizando préstamos a la hidrocarburífera estatal, porque el partido de Gobierno ha echado mano incluso de las reservas internacionales que respaldan parte de la emisión de moneda nacional.
Más todavía, también habrá que recordar que, ante la dramática caída de reservas en dólares del Banco Central, el ente emisor quedó en evidencia durante la crisis del Banco Fassil a inicios de 2023 porque no pudo asistir al conjunto del sistema ni siquiera de forma transitoria como Prestamista de Última Instancia, que es para lo que tendría que servir a fin de cuentas.
De hecho, un año más tarde no existe un informe oficial sobre lo que ocurrió con el Fassil realmente y, por tanto, una justificación sobre la manera en que fue intervenido sin además declarar su bancarrota. Se aduce que aquel banco incurrió en tramposos riesgos de inversión que no era capaz de asumir, pero, al mismo tiempo, el que primero se lanzó de una forma todavía más irresponsable a cometer riesgos considerablemente mayores y desde la imposición del modelo de Arce en 2006, fue el propio Banco Central.
Aún así, considerando implícitamente que el problema es aislado, pasajero, que se observa únicamente en la balanza de pagos y que, por tanto, se considera que se trata de un problema de iliquidez y no de insolvencia, que afecta sólo a exportadores, el empresariado ha sugerido al régimen de Arce una solución mecanicista y parcial, que, básicamente, consiste en liberar exportaciones a cambio de concesiones políticas propias del mercantilismo que se solía practicar en el pre capitalismo del siglo XVI: encima de que parte de su producción es subvencionada, ahora se les concede la compra mayorista de combustibles (seguramente poder venderlas por menor a mayor precio) y vender sus dólares también a un precio privilegiado. ¿Ahora el resto de la población tendría que agradecerles?
Además, resulta cuanto menos curioso que se pretenda reaccionar recién un año después de que los primeros depositantes no pudieran retirar sus dólares de ningún banco sin aceptar el sablazo de convertirlos forzosamente en bolivianos, pero ya es absurdo, e incluso vergonzoso, que la reacción llegue con medidas que apenas se concentran en atacar los síntomas de la crisis de insolvencia, y no en la causa fundamental de la gran fiebre hemorrágica del gasto público y la acumulación de deuda desde hace 18 años, y de déficit fiscal desde hace 10. Claro, porque los empresarios de los acuerdos son los primeros que captan los recursos de ese derroche sobre el que gira el propio modelo que hoy agoniza. Hay que exprimir hasta la última gota.
Es por eso que el modelo del MAS no se sostiene ni con un precio del barril de petróleo cotizando a 200 dólares por 20 años, porque no existe nivel de ingresos que aguante semejante voracidad fiscal típicamente keynesiana, porque así ha degenerado invariablemente todo modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones que se haya aplicado por toda América Latina.
En ese sentido, también resulta curioso que ahora se le quiera endilgar al liberalismo -más de moda cada vez- la otorgación de privilegios del Estado a ciertos grupos de interés, la utilización de la ley para servir a los grandes empresarios industriales y agricultores, de realizar concesiones a intereses particulares. Todo ello cuando lo convenido es un acuerdo del tipo y estilo que se solía hacer durante el mercantilismo del siglo XVI.
Entonces, para abordar efectivamente el problema subyacente de la escasez de dólares, es crucial reconocer que la preocupación no solo afecta a los exportadores, sino también a los importadores, ya que el comercio internacional es un ciclo interdependiente: a fin de cuentas un país exporta para importar. Pero, además, esta necesidad no empieza ni termina con los sectores directamente vinculados al comercio exterior. La escasez de dólares impacta también en el conjunto de la ciudadanía que demanda esta moneda porque también busca protegerse ante la incertidumbre y la inflación.
Por lo tanto, el inicio de la solución urgente implica, antes que nada, asumir un recorte decidido del gasto público estructural, porque la incontenible voracidad fiscal del régimen ha terminado quebrando tanto YPFB como el BCB que le prestaron sus dólares para industrializar el país y sustituir importaciones; y solamente luego la liberalización de las exportaciones para terminar de liberar el propio comercio internacional, entendiendo que lo importante no es sólo obtener sino que además haya flujo de divisas.
Eso ya sería bastante, porque, por deducción, se traduce en enterrar el modelo del MAS, pero no lo es todo. Algo que el régimen no es ni será capaz de ofrecer por sobre todas las cosas, es garantías para recuperar la confianza del público. Nadie puede asegurar que no seguirán echando mano de las reservas del Banco Central, a la vez que de sus depósitos y aportes (de los que nadie se acuerda) como lo hizo durante 18 años. Pero, por lo visto hasta aquí, no sólo el régimen contribuye a pavimentar el camino hacia el mismo desastre que provocó en los 80 el mercantilismo cepalino de los 30 años anteriores.
Columna originalmente publicada en La Gaceta de la Iberosfera (España), el 21 de febrero de 2024.