En un artículo publicado ya en noviembre de 2014, titulado La desdolarización internacional avanza, advertía lo siguiente:
[E]l intervencionismo internacional estadounidense está provocando que sus adversarios políticos tradicionales también hayan empezado a establecer acuerdos comerciales de largo aliento denominados en monedas distintas del dólar estadounidense, como entre Rusia y China, que podrían incluso establecer sus intercambios en yuanes respaldados en oro, aunque sea parcialmente.
Pues esto acaba de empezar a consolidarse, y a convertirse en una de las noticias más importantes de las últimas cuatro décadas en el ámbito del sistema monetario y financiero internacional, sin temor a equivocaciones ni exageraciones, y es necesario estudiar sus implicaciones.
¿Por qué esto es tan importante? Cuando en 2015 publiqué mi primer libro La década perdida de Occidente (Unión Editorial, Madrid), expliqué en detalle que si había un país que con conocimiento de causa sabía que las políticas monetarias de la Reserva Federal desde 2008 no podrían terminar nada bien, era justamente Bolivia: extrapolé las consecuencias del experimento boliviano al monetizar su deuda masivamente entre 1983 y 1985, un proceso mejor conocido como “desdolarización”, para explicar la manera en que el sistema monetario y financiero internacional empezaba a desdolarizarse a su vez, por su propio proceso de monetización de deuda, el más grande que se ha conocido nunca.
La explicación era sencilla: si se aplicaba la Ley de Utilidad Marginal Decreciente a la producción de dinero, ya sea en Bolivia en los años 80 o en Estados Unidos y el resto del mundo actulmente, se entendería muy fácilmente por qué el dólar, al perder valor conforme era artificialmente abundante, tenía sus días contados como moneda internacional de reserva; desde que Estados Unidos abandonó el último vínculo que tenía con un respaldo real como el oro en 1971, el público empezaría a buscar espontánea y paulatinamente un valor real que repaldara cada una de sus transacciones comerciales. De hecho, en el año 2000 el mundo estaba dolarizado en un 70 por ciento, pero hoy, 18 años más tarde, las reservas internacionales denominadas en dólares son de menos del 60 por ciento, y con este acuerdo entre Rusia y China, el proceso se acelerará sin lugar a dudas hasta el 49 por ciento.
Más aún, desde que Richard Nixon terminó de abandonar el patrón oro en 1971, estableció un acuerdo para que el petróleo que produjera Medio Oriente estuviera denominado en dólares para sostener su cotización y, por tanto, su condición de moneda internacional de reserva, a cambio de que Estados Unidos se encargara de la seguridad del vecindario de Arabia Saudí; esto es lo que coloquialmente se conoce como el nacimiento del petrodólar. Sin embargo, ahora ese rol empezaría a jugarlo nada menos que el yuan, primero gracias al fracking estadounidense, que rompe unilateralmente con aquel acuerdo entre Estados Unidos y Arabia Saudí al provocar la caída de la cotización petrolera, y luego con el acuerdo entre China y Rusia, siendo el primero el mayor importador de petróleo en el mundo, y el segundo uno de los mayores productores.
Y esto no es todo. A medida que la Reserva Federal aún imprime dólares a mansalva para saldar las pérdidas de la serie de burbujas de activos (entre ellas la inmobiliaria) que ella mismo indujo acrear en un inicio con sus tasas de interés artificialmente bajas, y exportaba su inflación al mundo y se deshacía de sus reservas físicas de oro, China y Rusia han ido adquiriendo cuantas reservas de oro físico han podido para respaldar, aunque sea parcialmente, sus propias monedas y, por tanto, su comercio bilateral.
Resulta difícil, pues, empezar a imaginar siquiera todas las implicaciones de este nuevo régimen internacional solamente en materia económica y geoestratégica global a partir de este hito histórico. Sin embargo, para quienes desde un inicio han entendido la importancia y verdadero rol de una moneda fuerte en una economía de crecimiento sano y sostenido, ya sea global, nacional o incluso familiar, será, sin duda alguna, mucho menos difícil.