¿Qué dirías si el Gobierno tiene la posibilidad de financiar su modelo por tres años más, aunque nos cueste la quiebra? Desde que me hicieron esta pregunta hace un mes en una de mis presentaciones empresariales reservadas en La Paz, ha invadido mis ideas de manera recurrente y cada que me encuentro con escépticos, que todavía los hay. Si no se trata de típicos mercantilistas privilegiados por el Estado, les otorgaremos el beneficio de la duda, aun si eso significara pecar de ingenuo, para seguir tratando de modificar su conducta empresarial de corto plazo.
Para ilustrar el momento por el que está atravesando la economía de Bolivia suelo remitirme a la experiencia más cercana con una crisis económica profunda, intensa y generalizada que conocí, viví y estudié: España; en 2007 su espectacular burbuja inmobiliaria explotó y su presupuesto público pasó del 5% un déficit del 11% en menos de un año, pero los españoles no aceptaron la crisis sino hasta 2009, cuando las Comunidades Autónomas entraron en bancarrota, y lo peor de la crisis llegó recién en 2011, cuando terminó convirtiéndose en uno de los 5 países del sur europeo cerca a ser financieramente intervenido y que incluso amenazaban la estabilidad de la economía global.
A fines de 2007, cuando apenas había explotado la burbuja y buscaba la relección, Zapatero se permitía afirmar:
Haciendo un símil futbolístico, se podría decir que la economía española ha entrado en esta legislatura en la Champions League de la economía mundial, mal que les pese a algunos.
Negación absoluta de la crisis de por medio, Zapatero y su entonces vicepresidente económico, Pedro Solbes, implementaron el Plan E, diseñado con la misma batería de medidas típicamente keynesianas del estímulo de la demanda que habían provocado la crisis, pero con esteroides.
Se trató del segundo mayor gasto público del mundo luego de Arabia Saudita, y llevó a la economía española a hipotecar su futuro con mayor endeudamiento y la dilapidación del capital que le quedaba produciendo lo que nadie necesitaba, como la construcción de redes de aeropuertos, autopistas, estaciones de tren, etc. que jamás funcionaron pero que hoy deben seguir pagándose.
La promesa del mentado plan era superar la crisis hasta 2010. Sin embargo, Zapatero terminó convocando elecciones anticipadas en 2011, y para 2012, en su mensaje de Navidad, el Rey Juan Carlos afirmaba:
No creo exagerar si digo que vivimos uno de los momentos más difíciles de la reciente historia de España (…). La grave crisis económica que atravesamos desde hace unos años ha alcanzado una intensidad, una amplitud y una persistencia que nadie imaginaba.
Afortunadamente, y para desgracia de los economistas convencionales que así pretenden mejorar la competitividad, y apuntalar las exportaciones y el crecimiento, a partir de que España no puede devaluar su moneda nacional para añadir inflación a su escandaloso nivel de desempleo, no se repitió la historia de 1993, cuando en tres oportunidades y tan sólo nueves meses, Felipe González y Carlos Solchaga hundieron la peseta un 21%.
Y es recién hoy, diez años más tarde, que Solbes reconoce que se equivocó al negar la crisis, que, entre otros aspectos, y frente al escandaloso incremento del gasto de ingresos coyunturales, “la solución más deseable hubiese sido una política fiscal más restrictiva, […] hubiese mejorado el margen de actuación” tras el estallido de la crisis.
Tal vez sea cuestión de escasos meses; ¿Bolivia verá caer las lecciones españolas en saco roto?
Artículo publicado en América Economía.