La herencia macro que Macri recibió en 2015
 
            Cuando Mauricio Macri juró como presidente el 10 de diciembre de 2015, no recibió las llaves de la Casa Rosada envueltas en papel de regalo. Recibió un país que, para decirlo con la crudeza que merece la macroeconomía, estaba parado en la cornisa de un edificio de diez pisos sin baranda. El kirchnerismo, en su pretensión de mantener el consumo y el empleo a toda costa, había construido una economía de sinfín de subvenciones, emisión y controles que, a esa altura, ya no cabía en el espejo retrovisor: se había vuelto inviable.
Empecemos por lo obvio, aunque a veces lo obvio se disfraza de complejo. El déficit fiscal primario y financiero rondaba el 6% del PIB, un récord en tres décadas. Para financiarlo, el BCRA imprimía pesos como si fueran volantes de campaña: entre 2011 y 2015, la base monetaria creció al 35% anual promedio. El resultado: una inflación reprimida que, según el IPC Congreso (índice alternativo ante la falta de credibilidad del INDEC), cerró 2015 en torno al 28%. El INDEC oficial, claro, decía 9%, pero hasta un estudiante de primer año sabe que cuando el gobierno manipula las estadísticas, la realidad termina cobrando con intereses.
Las reservas internacionales eran otro capítulo de terror. Brutas, $25.000 millones; netas, apenas $300 millones. Es decir, si descontamos los swaps chinos y los encajes, el país no tenía con qué pagar tres meses de importaciones. El cepo cambiario, instalado en 2011, había generado un mercado paralelo donde el dólar blue cotizaba con una brecha del 80%. El tipo de cambio oficial, sobrevaluado en un 40%, era una bomba de tiempo: cualquier intento de “sinceramiento” iba a doler, y mucho.
La deuda pública, aunque no era astronómica en relación al PIB (52%), venía con asteriscos. El default selectivo con los holdouts (o “fondos buitre”) representaba el 1,5% del PIB, y el Club de París reclamaba $9.700 millones. Argentina estaba fuera de los mercados internacionales desde 2001, salvo por algún que otro bono extraordinariamente caro colocado en Venezuela. El acceso al crédito era, en términos prácticos, nulo.
Y luego estaban las subvenciones. Tarifas congeladas durante ocho años, energía artificialmente barata para todos, transporte casi regalado. El costo: 3,5% del PIB anual en subsidios energéticos. Era, en palabras de algún colega, “un sistema de transferencia regresiva disfrazado de política social”. Los que más consumían —los hogares de mayores ingresos— eran los que más se beneficiaban. El resto pagaba con inflación.
El empleo público, eso sí, era un logro. Cuatro millones de puestos creados desde 2003, con un aumento del 64 % en la planta estatal. El desempleo oficial rondaba el 6,5 %. Pero detrás de esa cifra había una trampa: la productividad caía, la industria llevaba 22 meses en recesión, y el crecimiento promedio entre 2011 y 2015 apenas superaba el 0,4 % anual. El PIB per cápita, en dólares, había retrocedido al nivel de 2005.
La pobreza, según la UCA, afectaba al 30 % de la población urbana. El INDEC, otra vez, decía menos, pero la realidad no miente: 13 millones de argentinos vivían por debajo de la línea de pobreza, y la indigencia rondaba el 7%. El modelo había reducido la pobreza desde el 57% de 2002, sí, pero a costa de una sostenibilidad que ya no existía.
En resumen, Macri heredó una economía con tres problemas estructurales:
- Desequilibrios fiscales y monetarios insostenibles.
- Un tipo de cambio artificial que destruía la competitividad.
- Un esquema de subsidios que devoraba recursos y distorsionaba precios relativos.
Macri sostenía que no había forma de corregir todo al mismo tiempo, es decir, con estrategia de shock, porque levantar el cepo implicaba devaluar; quitar subsidios, aumentar tarifas; reducir el déficit, ajustar el gasto. Cualquier combinación era considerada como demasiado dolorosa, pero, a fin de cuentas, el gradualismo fue su mayor error: cuando finalmente lo entendió, habían pasado ya dos años desde que había asumido la presidencia. Terminó aplicando el shock, pero lo hizo demasiado tarde: justo cuando estuvo más cerca de terminar de hacer el ajuste, que tuvo que ser todavía más duro que si lo hubiera hecho desde un principio, perdió las PASO, sufriendo una extraordinaria corrida al día siguiente, que hizo que tuviera que restablecer el cepo.
El kirchnerismo dejó un país con logros sociales innegables —empleo, consumo, clase media ampliada—, pero también con una cuenta regresiva que ya había empezado a correr. Macri no inventó la crisis. La heredó. Y, como todo economista sabe, cuando la realidad te pasa factura, no hay discurso ni simples buenas intenciones que alcancen para pagarla: afortunadamente, hoy Macri reconoce que se equivocó, y que debió aplicar el shock de manera decidida.
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