Devaluación y competitividad

Mucho se ha escuchado decir durante varios de los últimos meses que el crecimiento económico de más del 5% de Bolivia es sostenible, reflejando que el modelo implementado desde hace al menos diez años “está yendo a todo vapor”. Lo cierto, sin embargo, es que Bolivia no está en su mejor momento como se pretende mostrar, cuando al registrar una marcada desaceleración al menos desde mediados de 2013 se sigue errando en las causas de la misma para agravar el problema con cada medida forzada de estímulo monetario y crediticio del gasto y el consumo.

Pues así como cada año, el recientemente publicado Índice de Competitividad Global 2015 del Foro Económico Mundial reporta datos por demás relevantes. Por ejemplo, el índice ubica a Bolivia 12 puestos por debajo del último año, a Brasil como el país que más ha caído en el mundo, y otros como México o Colombia que, en cambio, han registrado una notable mejora de su competitividad. Los primeros registran tal nivel de competitividad luego de una más que notable fiesta del estímulo de la demanda mediante el consumo y el gasto en infraestructura inservible como en el caso del Mundial; y los otros, luego de años de haber orientado su economía a la apertura y no a la asfixia comercial.

Pero hay otros datos mucho más interesantes que sirven no solo para ilustrar un problema muy serio, sino además para enviar el mensaje contra uno de los aspectos económico más relevantes en Bolivia durante los últimos años: la posible devaluación cambiaria.

El Foro Económico Mundial, como segundo caso comparativo, también ha reconocido los avances “significativos” realizados en España en la mejora de su competitividad, lo que le permitió avanzar dos posiciones en el Índice. Sin embargo, el país aún sigue por detrás de otros como Estonia.

Lo relevante de esto es que al haber adoptado el euro ninguno de estos países ha podido devaluar frente al inicio de la Gran Recesión en 2007 para tratar de recuperar su crecimiento, sino que apostaron, aunque tímidamente como en España, a la austeridad, y, como en Estonia, además de la austeridad, a las reformas estructurales complementarias justamente orientadas a la apertura y la flexibilización laboral y productiva inmediata y sin gradualismos; hacia el libre ejercicio de la función empresarial.

En este escenario Bolivia no sólo no es ni México ni Colombia, ni mucho menos Estonia, sino que se parece cada vez a lo malo de España, cuando no presenta exactamente el mismo problema del Brasil aunque sólo en distinta fase.

Mientras las economías del primer mundo sufrían la crisis desde 2007, Brasil emprendió una insostenible fiesta del gasto y del estímulo del consumo. Más tarde, a medida que las primeras economías crecían más y el capital se escapaba del conjunto de mercados emergentes, Brasil siguió con el Plan B, que no consistió más que en intensificar el Plan A del proteccionismo, el gasto y consumo del Mundial y las Olimpíadas, pero esta vez reduciendo arbitrariamente las tasas de interés y devaluando el real cuanto se necesitara en la pretensión de sustituir la fuga de capitales y la posterior caída petrolera, hasta la recesión.

Estonia lo ha entendido muy bien: la competitividad es un sinónimo de capacidad de generación de riqueza que sólo puede lograrse mediante el ajuste y las reformas orientadas al ahorro, la división internacional del trabajo, la especialización, el libre ejercicio de la función empresarial, al hecho de que cada individuo pueda ejercer su capacidad de identificar oportunidades antes que nadie en el mercado para solucionar problemas ajenos en forma de un negocio legítimamente rentable. En países como Bolivia, en cambio, antes que el ajuste y la reforma, aunque siempre pasajera, siempre es más cómodo crear una ilusión de riqueza mediante la devaluación.

Artículo publicado en Página Siete, SchiffOro y Economía Bolivia.