Supongamos por un momento que, idealmente, en los últimos 30 años usted ha logrado establecer una empresa que genera un millón de dólares anuales en promedio, que sus tres hijos trabajan responsable y competentemente en la empresa, y que quiere o debe retirarse dejando las cuentas y la acumulación de toda una serie de activos en orden, y con una clara estrategia sucesión. Al mismo tiempo, ni usted ni sus hijos tienen problemas financieros, ni arrastran conflictos familiares internos, y los riegos externos derivados de la coyuntura política y económica no representan un problema considerable.
Sin embargo, eventualmente, sobre todo cuando usted ya no tenga un control directo de la compañía o simplemente ya no esté en este mundo, la percepción de cada uno de sus hijos sobre los nuevos desafíos que se presenten para la empresa serán siempre distintos, momento en el que, con seguridad, empezarán a surgir los conflictos internos.
Supongamos también que esto último fue parte de lo que advirtió inicialmente y que su deseo es evitar que la fortuna que usted o sus padres crearon no se convierta en un lastre para la siguiente generación definiendo claramente el rol que cada unos de los miembros la familia tendrá en la empresa, incluyendo la de una tercera y una cuarta generación.
Hasta aquí todo parece estar muy bien, pero tal vez porque el tiempo apremia, por buscar al asesor equivocado, por ahorrarse unos pesos más, o por simple falta de conocimiento, ha decidido, además de lo anterior, subdividir la empresa familiar en tres cuotas partes iguales del 33.33% para cada uno de sus tres hijos.
Este es un error muy común, pero que no por eso deja de ser muy grande, y lamentablemente se trata de la fórmula perfecta para la destrucción de la fórmula original de generación de riqueza y, por tanto, muy probablemente una de las posibles causas de la desintegración de su familia.
Al menos los economistas, por varias décadas, y al menos desde su desarrollo científico más importante desde el siglo XIX, piensan que la tercera parte de una empresa que genera un millón de dólares generará 333.333 dólares por separado. De ahí surge, por cierto, todo el errado edificio teórico moralista de la redistribución de la riqueza a punta de impuestos, embargos, confiscaciones e inflación. No cometa el mismo error y no apunte contra usted mismo, la capacidad de generación de riqueza de su empresa está determinada por el sistema organizativo inteligente de sus recursos antes que por la disponibilidad de los mismos, su riqueza no procede de sus recursos, sino del uso inteligente que se les da para satisfacer las necesidades de sus clientes o consumidores.
Si de repente ha llegado al punto de ordenar la empresa familiar acordando qué rol específico juega cada quién dentro de la empresa faimiliar, está muy bien, pero no es suficiente garantía para preservar la riqueza ya creada para el largo plazo intergeneracional. En todo caso podría ser justamente lo contrario. Aunque no tuvieran diferencias entre ellos, los objetivos individuales y prioridades de sus hijos pueden cambiar en el camino y ser muy distintos a los de la empresa y la familia, y en determinado momento pueden disponer de su cuota parte en pleno derecho, minando la capacidad de la empresa familiar de generar riqueza.
Los visionarios que empiezan a generar los primeros centavos de lo que luego termina siendo el negocio de la familia, siempre empiezan siendo empleados o autoempleados, y cuando tienen éxito pasan a ser dueños del negocio. Lo ideal a partir de este punto es que la siguiente generación pase a convertirse en inversora y así también generar ingresos pasivos de largo plazo, sobre todo si ya tiene el privilegio y la gran oportunidad de hacerlo al ser los nuevos dueños del negocio familiar, indistintamente de lo que eventualmente suceda con este.
Entonces, lo correcto para alcanzar este punto no es cercenar la empresa familiar o desorganizar sus recursos, sino crear una nueva empresa que se dedique a organizar los recursos propios de la familia, que se dedique única y exclusivamente a la gestión de ese millón de dólares -o al menos una parte de él- que genera la empresa familiar. El nombre adecuado de esta empresa es una Limited Liability Company (LLC), un Trust o un Family Office; mientras la empresa familiar se sigue dedicando a generar riqueza, su objetivo es preservar el patrimonio familiar y alcanzar objetivos claramente acordados y definidos, sobre todo los individuales.
Ahora bien, uno de los consejos más importantes y tradicionales a la hora de invertir es que no ponga su dinero en negocios que no entienda. No obstante, esto también podría significar que al hacerlo usted mismo invierta en el mismo sector o incluso en el punto geográfico donde ya se desempeña su empresa familiar. Esto solamente equivale a dispersar y no diversificar sus inversiones. Lo que sí que puede hacer es contratar, ya sea mediante el Family Office de nueva creación o para este mismo, expertos que sí sepan dónde y cómo diversificar las inversiones, construyendo un portafolio alineado con la identidad, valores y propósito de la familia respecto de su patrimonio y su legado.
De esta forma, por un lado se diluyen muchas de las amenazas y riesgos internos de la primera empresa derivados de algún conflicto familiar, así como externos derivados de la coyuntura política y económica a la que la empresa familiar podría estar expuesta eventualmente, pero por el otro, y sobre todo, permite dar el primer paso hacia la construcción de una auténtica visión dinástica de la familia. Esta es la manera correcta de ordenar correcta y pertinentemente una gran herencia.
Si este es su caso, póngase en contacto conmigo hoy, permítame ayudarlo a prever lo mejor y lo más seguro para su patrimonio y el de su familia.