En Bolivia, la tensión económica y social está en aumento, con protestas y manifestaciones convocadas por diversos sectores, incluyendo comerciantes y transportistas, quienes exigen soluciones a los problemas de escasez de dólares, inflación de alimentos y medicamentos, y la incertidumbre en la provisión de combustibles. El presidente Luis Arce ha intentado desactivar estos conflictos mediante reuniones directas con algunos dirigentes sectoriales, logrando acuerdos en algunos casos, aunque otros grupos siguen planificando acciones de presión.
La situación no es difícil de explicar. El régimen de Arce ha estado haciendo esfuerzos durante las últimas semanas ante la escasez ya no solo de los combustibles, sino del azúcar, la harina, el tomate, el locoto y el arroz, de eludir su responsabilidad por la inflación e instalar una narrativa totalmente inverosímil.
La situación económica y las protestas han generado una desaprobación significativa hacia el Gobierno de Arce, que sólo cuenta con una aprobación del 18%, según una encuesta de Gallup difundida en junio. El presidente y sus ministros niegan que el país esté en crisis, culpando a las fuerzas contrarias como la Embajada de Estados Unidos, de intentar crear un caos económico, mientras que opositores y analistas económicos sostienen que la crisis es real.
Un «golpe blando» a la economía
Al mismo tiempo, la declaración del ministro de Economía, Marcelo Montenegro, acusando también a Estados Unidos y a la oposición parlamentaria de planear un «golpe blando» a la economía, ha sido desmentida por la embajada norteamericana, que ha ratificado su compromiso con la democracia y el respeto a la soberanía de Bolivia. Lo cierto es que el único responsable del desastre económico es no otro que Morales mientras fue presidente, y ahora Arce y sus ministros.
La escasez de dólares, el exceso de gasto público, acumulación de déficits y deuda pública y la alta dependencia de las importaciones, que representan más del 50% del consumo nacional, hacen que cualquier medida que haya intentado Arce no sólo sean insuficientes para paliar las preocupaciones económicas, sino que agravan considerablemente el escenario de crisis.
Por eso, Arce no ha tenido la mejor idea que ordenar a los militares a controlar cuantos precios de la economía en las calles le sea posible, y particularmente en las gasolineras y las fronteras para tratar de garantizar las importaciones de gasolina y diésel, que, al estar subvencionadas para el mercado local, observa un creciente problema de contrabando, pero además le es difícil reconocer que la inflación actual en un sinfín de otros productos y servicios es fruto de las devaluaciones de al menos un 30% acumulado de la moneda nacional en los últimos 16 meses, y que no hará otra cosa que generar todavía mayor desabastecimiento, más informalidad, más mercados negros y productos y servicios de peor calidad.
A pesar de que es considerada como la peor idea de la historia, todos los burócratas, uno tras otro y al menos desde hace 4000 años, terminan aplicando controles precios cuando se desata la inflación como efecto de las devaluaciones de la moneda como mecanismo de autofinanciamiento estatal.
Una antigua receta para fracasar
Por un lado, el establecimiento de precios mínimos se traduce en una producción excesiva de bienes que no pueden ser vendidos a precios artificialmente altos, generando acumulación de inventarios y, eventualmente, desperdicio de recursos. Los agricultores y productores continúan produciendo hasta que los precios reales bajan aún más, causando un colapso en los mercados y pérdidas financieras significativas para los productores. Además, los consumidores se ven obligados a pagar precios más altos por bienes que podrían ser más baratos en un mercado libre.
Por otro lado, establecer precios máximos genera escasez inmediata. Los productores pierden el incentivo para producir bienes que no pueden vender a precios rentables, lo que lleva a una reducción de la oferta y, consecuentemente, a la escasez de productos en el mercado. Los consumidores, en lugar de beneficiarse de precios más bajos, se enfrentan a estanterías vacías y largas colas, y se ven obligados a recurrir al mercado negro, donde los precios suelen ser mucho más altos debido a los riesgos adicionales.
Ya en el año 300 Diocleciano establecía leyes de precios máximos con más de 1300 artículos en Roma, así como Robespierre durante la Revolución Francesa, Nicolás Maduro en Venezuela y los Kirchner en Argentina, aunque también Nixon, nada menos que como caso emblemático del desastre en Estados Unidos entre 1969 y 1974.
Ante la espiral inflacionaria fruto del abandono del último vínculo que el dólar tuvo con el patrón oro en 1971 (es decir, una gigantesca devaluación del dólar para financiar el déficit público fruto del exceso de gasto en cosas como la Guerra de Vietnam y la Guerra Fría), Nixon optó por establecer controles de salarios y precios de alimentos y el combustible a nivel nacional. Fue la primera política de controles de precios en la historia de Estados Unidos durante un período de paz.
Para Nixon, los controles de precios fueron inicialmente populares y considerados efectivos, pero las distorsiones rápidamente aparecieron en las noticias. En junio de 1973, The New York Times publicó que en una granja de Texas freían 43.000 pollos por día porque el precio de alimentarlos (granos) era mayor que el valor de los animales. «Es más barato comerlos que criarlos», contó el dueño de la granja. Peor todavía, logró que en Estados Unidos hubiera escasez de gasolina.
En 1975, la inflación ya estaba por encima del 10%. Luego de que la oferta monetaria hubiera aumentado un 23% en los 50, el Gobierno de Nixon continuó emitiendo dinero y la aumentó en un 78% en los 70.
«Sabemos cómo generar escasez»
Para explicar el problema de manera sucinta, Milton Friedman dijo poco tiempo antes de recibir el Nobel en 1976 y de dejar de asesorar a Nixon para endilgarle públicamente la culpa del desastre, que «los economistas no sabemos demasiado de muchas cosas, pero sabemos cómo generar escasez. Si deseas crear una escasez de tomates, por ejemplo, simplemente aprueba una ley que establezca que los minoristas no pueden vender tomates por más de dos centavos la libra. Al instante tendrás escasez de tomate. Lo mismo ocurre con el petróleo o el gas».
Y no obstante de lo anterior, no fue sino hasta que Ronald Reagan designó a Paul Volcker como presidente de la Reserva Federal a inicios de los 80 para incrementar de manera abrupta las tasas de interés desde alrededor de un 5% hasta casi un 20%; la inflación finalmente fue vencida parando así la máquina de imprimir dinero.
Confianza en la imposición militar
Es cierto que los controles de precios no comenzaron a ser aplicados de forma reciente en Bolivia, pues, por ejemplo, las subvenciones al consumo de hidrocarburos comenzaron con gobiernos ideológicamente tan distintos como el de Hugo Banzer Suárez en 1997, y tantos otros como el consumo de electricidad o el pan y demás, que son ya de la era del Movimiento al Socialismo. El problema es que ahora que ya no hay manera de financiar esas subvenciones o controles, pero está seguro de que el control militar garantizará el cumplimiento de esos controles de precios que se encuentran tan incrustados en la economía y que tanto lesionan su dinámica.
Para colmo de males, como es tan fácil anticipar lo que los burócratas harán después, Wilhelm Röpke, discípulo de Ludwig von Mises, colega de F.A. von Hayek y asesor de Ludwig Erhard, verdadero artífice del Milagro Económico Alemán luego de levantar los controles de precios que los Aliados habían impuesto en el territorio en 1948, ya anticipó lo que Nixon no se había atrevido a hacer, pero sí los nazis y el propio Arce Catacora:
«El camino de la inflación reprimida termina en el caos y la paralización. Cuanto más empuja la inflación los precios hacia arriba, tanto más refuerza el Estado su aparato represivo, pero tanto más ficticio se hace el sistema de los precios controlados, tanto mayor es el caos económico y el descontento general, y tanto más se debilita la autoridad de Gobierno o su pretensión de seguir ostentando un carácter democrático».
Cosas similares decían Maquiavelo y Sun Tzu. El primero afirmaba que es mejor ser temido que amado si no se puede ser ambas cosas, y que el uso calculado de la crueldad puede ser necesario para mantener el poder. El segundo decía que el uso de la fuerza debe ser calculado y preciso para alcanzar los objetivos, y que, por el contrario, el uso excesivo de la brutalidad puede ser contraproducente y generar más resistencia. En otras palabras, Arce está cometiendo errores básicos y muy fáciles de predecir, fruto de su creciente debilidad y desesperación, lo cual tendría que ayudar a la gente a anticipar sus próximos movimientos y prepararse en consecuencia.
Aunque Arce Catacora se esfuerza por mantener el control sobre la economía boliviana mediante la militarización de las calles y el establecimiento de controles de precios, es evidente que estas medidas solo agravarán los problemas económicos del país. La historia ha demostrado que los controles de precios no solo son ineficaces, sino que también generan desabastecimiento, informalidad y mercados negros.
Es fundamental que el gobierno boliviano reconsidere su estrategia económica y busque soluciones basadas en la libre competencia y el mercado libre, que han demostrado ser más efectivos en la reducción de la pobreza y la promoción del crecimiento económico, o que se vaya a su casa.
Columna originalmente publicada en La Gaceta de la Iberosfera (España), el 17 de junio de 2024.