Es curioso. He visto con mucha paciencia las tres horas con 35 minutos del debate organizado por la Academia Boliviana de Ciencias Económicas entre los economistas de los principales 6 candidatos a la presidencia. Entre otros aspectos, se les preguntó concretamente sobre qué proponen sobre el tipo de cambio, y más concretamente, qué opinan sobre la propuesta de dolarización “de los libertarios”. A excepción de uno de ellos, que, con mucha seguridad sobre su metafísica popular, dijo que aplicarían un “tipo de cambio fijo con banda de flotación”, parecía haber acuerdo tanto en sus propuestas como en rechazar de plano la dolarización de la economía de Bolivia. Pues debo discrepar.
Dolarizar en vez de revaluar y volver a devaluar
Todos los economistas, sin excepción, proponen una devaluación del tipo de cambio nominal, que sería relativamente adecuado solamente si se cumple con el prerrequisito de aplicar un recorte muy ambicioso del gasto público estructural (más no el corriente, como se suele repetir ad nauseam) de al menos un 30% del PIB (entre la subvención a los hidrocarburos y la importación de combustibles suman alrededor de $5.500 millones, o sea, 12% del PIB), conseguir cuantos dólares sea posible por medio de un incremento súbito de hasta $12.000 millones de la deuda externa con organismos multilaterales, y finalmente retornar al régimen de mini devaluaciones del bolsín. Un camino demasiado largo, confuso y peligroso.
Para comenzar, revaluar el boliviano significa conseguir la mayor cantidad posible de dólares tomando deuda, confiársela nuevamente al Banco Central de Bolivia (BCB), utilizarla como respaldo para volver a fortalecer el boliviano y “devolver los depósitos a la gente”. Esto, aunque fuera lo deseable —que no—, implica una cantidad de tiempo que el país no tiene ni puede darse el lujo de esperar; y ciertamente, en realidad no hay depósitos qué devolver porque ya han sido perdidos, con lo cual, no se les está devolviendo nada, sino que al público se le está entregando recursos de una nueva deuda que eventualmente deberá devolver por medio de impuestos e inflación. La dolarización, en cambio, puede ser inmediata, aplicada hoy mismo o el primer día de un nuevo gobierno, y se traduce en algo tan sencillo como que el gobierno reconozca los dólares que están en manos de la gente como la moneda oficial del país.
Esto se traduce en un shock de confianza inmediato de la gente comparativamente mucho más grande que en cualquier proyecto alternativo de revaluación del boliviano, porque la gente ya no tiene que apostar si un nuevo gobierno caerá en los mismos vicios de financiarse con el encaje legal y las reservas del BCB, sino en los bancos comerciales en los que decidan realizar sus depósitos, con la garantía de que se elimina el encaje legal y la obligación de confiar sus depósitos al gobierno de turno.
Los mitos de la dolarización
No se trata de un argumento que hubieran planteado los candidatos, pero uno de los mitos más extendidos de la dolarización es que, con ese régimen, la economía nacional pasaría de depender de la política monetaria nacional, a depender directamente de la política monetaria de la Reserva Federal de EEUU y renunciar a la posibilidad de defender la economía de shocks externos, pero Ecuador ha llegado a tener períodos donde la inflación no solo ha sido menor que en períodos pasados en los que se dependía del banco central nacional, sino incluso menor a la que había en EEUU. Lo mismo ha sucedido en Panamá, que es una economía dolarizada y sin banco central desde hace más de 100 años.
Otro mito muy arraigado es que se propone dolarizar la economía como solución a todos los problemas habidos y por haber en el país. Quienes critican la dolarización dicen que no es la solución porque, tanto en Panamá como en Ecuador o El Salvador, que siguen siendo economías subdesarrolladas, registran altos niveles de delincuencia, inestabilidad política y un interminable etcétera. No se entiende cómo hacen esta inferencia pero, si bien la dolarización no es condición suficiente para alcanzar mejores niveles de desarrollo económico, sí es indispensable.
El último mito —probablemente el más extendido y peligroso— es que para dolarizar una economía se necesitan reservas, y si Bolivia no las tiene, entonces no se la puede dolarizar, presuponiendo, además —y siguiendo a un economista que no por ser famoso se podría inferir que tiene conocimiento mínimo en la materia— que la cantidad de dólares de reserva que habría conseguir es la equivalente al valor del PIB nacional: $45.000 millones. Al mismo tiempo, la gran paradoja es que si el BCB tuviera reservas no sería necesario dolarizar.
Pero además, por supuesto que Bolivia tiene dólares, y muchísimos, de otra manera no existiría ningún tipo de cambio. En todo caso, el único lugar donde no hay dólares es en el Banco Central y el conjunto del sistema bancario y financiero.
Más todavía, si bien se necesitan dólares para dolarizar una economía, efectivamente, la cantidad de dólares necesaria es mucho menor a la que la gran mayoría de economistas convencionales detractores de la dolarización imagina, porque lo que verdaderamente habría que sustituir para dolarizar son los billetes y monedas nacionales en circulación, cuya cantidad suele ser de apenas 5% a 15% del agregado monetario M1, que incluye depósitos a la vista; todos los demás componentes de la base monetaria se dolarizan en términos contables.
Lecciones de la dolarización en Ecuador: ¿cuántos dólares se necesita?
En el año 2000, el presidente Jamil Mahuad decidió dolarizar la economía a un tipo de cambio de 25.000 sucres por dólar, que fue muy criticado en un momento en que la inflación acumulada anual era del 91%, con picos mensuales significativos de hasta el 14,3%. Mahuad afirma que había una cantidad de sucres equivalente a $436 millones, y cuando se terminó el proceso de canje, se habían canjeado $425 millones. Es decir, el tipo de cambio mencionado podría haber sido acertado, contrariamente a lo que sostuvo Miguel Dávila Castillo en 2017, gerente del Banco Central del Ecuador (BCE) durante el proceso de dolarización, que debió ser a 32.411 sucres por dólar, aunque tomando en cuenta otros elementos como la Paridad del Poder de Compra, asunto para discutir en otro momento.
Siguiendo la lógica de Mahuad y Arízaga y extrapolando a Bolivia, ¿a qué tipo de cambio tendría que subir el dólar si quisiéramos sustituir todo el circulante en bolivianos por las reservas en divisas del BCB? Siguiendo el dato más reciente (diciembre de 2024), los billetes y monedas en poder del público equivalían a Bs. 71.550 millones, mientras que las reservas en divisas del BCB eran de $47 millones. Haciendo la división, el tipo de cambio sería de Bs. 1.522 por dólar.
Ahora bien, dado que no existen datos específicos, mucho menos actualizados sobre la base monetaria, el tipo de cambio al que tendría que subir el dólar para sustituir todo el circulante en bolivianos por las reservas disponibles en divisas del BCB depende del monto exacto del circulante, que suele ser entre el 5% y 15% del agregado monetario M1. Con una estimación razonable del circulante en Bs. 11.025.100.000 (10% del M1) y reservas de $47.000.000, el tipo de cambio sería aproximadamente Bs. 235 por dólar.
El mito de las reservas disponibles
Sin embargo —profundicemos en esto—, cuando el presidente Mahuad mencionó que el monto canjeado al final del proceso de dolarización fue de $425 millones, tampoco se estaba refiriendo a la cantidad de reservas en divisas disponibles del BCE, porque, en realidad, las reservas eran negativas. El dinero provino de un paquete de rescate provisto por organismos multilaterales, principalmente el FMI. Es decir, las condiciones para dolarizar Ecuador eran todavía peores a las que tiene hoy Bolivia con una inflación del 24% (máximos de 34 años) si se propone dolarizar.
De hecho, de acuerdo con Alfredo Arízaga, ministro de Finanzas cuando Ecuador adoptó la dolarización, afirma que si se deja circulando como moneda fraccionaria una parte o la totalidad de la moneda local, no se necesita ni un solo dólar de las reservas del Banco Central para dolarizar, con lo cual, simplemente, durante un fin de semana, por medio de una disposición legal, se ordena a las instituciones financieras a transformar todos los depósitos y los créditos que tienen registrados en sus balances a determinado tipo de cambio de mercado del día, la moneda nacional con el dólar.
Más aún, lo importante a tener claro por sobre todas las cosas, el valor del dinero no depende de su cantidad absoluta, sino de su poder adquisitivo o capacidad para facilitar intercambios. Lo que sucede es que cualquier cantidad de dólares es suficiente para dolarizar la economía. Si la oferta monetaria se reduce, los precios se ajustan a la baja hasta equilibrar la cantidad de dinero con los bienes y servicios disponibles. Pretender que la solución está en acumular reservas masivas es confundir el síntoma (la falta de dólares) con la enfermedad (la erosión del boliviano y su pérdida de confianza).
Ganadores y perdedores
Hoy, habiendo cumplido 25 años desde su implementación, la dolarización en Ecuador es más resistente de lo que sus detractores lo han sido nunca, tiene un respaldo y apoyo popular de más del 95%, y hoy ya dura más que cualquier régimen político de moda e incluso que cualquier Constitución.
Finalmente, un cliente me preguntó una vez: “Con medidas tan impactantes como esta de la dolarización, siempre hay alguien que gana y otro que pierde, ¿quién pierde?”. Pierden principalmente los miembros del sector bancario y financiero, porque, al eliminar la política monetaria nacional, la dolarización también elimina el riesgo moral que ha caracterizado sistemas como el de la bolivianización en los últimos 20 años. Los bancos y entidades financieras ya no podrían incurrir en riesgos inasumibles, confiados en que un prestamista de última instancia los rescatará en caso de sus propias crisis, utilizando fondos públicos para socializar las pérdidas. Con la dolarización, esta red de seguridad desaparece. Los bancos ya no pueden contar con un salvavidas financiero garantizado, lo que los obliga a actuar con mayor prudencia y a limitar sus decisiones a riesgos que puedan asumir por sí mismos, poniendo la seguridad de sus deopsitantes por delante del interés de sus propios accionistas.
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