Más intelectuales, menos oportunistas: El primer paso para recuperar y preservar la libertad

En Bolivia, la crisis económica y la pérdida absoluta de la institucionalidad no son fenómenos recientes; son el resultado de un deterioro gradual que ha culminado en una situación insostenible. Desde hace casi dos años, el país enfrenta una crisis económica cada vez más severa, marcada por la devaluación de la moneda nacional, el déficit fiscal desbordado y el sobre endeudamiento público. Sin embargo, esta crisis no es solo económica. La destrucción de las instituciones políticas, jurídicas y democráticas ha sido aún más devastadora. Bolivia, que antes del MAS no era perfecta, tenía al menos una estructura liberal democrática que, si bien imperfecta, se erigía sobre el valor y el respeto por los derechos individuales de propiedad privada.

El Movimiento al Socialismo (MAS) no llegó al poder únicamente a partir del derrocamiento de un gobierno legal y legítimamente constituido en octubre de 2003. Su ascenso fue posible, en gran parte, porque la ciudadanía no supo defender lo que tenía hasta entonces: libertad. Bolivia, antes del MAS, no era un paraíso, pero sí era un país donde existía un mayor respeto por las instituciones y donde las libertades fundamentales no estaban amenazadas de manera sistemática. No es que la gestión previa al MAS fuera ejemplar; sin embargo, el deterioro institucional que hemos presenciado en los últimos 20 años, y que hoy vemos en su forma más aguda, no tiene precedentes desde la época de la coalición de izquierda de la Unidad Democrática y Popular (UDP). Aunque la ineptitud absoluta de la UDP nos llevó a una hiperinflación del 23.500%, era un gobierno democrático que respetaba la institucionalidad, algo que se ha perdido por completo en la actualidad.

El MAS aprovechó el vacío dejado por esa incapacidad de valorar lo que tenía la ciudadanía. Simplemente no se supo apreciar los principios que sustentan una democracia liberal: la libertad individual, los mercados abiertos y el gobierno limitado. En lugar de defender esos valores, se permitió la imposición de un relato sobre distintos períodos de la historia que no tienen asidero alguno, y la instalación de un discurso simplón y elemental que prometía justicia social a través del control estatal y la concentración de poder, sin reflexionar ni por un momento en lo que aquello implica para la libertad. Este proceso no solo erosionó las instituciones creando una nueva dictadura que enfrentó a regiones, clases y etnias, e hizo de la anomia más abyecta una forma de vida cotidiana, sino que también ha hundido a sus autoridades y su investidura a un nivel de decadencia, vergüenza y deshonra sin precedentes.

Hoy, si queremos dar un paso hacia la recuperación, no solo para salir de la crisis económica actual, sino para evitar que la pesadilla que hemos vivido los últimos 20 años se repita, ese primer paso deberá venir esencialmente de su clase intelectual. Son ellos los llamados a identificar, establecer y defender los principios fundamentales del liberalismo clásico: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Estos valores no solo son esenciales para convivir en sociedad, sino que también son la base sobre la cual los países más prósperos y civilizados se han erigido. Solo mediante un compromiso decidido y sostenido con estos principios se podrá aspirar a que Bolivia no repita los errores que la han llevado al actual colapso de sus instituciones y su economía.

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