Bolivia de cara a las elecciones de agosto: crisis económica, manipulación social y problemas en el liderazgo opositor

El 2025 comienza en Bolivia con un horizonte político incierto. Las elecciones generales, programadas para el 17 de agosto, se celebrarán en un contexto de crisis económica, con una inflación cercana al doble dígito y un dólar cotizando alrededor de los Bs. 11,40 en el mercado paralelo, reflejando una devaluación significativa desde el tipo de cambio oficial de Bs. 6,96. Sin embargo, más preocupante que las cifras es el vacío de liderazgo disruptivo entre los candidatos, como señalan encuestas realizadas por Panterra bajo la dirección de Marcelo Claure, en el marco de su proyecto de filantropía política Bolivia 360.

En este contexto, la narrativa oficialista y la debilidad de los opositores han convertido el debate político en un espectáculo de improvisación. A pesar de la magnitud de la crisis, no hay propuestas claras para abordar los problemas estructurales del país, mientras el gobierno del MAS parece aprovechar el caos para consolidar su control. Este escenario recuerda las advertencias de Friedrich A. Hayek sobre cómo las crisis económicas pueden ser utilizadas para justificar medidas autoritarias, incluso con el apoyo de la ciudadanía.

El regreso de los controles: lecciones de la historia

Uno de los signos más evidentes del deterioro económico es el retorno de los controles de precios y las intervenciones estatales. Durante 2024, Bolivia presenció medidas como la militarización de gasolineras y la intervención de ingenios arroceros, con un Estado cada vez más intrusivo. Sin embargo, como bien advertía Wilhelm Röpke, estas políticas solo agravan el caos económico, erosionan la confianza en el sistema y allanan el camino hacia el autoritarismo:

«Cuanto más empuja la inflación los precios hacia arriba, tanto más refuerza el Estado su aparato represivo… tanto mayor es el caos económico y el descontento general».

El MAS parece utilizar esta lógica a su favor, fomentando un descontento calculado que, eventualmente, puede justificar un mayor control estatal y medidas represivas. Pero, como también señaló Hayek, este camino lleva a un punto de no retorno: la libertad se pierde cuando el Estado se convierte en el único árbitro de la vida económica y política.

El miedo como herramienta de poder

La táctica oficialista para perpetuarse en el poder no es nueva ni exclusiva del contexto boliviano. Nicolás Maquiavelo ya advertía que el miedo es una herramienta más efectiva que el amor para consolidar el poder. En un entorno de incertidumbre económica, este miedo se convierte en un arma de doble filo: justifica medidas drásticas por parte del Gobierno y paraliza a la ciudadanía, que termina cediendo libertades a cambio de una falsa seguridad.

Esta dinámica es alarmantemente visible en Bolivia. Desde la persecución de librecambistas en 2023 hasta la intervención en sectores clave de la economía, el MAS ha implementado una serie de políticas que no solo profundizan la crisis, sino que también refuerzan la dependencia del pueblo hacia el Estado. Mientras tanto, los opositores, lejos de representar una alternativa, replican errores del pasado y evitan abordar temas políticamente sensibles como la eliminación del subsidio a los hidrocarburos.

El desafío opositor: de la improvisación a la claridad

Bolivia no necesita perfección en sus candidatos, pero sí claridad y valentía para enfrentar los problemas estructurales del país. La ausencia de propuestas concretas por parte de la oposición no solo debilita su posición frente al MAS, sino que también perpetúa un debate político estancado en fórmulas ineficaces. El silencio respecto al inevitable ‘gasolinazo’, por ejemplo, refleja una falta de responsabilidad política que solo alimenta expectativas irreales.

Aquí es donde las ideas de Hayek adquieren relevancia. El camino hacia una recuperación económica sostenible no pasa por más controles o intervenciones, sino por devolver a los ciudadanos la libertad de decidir, producir y comerciar sin las ataduras del Estado. La experiencia de Ludwig Erhard y el Milagro Económico Alemán demuestra que el desmantelamiento de todo tipo de controles puede transformar una economía devastada en una próspera.

Pasar del caos y la certidumbre

El panorama para Bolivia en 2025 es desalentador si los actores políticos no corrigen el rumbo. Esto es un asunto crítico. La crisis económica, sumada al miedo y la improvisación, crea un terreno fértil para el autoritarismo. Pero también ofrece una oportunidad: si la oposición abandona las fórmulas fracasadas y se atreve a proponer soluciones audaces, podría empezar a construir una alternativa real frente al MAS.

Como también advertía Thomas Jefferson, «el precio de la libertad es su eterna vigilancia». Bolivia enfrenta una encrucijada histórica, y el tiempo para actuar se agota. Si los políticos, empresarios y ciudadanos no asumen su responsabilidad, el país no solo se encaminará hacia un desastre económico mayor, sino también hacia un retroceso político que costará generaciones superar, pero, por encima de todo lo anterior, la batalla por los derechos individuales de propiedad privada en el país no comienza ni termina con las elecciones.

Entre el statu quo de la servidumbre y la libertad

Entonces, el desafío de Bolivia no es solo económico, sino también moral y político; la crisis es de valores. ¿Seguirá el país en el camino de la servidumbre que describió Hayek hace 80 años, o será capaz de romper con el ciclo de intervencionismo y caos que ha caracterizado su historia reciente? La respuesta dependerá de la capacidad de sus líderes –y más aún de lo que la ciudadanía sea capaz de exigirles– para abrazar la libertad como principio rector y rechazar las tentaciones totalitarias, incluso cuando estas se presenten como una solución inmediata.

Columna originalmente publicada en La Gaceta de la Iberosfera (España), el 29 de enero de 2025.