Los resultados del reciente referéndum que le impiden a Evo Morales repostularse al máximo cargo del Estado en cinco años y por cuarta vez consecutiva, son en realidad la ilustración de un serio problema que se ha engendrado durante toda la etapa del auge de los últimos diez años en Bolivia.
Desde luego que el resultado del referéndum es importante. Por un lado, aunque protagonizado por el Presidente con su temerario y desafiante “yo quiero ver si el pueblo me quiere”, y sin un opositor claramente visible y que haya liderado la opinión pública, parecería haberse aprobado el desafío democrático planteado por el mismo gobierno.
Sin embargo, y por el otro lado, es necesario reconocer también que esta no fue victoria de nadie, sino un auténtico fracaso de su protagonista. En general la sociedad en Bolivia jamás ha tenido una auténtica vocación de libertad, y es algo que puede identificarse en cada momento y espacio de la vida cotidiana. No ha sido un triunfo de la democracia liberal, sino el fracaso de una intentona más de un caudillo por perpetuarse en el poder.
Pues sucede que la parte final de la campaña oficialista del referéndum estuvo fuertemente marcada por una serie de denuncias de hechos de corrupción de proporciones más que considerables en las más altas esferas de Gobierno, aunque todavía bajo investigación.
La reacción generalizada de la población votando mayoritariamente por el No, da la impresión de que fue la mala redistribución de la riqueza durante toda la etapa del auge la que detonó la indignación del grueso de la población votante que controla el poder del gobierno, y no necesariamente la idea de que las instituciones que preservan el equilibrio de poderes son imprescindibles. El gran voto generalizado del No podría significar el reclamo de que el auge no habría llegado para todos, o al menos no en la misma medida y proporción que la de los hechos de corrupción.
Durante la etapa del auge de Bolivia de los últimos diez años, una de las características más importantes sobre el manejo de la economía ha sido la mala asignación de recursos provenientes fundamentalmente de las exportaciones de hidrocarburos, con criterios políticos, circunstanciales y cortoplacistas, y no mediante mecanismos propios del mercado y de la acción e interacción de los individuos que conforman el conjunto de la sociedad boliviana.
Y como consecuencia de este tipo de manejo de la economía, se han ido destruyendo instituciones que ya no son diseñadas por el hombre para contener el abuso de poder político, sino de aquellas que han surgido de manera espontánea y evolutiva a lo largo de períodos muy dilatados de tiempo, como el lenguaje, el derecho y la moneda que permiten la convivencia en sociedad.
Es así que este segundo problema es pues considerablemente mayor. Si quienes detentan el poder político han perdido con sus propias reglas de juego, con instituciones prediseñadas a su favor político, cuánto perderá Bolivia en su conjunto a consecuencia de la manipulación e incluso destrucción de instituciones de origen consuetudinario.
El desafío fundamental sigue siendo el de la preservación de estas instituciones que surgen del ejercicio pleno de la libertad de los individuos, y para superar este desafío podría requerirse de un esfuerzo considerablemente mayor que el del referéndum, que, se quiera o no, termina siendo meramente circunstancial frente a lo que desde el plano del respeto por los derechos individuales de propiedad privada en general, y la libertad económica en particular concierne.
Hoy en plena votación a la gente la vio notablemente agotada, preocupada, las cosas no están bien, la solución de sus problemas escapan de su voluntad. Durante la campaña se trató de convencerlas de lo contrario; ya no es que huele a engaño, sino que es descomunal y descarado. Y por si no se sentía ya en el aire desde hace un par de años con el inicio de la desaceleración de la economía ya en casi dos puntos porcentuales del PIB desde mediados de 2013, las semanas previas y el mismo referéndum ilustran la seriedad del problema.
La resaca del auge ficticio está empezando a pegar cada vez más duro. La gente ya ni acude a esta clase de convocatorias ajenas a la rutina como solía hacerlo. Por el contrario, la predisposición a defender lo que es de uno con cada vez mayor decisión recurriendo a métodos violentos, y peor aún si espontáneamente brota la indignación colectiva preguntándose “y ahora dónde está la plata”, es cada vez más latente.
Han sido diez años de jauja. Unos se beneficiaron de manera espectacular (los menos, y paradójicamente en contra de parte del discurso que democráticamente al poder). Otros simplemente hicieron vista gorda y se acomodaron como que aquí no pasa nada. Y otros siguen encantados con el discurso oficialista de las grandes cifras macroeconómicas que no quieren decir absolutamente nada, pero que sirven para justificar su enorme falta de ética y escrúpulos para aferrarse como a un clavo ardiendo, a los cuatro pesos que el régimen aún le permiten directa o indirectamente.
Luego de la espectacular fiesta (burbuja) de proporciones siderales que hubo, hoy inicia una nueva etapa del ajuste (pinchazo) más profunda y agresiva, y lo será cuanto más se la pretenda evitar.
Aún queda pendiente la mentada devaluación cambiaria y el ajuste de precios por subvención de hidrocarburos. Es cierto que todavía quedan recursos disponibles por los cuales cederán a la tentación, pero ya no alcanza para todo quien aún hoy pretenda colgarse del poder, es tarde.
Nada de esto es la confirmación de teorías conspiranoicas ni de la futurología pasada. Todo fenómeno social es siempre, en todo lugar y momento un problema de causa y efecto. Nada es casualidad. La gente está cansada por algo que indudablemente debe cambiar. Este momento o etapa de liquidación forzosa de los proyectos acometidos mediante una asignación de recursos equivocada, no es fruto del simple devenir de la naturaleza. El régimen se agotó solo.
Ya no es momento ni es necesario citar nombres, identificar hitos, citar cifras y fuentes, buscar héroes o nuevos líderes, o incluso confirmar la teoría. Si no uno no es capaz de hacerlo por su propia cuenta y entender este mensaje en su entera dimensión tal y como está, entonces estos últimos diez o quince años estuvo simplemente viviendo en Babel.
Es definitivamente apresurado sostener que los resultados del referéndum para modificar la Constitución les impidan realmente perpetuarse en el poder. Si se tratara de gente que abandonaría pacíficamente el poder, tampoco hubieran pensado siquiera en la modificación de la Constitución, diseñada -nuevamente- por ellos mismos.
Por esto, recordar lo que Wilhelm Röpke dijo una vez, sigue siendo entonces el mayor temor en el objetivo de preservar la libertad:
El camino de la inflación reprimida termina en el caos y la paralización. Cuanto más empuja la inflación los precios hacia arriba, tanto más refuerza el Estado su aparato represivo; pero, tanto más ficticio se hace el sistema de los precios controlados, tanto mayor es el caos económico y el descontento general, y tanto más se debilita la autoridad de Gobierno o su pretensión de seguir ostentando un carácter democrático.
Aunque por el momento no sea lo más probable, es absolutamente posible, y no es necesario ir demasiado lejos para abundar en ejemplos, y las consecuencias de haber vivido durante diez años en Babel, no terminan con un referéndum.
Artículo publicado en Instituto CATO.