Durante al menos los últimos ocho años, la renuncia de distintas personalidades a una ciudadanía que durante décadas solía otorgar muchos privilegios para las actividades internacionales, se ha hecho cada vez más común, a raíz de la pésima manera en que los gobiernos de las economías más capitalizadas del globo bregaron con la Gran Recesión de 2008.
En 2013, por ejemplo, Gerard Depardieu renunció a su ciudadanía francesa como forma de protesta por la decisión del Gobierno de François Hollande de aumentar al 75% los impuestos sobre la renta de los más ricos.
Peor aún, en 2014, Boris Johnson, canciller británico nacido en Nueva York, renunció a su ciudadanía para asegurarse de que el IRS estadounidense no le cobrara impuestos por la venta de un inmueble en Londres, pues resulta que el Gobierno de Barack Obama estableció el Foreign Account Tax Compliance Act, o FATCA, que obliga a que las instituciones financieras o no financieras en el exterior reporten las cuentas de los siete millones de ciudadanos estadounidenses en cualquier parte del mundo, para cobrarles impuestos que podrían alcanzar hasta un 30%.
Y solamente en 2017 alrededor de siete mil personas han renunciado a su ciudadanía estadounidense.
Si lo que está buscando es preservar su patrimonio de largo plazo, con seguridad que ahora querrá pensar dos veces si realmente quiere que sus hijos o nietos nazcan en EE.UU. para adquirir una segunda ciudadanía, y que eventualmente sus propiedades estén registradas a su nombre. Y lo más probable es que, más temprano que tarde, aquellos bancos que hasta la Gran Recesión de 2008 buscaban clientes ideales como dueños de un holding o varias marcas internacionales con ciudadanía estadounidense, terminen cortando relaciones con usted por todo el due diligence permanente que implica trabajar con usted.
Es cierto que la reciente reforma impositiva de Trump ha provocado que Apple y Exxon aseguren la repatriación de un capital equivalente a $400 mil millones entre ambos en los próximos cinco años, pero falta bastante más hasta que EE.UU. vuelva a recuperar el camino hacia los principios de libertad con los que se fundó. De hecho, si renuncia a su ciudadanía estadounidense para evadir impuestos, no podrá volver a pisar aquel territorio. En el entretanto, la idea de convertirse en un inversor nómada en busca de jurisdicciones amigables para el capital privado alrededor del mundo, que incluso otorgan ciudadanía o residencia permanente por inversión, es cada vez más necesaria.
Ahora mismo este es el caso más común ahora mismo entre ciudadanos estadounidenses, pero una segunda ciudadanía no es para todo el mundo, no todos los países ofrecen ciudadanía por inversión lo hacen como segunda opción, ni todos los programas de ciudadanía por inversión son lo mejor para cada situación, o simplemente muchos de ellos no son legítimos, ni mucho menos significa que por muy grande que sea su patrimonio usted es capaz de simplemente comprar la ciudadanía que más crea conveniente.
Todo dependerá del tamaño de cliente que sea y el propósito que le asigne a esta porción de su patrimonio, si emigrará, se retirará, si quiere invertir, trabajar, etc. Si lo que simplemente está buscando es liquidar sus activos no imprescindibles para llevarlos al exterior con el menor impacto fiscal posible, EE.UU. no es la mejor opción ahora mismo. Un pasaporte boliviano, por ejemplo, no es el mejor para invertir en el exterior como persona natural ni lo será pronto, pero lo que entre otros aspectos hace la opción de segunda ciudadanía por inversión, aunque no la requiera, es exponer la calidad institucional de determinada jurisdicción para el trato específico del capital privado y de su patrimonio para invertir como persona jurídica, como con la alternativa de una Golden Visa.
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