El hecho de que varios economistas reconocidos hayan empezado a perder respeto por el Nobel de Economía de 2008, Paul Krugman, debido a la lectura errónea que tiene de la crisis de 2007 a través de sus columnas en el New York Times, no ha sido suficiente para que otros seguidores de la corriente keynesiana y neokeynesiana como Brad DeLong vuelvan al ataque con teorías fraudulentas como la de la trampa de liquidez, y para que el mismo Krugman las siga alentando.
La teoría de la trampa de liquidez hace referencia a un escenario en el que las tasas de interés, al encontrarse en un nivel tan bajo, muy cercano a cero como el que hoy mantiene la tan mentada Reserva Federal de los Estados Unidos, la política monetaria se hace inservible para lograr un estímulo económico en el consumo de los agentes económicos que salve la economía de una recesión sostenida. Los inversionistas preferirían mantener el dinero en efectivo, por lo que la política monetaria ya no es capaz de reactivar la recesión combatiendo el desempleo y la deflación.
Los argumentos en favor de las economías intervenidas resurgen en un momento en que, luego de dos intentos muy agresivos por rescatar la maníaco-depresiva economía estadounidense mediante una creación de la nada de una cantidad masiva de dinero, ha sido todo un fracaso. El desempleo sigue manteniéndose en el mismo nivel desde que empezó la gran recesión y el gasto ha llevado el déficit presupuestario al borde de la quiebra. Incluso el mismo Barack Obama llegó a hablar del cierre de las oficinas gubernamentales en un momento dado, si es que acaso no se incrementaba el nivel del gasto de gobierno.
De esta manera, tanto el edificio teórico keynesiano como todos sus seguidores nos han llevado a un agujero, pero insisten en seguir cavando incluso cuando el largo plazo ha llegado. Citando a Hicks, DeLong sostiene: As long as output remains depressed and there is slack in the economy, printing more bonds will have negligible effect in increasing interest rates.
Ya no importa si Krugman pretende alejarse del mea culpa de DeLong, el único argumento es que si el estímulo no funcionó es porque no habría sido suficiente y que es necesario aún más estímulo. No obstante, si de trampas se trata, aquella en la que siempre caen los keynesianos es la de no poder explicar el siguiente paso ante lo peor de los mundos: la estanflación, una situación en la que la presión inflacionaria es tan fuerte que insistir en mayores estímulos sin que el aparato productivo se haya recuperado aún es el mayor peligro, un situación donde el fine-tuning se convierte en el clumsy-tuning.
El problema es claro y de causalidad: a pesar de que DeLong reconociera haber leído pero no haber entendido a Hayek, el intervencionismo presupone que cuando los recursos “ociosos” son conducidos hacia el gasto es mejor que no utilizarlos. El problema es que forzar la utilización de esos recursos para no mantenerse “ociosos” provoca malas inversiones en una estructura productiva insostenible, mientras los bancos van acumulando deudas de pésima calidad. Keynes y Hicks simplemente no entendieron que la tasa de interés no es el precio de los contratos de préstamo, sino que es algo muhco más importante, son el diferencial de beneficio en el mercado.
Ahora bien, luego de un tiempo y a pesar de que la corriente neo keynesiana reconozca que la recuperación pierde impulso, hay quienes insisten en pensar que cuando los precios empiecen su escalada, sobre todo los del sector inmobiliario, significa que la debacle podría haber terminado.
Sin embargo, eso significa todo lo contrario. Los precios deben caer aún más porque al impedir su caída mediante el rescate de cualquier empresa en quiebra, aquellos recursos destinados al rescate impiden que la función empresarial reoriente sus recursos hacia cualquier otra actividad probablemente nueva y más lucrativa para ayudarse los unos a los otros mutuamente. La quiebra es dolorosa, pero permite que el reajuste sea aún más rápido si además se optó por la flexibilización de los mercados como el laboral, para poder trasladarse rápidamente hacia aquellos proyectos correctamente capitalizados en su estructura productiva.
La única trampa no es la de la liquidez, sino la del estancamiento inflacionario, aquel que no permite atesorar ni ahorrar, aquel que en vez de haber rescatado a la economía de una recesión, la está llevando por el camino de la depresión. No basta con un mea culpa, ya habrá momento para eso.