Estuve tentado de seguir fastidiando al Banco Central de Bolivia en un nuevo artículo, con algo así como un manifiesto monetario frente al irresponsable llamado de los economistas opositores convencionales a no tomar previsión alguna frente a la política monetaria, y más aún frente a cualquier determinación torpe y displicente. Sin embargo, ya no es tiempo de debates ni discusiones de escritorio. Si hasta este momento la complacencia no te ha enceguecido durante los últimos meses o años, entonces estás en buen camino y tienes poco de qué preocuparte.
Me explico: la discusión sobre la resolución del BCB para dejar de vender dólares directamente al público a partir del feriado del 2 de noviembre se ha resumido en que dicho volumen de demanda no es suficiente para afectar al sistema financiero, ni mucho menos a la economía, y que, por tanto, no habría motivo de alarma para el público, ni tampoco para tomar decisiones que no hayan sido meditadas con anterioridad. Sin embargo, esto es solamente una reacción, no fruto de una elaborada estrategia de preservación patrimonial de largo plazo.
Uno no protege su patrimonio sólo frente a una eventual devaluación cambiaria, que ya sería motivo por demás suficiente para hacerlo, sino frente al significativo deterioro de la institucionalidad y, por tanto, de las garantías para desarrollar una vida cotidiana y de largo plazo en libertad, control y responsabilidad individual.
La moneda, en realidad, es el bien más líquido del conjunto del patrimonio de la gente, y como tal debe constituir parte de una estrategia frente a cualquiera de las eventualidades que siempre suceden en un país como Bolivia. La moneda no es algo que les concierne únicamente a los arrogantes burócratas y sus economistas, responsables del control de su valor, que miran con sorna la reacción de la población.
Por el contrario, cuando a los economistas convencionales en general se les pregunta sobre cuestiones de moneda y particularmente sobre el tipo de cambio, se vuelcan de manera automática y mecanicista a observar únicamente la balanza de pagos y la balanza comercial, pero no ven el efecto ni su vínculo con el sistema financiero ni con la economía real.
De hecho, el susto del fin de semana demuestra lo grave que sería una devaluación cambiaria solamente para el deteriorado balance del conjunto del sistema financiero, y debería haber llamado la atención de sus defensores al punto de obligarlos a manifestarse, pero si no lo hicieron hasta ahora es por varios motivos, empezando por el hecho de que pocas veces, por no decir que nunca, consideran la moneda como un elemento central para cada persona para entender cómo su patrimonio puede deteriorarse (o esfumarse) por determinación de algún ingeniero social el momento que uno menos lo espere; porque para ellos el dinero es solamente “el velo que viste la economía real,” y no guarda relación alguna con, por ejemplo, el deterioro muy avanzado de la institucionalidad en el país; porque no conocen la muy peligrosa dinámica de la inflación fuera del IPC una vez que se desata; porque están totalmente descolocados en esta era de las burbujas de activos.
En cambio yo -modestia aparte- me encuentro entre quienes han defendido abiertamente la idea de al menos mantener ahorros de largo plazo en dólares, e incluso, en algunos casos cuya situación conozco amplia y específicamente, mantenerlos fuera del banco, y en otros tratar de no desbancarizarse para que con un asesoramiento adecuado se establezcan estrategias de preservación patrimonial de largo plazo (propósito claro, estructura legal adecuada, estrategia fiscal, perfil de riesgo de inversión), pero de ninguna manera es algo que recomiendo solamente desde la resolución del del 2 de noviembre del BCB, sino desde hace años.
Es más, hacer recomendaciones de comprar dólares o no, fundado solamente de la resolución en cuestión sí que sería irresponsable. Y no faltarán, claro, quienes digan “yo sabía que no pasaría nada, por eso no dije nada,” porque como bien dicen mis amigos españoles, “a toro pasado todos somos listos.” Sin embargo, al mismo tiempo bien saben que por mucho que las autoridades simplemente digan lo contrario, sí que una devaluación a corto plazo es una variable a considerar seriamente, porque ahora, a partir del peligroso nivel de reservas, una devaluación ya no depende simplemente de la voluntad política gubernamental, sino incluso, aunque sea difícil de creer, de lo que determine la Reserva Federal de los EEUU.
Que el susto de una posible devaluación cambiaria de los últimos días sirva como escarmiento para los sobreoptimistas y los complacientes que no han hecho sus deberes y han evadido toda responsabilidad de proteger lo suyo y ayudar a preservar lo de los de su entorno inmediato, que, en gran medida, es también lo que les dejaron generosamente quienes mucho antes sí supieron desenvolverse en situaciones todavía más adversas.
Finalmente, antes de tomar cualquier decisión pregúntate primero si quienes recomiendan no comprar dólares practican lo que predican, pregúntate si se juegan sus ahorros y los de su familia ahorrando a largo plazo en moneda local. Deja que los incautos y los escépticos ahorren todo lo que puedan en bolivianos, a ver cómo les va. Si en estos largos años ha habido algún momento para ser escéptico sobre lo que prefiere creer el consenso, es ahora, y si hay un momento ideal para empezar a comprar dólares, aunque yo no soy librecambista, es ahora.