Burbuja inmobiliaria: Me sumo al debate de Gonzalo Chávez

Dado el gran dinamismo del sector durante los últimos años, y sobre todo ahora que registrada una marcada desaceleración,  Gonzalo Chávez Á., colega de la Universidad Católica Boliviana en La Paz, planteó ayer en su columna de Página Siete y en nuevos comentarios en las redes sociales durante el día de hoy, sobre el sector de la construcción en Bolivia, sobre si esta presenta condiciones de burbuja o si se trata de un auge legítimo.

Este es un debate que he abordado ya durante algún tiempo en otros espacios, y que es parte de la tesis de un libro que publiqué hace exactamente un año atrás con Unión Editorial en la Feria del Libro de Madrid, La década perdida de Occidente. Ahí sostengo que desde el inicio de la Gran Recesión en 2007, la gran generalidad de Occidente está cometiendo exactamente los mismos errores de política económica que Bolivia cometió hasta 1985, cuando se estableció el DS 21060, y que durante al menos los últimos diez años Bolivia ha estado cometiendo exactamente los mismos errores que la gran banca central y privada internacional cometió hasta 2007 para crear toda la serie de burbujas generalizadas que se conocieron por toda la economía global, que incluyen, claro, burbujas inmobiliarias como la estadounidense o la española, sin mencionar varias otras.

Y una otra parte de la tesis del libro es que si eventualmente se registra una crisis económica en Bolivia, esta estaría caracterizada por la necesidad de corregir toda la serie de errores cualitativos de inversión que se ha cometido e inducido a cometer durante toda la etapa del auge, que esta corrección es inevitable y que su prolongamiento, profundidad e intensidad duraría tanto como el auge artificial que la precedió y como tanto y cuánto más se traten de evitar a la desesperada este inevitable período de corrección natural.

Cualquier interesado puede adquirir el libro directamente en la página web de Unión Editorial o en Amazon.

Pues bien, es cierto que hay mucha incertidumbre, a la vez que también mucha ansiedad, por datos concretos y específicos sobre una posible burbuja de la construcción en Bolivia. Yo también he sido víctima de los interesados en alguno que otro análisis tímido y breve sobre el tema. Sin embargo, lo primero que en realidad habría discutir para el inicio del debate es lo que en economía constituye una burbuja de valor.

Gonzalo Chávez menciona que para que se presente una burbuja inmobiliaria se deben presentar las siguientes condiciones:

a) dinamismo en el sector de la construcción, que en el caso boliviano parece explicarse por la necesidad de atender a una fuerte demanda por viviendas; b) débil supervisión crediticia, que no es el caso en Bolivia, donde más bien existe una fuerte regulación por parte de la ASFI; c) exceso de liquidez y bajas tasa de interés en el sistema bancario. Esta condición está presente en el caso boliviano; d) fuerte demanda de inmuebles para especulación, situación originada en las bajas tasa de interés pasivas en el sistema bancario que impulsan a la gente a invertir en la compra de viviendas (inversión en ladrillos y tierra).

Vamos por partes:

a) Aunque no se mencionan los precios específicamente, es muy importante destacar el hecho de que el simple incremento desorbitado de los precios de mercado de tal o cuál bien en relación a su comportamiento histórico no es suficiente para determinar la existencia de una burbuja de valor, por más que exista gran demanda por el mismo. El inicio de una la más correcta identificación posible de una burbuja de valor tiene que ver con el hecho de que responda o no a una demanda real efectiva de mercado. El público en general identifica estas burbujas con relativa facilidad, pero en vez de identificarlas como consecuencias propiamente económicas de una mala asignación de recursos escasos o de destrucción de capital con perpetuación de la pobreza como consecuencia, la identifica como hechos de corrupción políticamente punibles y las califica como “elefantes blancos”. Ejemplos sobre todo durante el capitalismo de Estado de la segunda mitad del siglo XX en el país abundan, como la fábrica de aceites de Villamontes, la piscina olímpica de Alto Obrajes en La Paz, o la Fundición de Vinto, pero también hay muchísimas otras actuales que no viene al caso mencionar. Probablemnente estos proyectos realmente han tenido alta demanda en su momento, pero luego de no demasiado tiempo ha quedado demeostrado que ninguno ha sido realmente efectivo ni muchos menos rentable, aunque en su momento sirvieron al régimen para mostrar extravagantes datos de crecimiento del PIB de hasta el 9%.

b) Este es otro punto que tendría que tener más fuerza en el análisis, sobre todo en el contexto de la crisis económica internacional desde 2007 y su rápido agravamiento actual: por un lado, la presencia de la ASFI como autoridad de regulación no dice absolutamente nada sobre la salud del sector ni inmobiliario ni muchos menos el bancario financiero. Justamente, Fannie Mae y Freddie Mac tenían una calificación de riesgo de triple A tan solo unos meses antes de la explosión hipotecaria estadounidense, así como del resto de la banca de inversión y aseguradoras del país. Y, por aún, como veremos, esto en realidad no constituye garantía alguna contra una posible, sino exactamente lo contrario, constituye gran parte del problema.

c) y d) Siguiendo con el punto anterior, el exceso de liquidez y las tasas de interés crediticio artificialmente bajas para este y cualquier otro sector, justamente constituyen el gran meollo del asunto. Lamentablemente este problema tampoco se trata con suficiente detenimiento en el análisis de Gonzalo Chávez, pero esto no es propiamente un error suyo, sino de la Ciencia Económica en general que se ha inclinado demasiado hacia la metodología científica de León Walras.

Gonzalo Chávez ha hecho bien en mencionar el exceso de liquidez y las tasas de interés, pero definitivamente amerita bastante más profundidad, porque ha sido parte del debate relativamente reciente en el mundo de la Ciencia Económica desde la burbuja del Nasdaq justo antes del ataque a las Torres Gemelas en 2001, aquella que Krugman recomendó sustituir con la posterior burbuja inmobiliaria. Tal vez Gonzalo Chávez no lo aborda porque el debate a estas alturas no sea tanto de divulgación ni de discusión de coyuntura en un periódico con limitaciones de espacio, y porque tal vez pertenece más a un debate teórico científico, pero el público debería hacer un pequeño esfuerzo en indagar al respecto, y nosotros como economistas hacer un esfuerzo por que así sea.

Lo que la Ciencia Económica del paradigma walrasiano y los economistas convencionales en general dicen de las tasas de interés es que constituyen el precio del crédito, cuando en realidad habemos otros que nos inclinamos a sostener que las tasas de interés cumplen dos funciones capitales al respecto: 1) Las tasas de interés son algo muy parecido al resto de precios de mercado que existen en una economía, son señales a través de los cuales los empresarios se guían para iniciar tal o cual negocio; y 2) etre otros aspectos, estas señales le dicen al conjunto de empresarios que existe una determinada cantidad de ahorro real previo disponible para la inversión.

Sucede pues que cuando los entes de regulación -llámese Hacienda o Banco Central- buscan estimular la economía desde la demanda, bajan las tasas de interés muy por debajo del nivel del cual el mercado establecería en condiciones de libertad económica, y les dicen a los empresarios que existe una cantidad de ahorro superior a la que realmente existe, y que pueden realizar toda una serie de proyectos con mucha más ambición, y que de otra manera no serían posibles. Esto es regulación, estímulo e inducción a cometer errores por parte del Estado, no del mercado.

Claro, cuando bajan las tasas de interés artificialmente, la demanda también se incrementa artificialmente más allá del motivo especulativo por el que lo hagan, pero lo que está claro es que esto no es algo que hay un responsable directo: el que estimula y regula. Todo está distorsionado a fin de cuentas: cuando se controlan los precios existe mala asignación de recursos, por un lado exceso escasez de capital, y por el otro sobreabundancia o sobrecapacidad.

Sé que a Gonzalo Chávez lo han inundado con comentarios al respecto que no reúnen datos concretos, sino anecdóticos que no contribuirían a un debate suficientemente serio. Sin embargo, ante la falta de datos objetivos o la susceptibilidad de que los mismos no fueran confiables, lo único que queda justamente son los datos anecdóticos, aquellos que envían las señales necesarias para que todos los empresarios del sector y los vinculados al mismo para tomar decisiones para acometer  tal o cual proyecto de inversión.

Hoy, lamentablemente, lo que se esta observando con la desaceleración del sector y de la economía en su conjunto es que hay proyectos que deben ser liquidados por constituir un error cualitativo de inversión, ya sea por parte del Estado que no cuenta con tasas de interés y que “le mete nomás”, o del privado que ha sido inducido con tasas artificialmente bajas, que jamás debieron debieron llevarse a cabo porque el capital invertido no es suficiente como para concluir siquiera el proyecto de manera rentable. La banca justamente debería estar observando con muchísimo cuidado la calidad de su balance, y ver el nivel de contaminación con activos que durante la Gran Recesión a nivel internacional se bautizaron como “tóxicos”.

Y esta es la gran paradoja cuando se habla de extravagantes datos de crecimiento o de rentabilidad: Bolivia es efectivamente una de las economías que más crece en la región, pero también es la economía cuyo sector real privado y formal cuenta con las tasas de interés crediticio más bajas de toda América Latina. Esto es pues siempre un alarmante signo de peligro, y motivo de sospecha sobre la composición del crecimiento de la economía del país, si es sano y sostenible, o si constituye una gran burbuja que se desinfla o está a punto de terminar de explotar.

Ahora bien, tal vez en defensa de Gonzalo Chávez ante quienes siempre esperan más de lo posible, esperar datos concretos, objetivos y confiables del sector o la economía en general es un auténtico problema. Estos datos son información histórica del pasado que ayuda a tomar decisiones generales, pero que en ningún momento las determina, es decir, cuando se confirme una burbuja será demasiado tarde, pero dependerá de cada empresario individual de tomar la decisión de correr riesgos en una coyuntura económica nacional e internacional muy poco favorable en general para negocios legítimos que solucionan problemas de mercado a cambio de una rentabilidad.

Y finalmente, además de que la tarea del economista es advertir distintas posibilidades en el marco de análisis de causa y efecto, y no de tiempo, espacio y materia, determinar el riesgo y la rentabilidad de tal o cuál proyecto que identifique un empresario como beneficioso de acuerdo a su propia aversión al riesgo es trabajo suyo y de nadie más.

Preliminar.