La abundancia de recursos, tanto de materias primas, remesas e hidrocarburos, como la de la chequera de Caracas, no siempre resulta positiva, sobre todo cuando se observa que su disposición genera una paradójica serie de efectos negativos en la economía y por lo tanto, en el bolsillo de la gente. Para ser más puntual, el conjunto de decisiones que van definiendo el destino de aquellos recursos, en caso de tener características populistas, como veremos más adelante, no permiten generar una visión de largo plazo al país.
El populismo que “sirve a todo el pueblo”, es reconocido por una simulación revolucionaria que atrapa aquellas mentes románticas que, con profunda confusión ideológica y juegos retóricos, utilizan la soberanía del pueblo y la pobreza, como bandera política caudillista. Pero, más importante aún, es la reestructuración de la economía y los propósitos redistributivos del ingreso en forma directa hacia la gente, que también lo caracterizan y que en realidad son el objeto de análisis.
Como afirman Dornbusch y Edwards en 1991, el resultado de estos experimentos es que, luego de un breve tiempo de crecimiento, se generan cuellos de botella que en casos extremos, terminan en una insostenible crisis y colapso del sistema económico.
Hoy, cuando vemos que las cosas podrían estar mejor, damos cuenta sobre lo que viene construyendo el populismo en este último período de gobierno. Este mecanismo improvisado de subsistencia en el poder, revela la debilidad de la gestión pública por priorizar el gasto y no la inversión. O lo que es más lógico, ahorrar en tiempo de vacas gordas, para hacer frente al tiempo de vacas flacas, no ha sido parte de su agenda, cuando se observa que no se ha generado fuentes de empleo, que hasta aquí, son la principal demanda de la población.
Pero ¿por qué “cortoplacista”? Sucede que existe la posibilidad de que los precios internacionales sobre las materias primas sean transitorios. Entonces, el riesgo es mayor en caso de que no se haya tomado buen recaudo con políticas de inversión y no con decisiones orientadas hacia el gasto corriente. La política económica no debe depender de los precios internacionales como país monoproductor, de manera que por su elevado riesgo, tendría que buscar la diversificación de la economía productiva, en un período de tiempo demasiado corto para ser viable.
Por otro lado, el problema de la inflación, también es atribuido a que los gobiernos populistas confían demasiado en la posibilidad de crecimiento impulsado por la demanda, justificando así aquel gasto excesivo. Pero tomemos también en cuenta, que la inseguridad por los derechos de propiedad privada y el escándalo en el Poder Jurídico, así como la verborrea socialista incendiaria que genera incertidumbre y especulación sobre el futuro, provoca fuga de capitales y un congelamiento de la inversión privada.
Ahora, a pesar del incremento en el salario mínimo, columna vertebral del populismo y primera medida del Ejecutivo al asumir el poder, el sector informal sigue creciendo y el pobre sigue trabajando en el campo, entonces cuando la gente empieza a darse cuenta de la demagogia de sus elegidos y de que en realidad no se está dando una solución auténtica a sus problemas, la debilidad política del gobierno se hace evidente y entonces acude a la estrategia autoritaria.
Bolivia está bien, pero va mal. El efecto inflacionario, es lo que podría explicar el principio de una desestabilización macroeconómica que revela falencias en la gestión del gobierno, por no saber administrar con disciplina fiscal, un histórico superávit que juega a su favor y que sin embargo, solo acelera el crecimiento y posterga el desarrollo.
No existe una agenda establecida y por lo poco que se ha hecho por el empleo, las perspectivas podrían mantenerse inciertas antes de cumplirse los dos años de mandato del Presidente Morales, con el vencimiento del plazo de la Asamblea Constituyente que hasta aquí, no ha servido más que para seguir gastando.
Artículo publicado en Los Tiempos.